lunes, marzo 05, 2012

CAMISA BLANCA

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VLADIMIR NABOKOV-LA DEFENSA   158

Hay una oscuridad temporal de los sentidos, que gradualmente va desapareciendo. Por lo que podemos juzgar, su recuperación completa está en marcha.

Las palabras del psiquiatra produjeron una pequeña sensación en la casa.

—¿Quiere eso decir que se acabó el ajedrez? —observó la madre con satisfacción—. ¿Qué va a quedar de él entonces?, ¿sólo su locura?

—No, no —dijo el padre—. No es un problema de locura. El hombre será cuerdo. El diablo no es tan malo como lo pintan. He dicho «pintan», ¿me oyes, preciosa?

Pero la hija no sonrió, sino que emitió un suspiro. La verdad es que se sentía muy cansada. Había pasado la mayor parte del día en la clínica, y había algo increíblemente extenuante en la exagerada blancura de todo lo que la rodeaba, y en los blancos y silenciosos movimientos de las enfermeras. Aún extremadamente pálido, con una barba incipiente y una camisa limpia, Luzhin yacía inmóvil.

EDGAR ALLAN POE-

EL JUGADOR DE AJEDREZ DE MAELZEL         158

¡Una gran audacia! ¡Qué pena! ¡Una era de maravillosos inventos! ¡Prodigios de
valor! A propósito, ¿oyó hablar del capitán Mann?
- ¡Qué el capitán Mann se vaya al d...! – exclamé -. Continúe, por favor, con la historia.
- ¿Ejem! Bueno, es la la méme cho-o-se, como decimos en Francia. Smith, ¿eh?
¿Dice usted el brigadier general John A. B. C.? [Aquí el señor Sinivate juzgó apropiado
apoyar un dedo contra su nariz.] ¿No insinuará usted, sinceramente, que desconoce
por completo ese episodio de Smith? ¿Se refiere usted a Smith, John A. B. C.? Válgame
Dios, si es el hombre que...
- Señor Sinivate - le imploré -, ¿se trata del hombre de la máscara?
- ¡No-o-o! - respondió, poniendo cara de entendido -. Tampoco es el hombre de la
luna.

RUIZ ZAFON-PRISIONERO DEL CIELO  158

La novia vestía de blanco y, aunque no lucía grandes alhajas ni adornos, no ha habido en la historia una mujer que fuese más hermosa a los ojos de su prometido que la Bernarda aquel día primerizo de febrero reluciente de sol en la plaza de la iglesia de Santa Ana. Don Gustavo Barceló, que si no había comprado todas las flores de Barcelona para inundar la entrada al templo no había comprado ninguna, lloró como una magdalena, y el cura amigo del novio nos sorprendió a todos con un sermón lúcido que le arrancó lágrimas hasta a Bea, que no era presa fácil.

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Manuel Mujica Lainez
EL VIAJE DE LOS SIETE
DEMONIOS                            158

Acudieron al día siguiente, muy de mañana, al palacio, donde los criados

habían compuesto, en el Salón de Baile, un escenario cuya simple decoración
simulaba tres fachadas.
Traía cada uno sus vestiduras y sus elementos tradicionales: Arlequín, el
sayo de bobo, el de losanges multicolores, con el garrote por arma segura; Scapino,
la casaca blanca, a la que realzaban cintas verdes, sin olvidar el guitarrón; el Doctor,
la ropa talar negra, el soleto y el birrete de su oficio; el napolitano Polichinela, el
sombrero cónico y las dos jorobas; el Capitán de las bravatas huecas, la espada
nunca temible; y los enamorados, que hablaban, a diferencia del resto, en un
toscano exquisito, los trajes a la moda. Todos, menos los apasionados jóvenes,
llevaban máscaras ridículas

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