miércoles, enero 17, 2007

EL ESPEJO

Orhan Pamuk Me llamo rojo pags,276(276*2=552) 745-552=276

—En esa escena Behzat, el maestro de maestros, pintó de tal manera al rey, al mozo de cuadras y a los caballos —continué— aunque han pasado cien años no han dejado de imitar los caballos que hizo. Cada uno de ellos, que dibujó según le salían de la imaginación y del corazón, se ha convertido ya en un modelo. Cientos de ilustradores, incluido yo, somos capaces de dibujarlos de memoria. ¿Nunca has visto una pintura de un caballo?

—He visto la pintura de un caballo alado en un libro mágico que un gran maestro, sabio entre los sabios, le dio un día a mi difunto profesor.

¿Qué hago? ¿Le meto la cabeza en el cuenco de sopa a este cretino que, junto con su profesor, se tomó en serio el libro de las Criaturas extrañas y le ahogo aquí mismo? ¿O le dejo que me describa exagerando al límite la única pintura de un caballo que ha visto en su vida y que quién sabe qué mala copia sería? Encontré un tercer camino y, dejando a un lado la cuchara, me lancé fuera de la taberna. Cuando entré en el convento abandonado tras caminar largo rato, una enorme paz cubrió mi espíritu. Barrí el lugar y quité el polvo y escuché el silencio sin hacer nada.

Luego saqué el espejo de donde lo había escondido y lo apoyé en el atril, me coloqué en el regazo la pintura de doble página y la tabla de trabajo e intenté dibujar mi propia cara mirándome en el espejo desde donde estaba sentado. Trabajé largo rato, con paciencia. Mucho después, cuando vi que de nuevo la cara del papel seguía sin parecerse a la mía en el espejo, me invadió tal tristeza que se me humedecieron los ojos. ¿Cómo lo hacían esos ilustradores venecianos de los que nos hablaba tan elogiosamente el Tío? De repente me puse en el lugar de uno de ellos y pensé que si pintaba sintiéndome de aquella manera quizá consiguiera que mi dibujo se pareciera a mí.

Más tarde, maldije tanto a los pintores venecianos como al Tío, borré lo que había hecho y comencé a pintar otra vez mirándome al espejo.

Orhan Pamuk El libro negro pags.255 (255*2=510) 745-510=234.
. El Secretario había escrito cómo el Príncipe lo imitaba todo en su niñez y primera juventud, a los médicos, al embajador inglés, los barcos que pasaban ante su ventana, a los grandes visires, los sonidos de las puertas que crujían y los de las agudas voces de los agás del harén, a su padre, los coches de caballos, el golpeteo de la lluvia en las ventanas, lo que leía en los libros, a los que lloraban tras el féretro de su padre, las olas y a su profesor de piano, el italiano Guateli bajá, y el Príncipe le advirtió que todos aquellos recuerdos, que repetiría en años posteriores con los mismos detalles pero

con palabras de ira y odio, debían ser pensados en un contexto de pasteles, caramelos, espejos, cajas de música, montones de juguetes y libros y besos, besos que le habían dado docenas de mujeres de los siete a los setenta años.





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