martes, agosto 26, 2014

NOS UNE EL AMARILLO.







                                      ELCRISTO AMARILLO  DE PAUL GAUGUIN.



Para la figura central de Cristo, el pintor se inspiró en una talla policromada del siglo XVII, de autor anónimo, que se encuentra en la capilla de Trémalo, a las afueras de Pont-Aven. El color blanquecino pálido de Cristo es transformado por Gauguin en amarillo.
Junto a Cristo se muestran tres mujeres bretonas en actitud reverente que ocupan el lugar histórico de las Marías en la Crucifixión. La actitud reverente sugiere la misma devoción mostrada en el cuadro de La visión tras el sermón. La figura de Cristo en medio del cuadro es una visión que aparece a las mujeres que están rezando. Los motivos centrales están desplazados hacia la izquierda. En el plano medio de la derecha una figura salta una valla interpretado como una evasión. Al fondo el campo bretón y casas dispersas entre los árboles.



Autorretrato con Cristo amarillo, 1889.
El mismo año, Gauguin volvió a pintar el Cristo amarillo en Autorretrato con Cristo amarillo. Es un cuadro dentro de otro cuadro. Detrás del autorretrato en primer plano se muestra la figura central de Cristo amarillo invertida como en un espejo. El rostro de Cristo muestra aquí similitudes con la fisonomía del propio artista.
 




SUTRA DE LA LUZ DORADA.

¿Cuál es la
causa, cuál es  la  razón, del porqué el Señor Sãkyamuni  tuvo  tan corto periodo de
vida como son ochenta años?”.
Entonces pensó así:  “En  realidad ha  sido dicho  por  el Señor:  ‘Hay  dos  causas,
dos razones para la larga vida. ¿Cuáles son éstas dos? Abstenerse de matar a los
seres  vivos  y  ofrecer  comida’.  Ahora,  durante  muchos  incalculables  cientos  de
millones de eones el Señor Sãkyamuni se abstuvo de matar a los seres vivos. Él no
tan sólo se adhirió al curso de acción que consiste en las diez raíces meritorias sino
que  también  ofreció  comida  a  los  seres,  y  objetos  internos  y  externos,  hasta  que
finalmente los seres hambrientos se satisficieron con la carne, (7) sangre, huesos y
médula de su propio cuerpo, cuánto más con otra comida”.

TOROTUMBO  MIGUEL ANGEL ASTURIAS

El alquilador de disfraces se la pasaba de su cuarto a la tapia del fondo gritando a
Tizonelli. Le llamaba a todas horas para que le viniera a hacer compañía. Varias veces, tras el
tic-tic-tic telegráfico de su párpado, quedó su ojo izquierdo vuelto hacia donde Carne Cruda
se hamacaba colgado de la nuca. No se decidía, pero ya sólo le faltaba materializar su
arrepentimiento, echarse de rodillas, como se había echado sobre la pobre Natividad
Quintuche, allí mismo, como se había echado ante el confesor y como iba ahora caminando
hacia los pies de su demonio, de rodillas, de rodillas.
—¡Perdón! ¡Perdón! ¡Perdón! ¡Carne Cruda... por salvarme yo, por salvarme yo!
Y se agobió por tierra, rascando en el suelo las uñas carcarudas, bajo la muda carcajada
de la máscara diabólica, fascinado por sus ojos verdes, verdefuego, con dos redondos huecos
al centro, largos bucles rojos cayéndole de la cabeza, como fuego derretido en tirabuzones, las
orejas relumbrantes de, papel de espejo, los cuernos amarillos, y los colmillos blancos, como
rieles de los ferrocarriles de la luna.
—¡Hermoso! ¡Hermoso! ¡Hermoso...! —le adulaba, arrodillado, implorante—. ¡Tú me
salvaste y yo te entregué! ¡Tú, demonio, me salvaste, y yo, hombre, te entregué! ¡Tú me
guardabas y yo te traicioné! No, no fue ésa mi intención, Tizonelli... digo Carne Cruda —rió
de su estúpida equivocación—, pues sabes, como demonio que eres, que mi intención al
arrodillarme ante el Padre Berenice fue confesar mi delito, pero ya de rodillas, tú lo sabes
mejor que yo, me corrió sudor de hielo por la espalda y en el desaliento no encontré más
salida que acusarte a ti, mi amigo, mi amparo, mi sostén. Te traicioné, te traicioné, pero no
ignoras, Carne, no ignoras que ya la traición es como nuestra propia vida, nuestra nueva
manera de ser, y lo traicionamos todo, todo, nos traicionamos a nosotros mismos, la tierra
donde nacimos, lo que somos, lo que aprendimos, y hasta lo que defendemos, ja, ja, ja...
—Don Estanislado... —se oyó el vozarrón de Tizonelli que sin duda se preparaba a saltar
la tapia.



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