El Ruido de las Cosas al
Caer Juan Gabriel Vásquez 123
Acostado
sobre el lado bueno de la cara, recibía inyecciones de morfina. Veía
el mundo como desde un acuario. Se tocaba la venda esterilizada y se
moría por rascarse, pero no se podía rascar. En los momentos de más
dolor odiaba al capitán Laverde y luego rezaba un padrenuestro y
pedía perdón por los malos sentimientos. Pedía también que no se
le infectara la herida, porque le habían dicho que lo hiciera. Y
luego veía a la joven extranjera y empezaba a hablar con ella. Se
veía con la cara quemada. A veces ella también tenía la cara
quemada y a veces no, pero siempre tenía la bufanda rosa y los
zapatos crema. En aquellas alucinaciones la joven le hablaba de vez
en cuando. Le preguntaba cómo estaba. Le preguntaba si sentía
dolor. Y a veces le preguntaba:
¿Te gustan los aviones? La noche estaba cayendo. Maya Fritts encendió una vela olorosa para espantar a los zancudos. «A esta hora salen todos», me dijo. Me pasó una barra de repelente y me dijo que me echara en todo el cuerpo, pero sobre todo en los tobillos, y al tratar de leer la etiqueta me di cuenta de la violencia con que estaba oscureciendo. Me di cuenta también de que no había ya posibilidad ninguna de que yo volviera a Bogotá, y me di cuenta de que Maya Fritts se había dado cuenta también, como si los dos hubiéramos trabajado hasta ahora en el entendido de que yo pasaría la noche aquí, con ella, como su huésped de honor, dos extraños compartiendo techo porque no eran tan extraños, después de todo: los unía un muerto. Miré el cielo, azul marino como uno de esos cielos de Magritte, y antes de que se hiciera de noche vi los primeros murciélagos, sus siluetas negras dibujadas sobre el fondo.
ROBERT GRAVES EL VELLOCINO DE ORO 123
Mientras partían, Orfeo les cantó la canción del ciprés y el avellano. En ella les enseñaba cómo
habían de proceder a su muerte si querían convertirse en héroes oraculares en lugar de vivir su
eterna existencia subterránea como espectros temblorosos e ignorantes. Ésta era su canción:
La Beta-Endorfina (β-E) es un opiáceo endógeno y la hormona encargada de bloquear los receptores de dolor (nociceptores) en el sitio donde éste se está produciendo, hasta que llega un momento que se deja de sentir dolor. Se midió el umbral de percepción de dolor con base a los niveles de Beta-Endorfinas , comprobándose que éste es altísimo en toros y novillos. Durante la lidia, estos animales liberan grandes cantidades de Beta-Endorfinas
Endorfinas o las moléculas de la felicidad
Las endorfinas podrían llamarse las moléculas de la felicidad, porque son las que permiten a las personas disfrutar de la vida, sentirse deleitados por muchas cosas y resurgir con facilidad de las crisis personales sin demasiadas cicatrices emocionales.Los nervios de la piel pueden liberar endorfinas.
http://www.holistika.net/salud/articulos/endorfinas_la_droga_legal.asp
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