sábado, marzo 10, 2012

LA NOCHE DE LOS MILAGROS

    

                                       

VLADIMIR NABOKOV- 635

Estaba convencida de que su
existencia estaba influida por todo tipo de amigos muertos, cada uno de los cuales
se turnaba en dirigir su destino como si fuera un perdido gato callejero que una
colegiala recoge al pasar y acaricia con su mejilla para luego volverlo a depositar en
el suelo junto a un seto cualquiera de la periferia y que luego lo acaricia otra mano
fugaz para ser después conducido hasta un mundo de puertas y ventanas por una
dama hospitalaria.
Durante unas pocas horas, o durante una serie de días seguidos, y a veces también
en series irregulares, durante meses y años, cualquier cosa que le ocurriese a
Cynthia, después de que una persona concreta hubiera muerto, le sucedía a la manera de o según el humor del fallecido. El acontecimiento podía ser
extraordinario, uno de esos que cambian por completo el curso de la vida, o podía
ser una serie de incidentes sin importancia lo suficientemente conspicuos como
para destacar en el transcurso cotidiano del día y oscurecerse después hasta
desaparecer entre vagas trivialidades conforme el aura se va desvaneciendo
gradualmente. La influencia podía ser buena o mala; lo principal era que su fuente
podía ser identificada. Era como caminar a través del alma de una persona, decía
ella. Yo traté de discutirle que podía darse el caso de que no siempre distinguiera la
fuente exacta porque no todo el mundo tiene un alma reconocible; que hay cartas
anónimas y regalos de Navidad que cualquiera puede enviar; que, de hecho, lo que
Cynthia llamaba «un día cualquiera» podía muy bien ser una débil solución de
diferentes auras o sencillamente el desplazamiento rutinario de un aburrido ángel
de la guarda

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