martes, mayo 26, 2015

A ELLA LE GUSTA SIN ALCOHOL.



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Halló la imagen de aquel sagrado lirio intacto de las espinas del pecado, vio entre las zarzas el simulacro de aquella Zarza Mística ilesa en medio de los ardores del original delito; miró una Imagen de la Reina de los Ángeles de estatura natural, colocada sobre el tronco de un árbol.
 La Virgen es encontrada siempre ligada a la naturaleza, preferentemente relacionada con un árbol, aunque también a veces a una cueva, o un arroyo.
¿qué tiene que ver María, la madre de Jesús, la figura del dogma, con los entornos salvajes? ¿De dónde ese sesgo, digamos, ecologista?.
Hallar la respuesta nos obliga a comenzar ya el ascenso desde lo particular a lo universal. Igual que los católicos tienen que sostener la idea de que todas y cada una de sus múltiples marías locales se resumen al final en uno y el mismo personaje, aunque a veces cueste (pues es un atrayente politeísmo encubierto), y de que todas las romerías apuntan a la postre a la misma Roma (“romería” significa etimológicamente el peregrinar hacia la capital santa), aunque no lo parezca, nosotros tenemos que empezar a comprender que de la mano de la sagrada figura de la Madre del Cristo, aparentemente ligada exclusivamente a una confesión y un muy determinado dogma, la que se presenta ante nosotros es en realidad la universal Diosa, con sus universales atributos, los cuales se imponen más allá de la disparidad en el tiempo y de los credos. Así, la primera gran diosa arcaica, arquetípica, hace mucho olvidada, a quien nos conduce tácitamente nuestra muy reconocible Virgen María es ni más ni menos que la gran Artemisa griega, la patrona de bosques y selvas, de la flora y de la fauna salvaje. 
La divinidad católica y la griega pueden a su vez ser contenidas dentro de un concepto más abstracto, supraordinado, que podríamos denominar “Madre Naturaleza”.

El Lagarto y la Paloma

La relación explícita de Artemisa, tácita de la Madre de Dios, con las ninfas, esas licenciosas guardianas de la naturaleza, nos ha permitido ya reconocer que no hay en las diosas blancas tanta castidad y contención como parece. Quiero abundar al respecto en un punto, que es especialmente curioso: la famosa salamanquesa en el hábito de la Virgen del Rocío.Una salamanquesa es un reptil, es un saurio; a la postre, nos remite a la serpiente. Debe resultarnos claro que el significado del motivo de la Virgen acompañada del reptil es el mismo que sustenta la repetida e igualmente chocante presencia de saurios en tantos recintos sagrados españoles (el cocodrilo de la catedral de Sevilla, el del convento de Utrera, el lagarto de la Iglesia de la Magdalena en Jaén.Mientras el dogma se ha empeñado tozudamente en reparar los pecados de Adán y Eva a través, respectivamente, de Cristo y la Inmaculada, el folclore, con su forma tan ingenua como directa de asomarse intuitivamente a los misterios celestiales, ha vuelto a recolocar a la Madre de Dios muy cerca de la figura de Eva, la amiga de la serpiente, la que provocó la caídaEl animal abierta y explícitamente asociado al culto rociero, que encaja perfectamente en el dogma, no es desde luego la apócrifa lagartija, sino la paloma, símbolo del Espíritu Santo, heraldo del más alto cielo. “Blanca Paloma” es uno de los epítetos más usados para referirse a la Virgen del Rocío. El ave y el reptil forman una perfecta conjunción de opuestos, un paradigmático yin-yang.

El florido mayo

Los romeros hacia el Rocío atraviesan Doñana en plena época de celo, cuando la naturaleza se muestra más obscena. Ya comprendemos que ambas cosas seguramente no son dispares, ni meramente casuales. A las ninfas les gusta, cómo no, especialmente la primavera. Si seguimos indagando en el esoterismo romero alrededor de las fechas, nos encontramos ahora con un llamativo dato, procedente de la astrología: mayo es el mes de Tauro, el toro. El folclore nos habla abiertamente de que el toro es, precisamente, el amante de la luna, o sea, el consorte de la diosa, una idea arquetípica que se ha vuelto a abrir paso en la cultura popular desde las representaciones ancestrales de los dioses toro como cónyuges de las diosas de la fertilidad. El toro alude simbólicamente de manera directa al impulso sexual masculino.El amor mezcla a los amantes, y por eso al solar toro también se le adjudica lo lunar como algo propio de él: desde siempre se han equiparado sus cuernos (aparte de al falo) a los cuartos creciente y menguante. Por ende, la Virgen del Rocío, al sostenerse sobre una luna, lo hace a la vez sobre un asta.
La diosa fértil por excelencia es la sumeria Inanna, que se transforma en Astarté para los fenicios, y el consorte de ella es Baal, que se representaba como un becerro, hijo de El, el dios toro, el padre de todas las cosas.
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