JAMES JOYCE-ULISES 683
El colmillo del verraco lo
ha herido donde el amor está sangrando. Si la
arpía es vencida, persiste sin embargo en ella la
invisible arma de la mujer. Hay, lo siento en las
palabras, algún aguijón de la carne
impulsándolo a una pasión nueva, una sombra
más sombría de la primera, ensombreciendo
hasta su propia comprensión de sí mismo. Una suerte semejante lo aguarda y los dos furores se
mezclan en un solo torbellino.
Ellos escuchan. Y en los pórticos de sus
oídos yo vierto.
—El alma ha sido antes herida
mortalmente, un veneno vertido en el pórtico de
un oído entregado al sueño. Pero aquellos que
son muertos mientras duermen no pueden saber
el porqué de su muerte, a menos que el Creador
favorezca a sus almas con esa revelación en la
vida futura.
El espectro del rey Hamlet no podría
haber tenido conocimiento del envenenamiento
ni de la bestia de dos lomos si no hubiera sido
dotado de conocimiento por su creador. Por eso
es que su discurso (en magro inglés
desagradable) está siempre orientado hacia otra
parte, y retrocediendo. Arrebatador y
arrebatado, lo que quería y no quería va con él
VLADIMIR NABOKOV- 683
El duende del bosque
Yo trataba, pensativo, de encerrar entre mis trazos la silueta vacilante de la sombra
circular del tintero. En un cuarto lejano un reloj dio la hora, mientras que yo,
soñador como soy, me imaginé que alguien llamaba a mi puerta, suave al principio,
luego más y más fuerte. Llamó doce veces y se detuvo expectante.
—Sí, aquí estoy, pase...
El pomo de la puerta crujió tímidamente, la llama de la vela ya gastada se ladeó un
tanto, y él entró a saltos desde un rectángulo de sombra, jorobado, gris, cubierto
con el polen de la helada noche estrellada.
Conocía su rostro. ¡Lo conocía desde tanto tiempo atrás!
Su ojo derecho seguía en la sombra, pero el izquierdo me escrutaba
temerosamente, alargado, verde humo. ¡La pupila brillaba como si estuviera
oxidada... aquel mechón gris de musgo de su sien, la ceja de pálida plata apenas
visible, la cómica arruga junto a su boca sin bigote —todo ello intrigaba y molestaba
un punto a mi memoria!
Me levanté. Él dio un paso adelante.
Su abriguito raído estaba abotonado al revés, como los de las mujeres. En la mano
llevaba una gorra, no, era un fardo mal atado de color oscuro, y no había la más
mínima señal de una gorra...
Sí, claro que lo conocía, incluso le había tenido un cierto aprecio, pero
sencillamente no conseguía recordar dónde ni cuándo nos habíamos conocido. Y
debíamos habernos visto con frecuencia, de otra manera no tendría aquel firme
recuerdo de sus labios
de arándano, de aquellas orejas puntiagudas, de aquella
nuez tan divertida...
Con un murmullo de bienvenida estreché su fría mano, tan ligera, y luego la posé
en el dorso de un sillón raído. Él se encaramó como un cuervo en el tocón de un
árbol y empezó a hablar apresuradamente.
—Dan tanto miedo las calles. Por eso vine. Vine a visitarte. ¿Me reconoces? En otros
tiempos tú y yo solíamos retozar y jugar juntos durante días enteros. En nuestro viejo
país. ¿No me dirás que te has olvidado?
Su voz me cegó, literalmente. Me encontré turbado y aturdido: recordé la felicidad,
la felicidad reverberante, interminable, irreemplazable...
No, no puede ser. Estoy solo... es tan sólo un delirio antojadizo. Y sin embargo había
alguien sentado junto a mí, un ser de carne y hueso totalmente inverosímil, con
botines alemanes de largas vueltas, y su voz tintineaba, susurraba —dorada,
voluptuosamente verde, familiar—, mientras que las palabras que pronunciaba eran
tan sencillas, tan humanas...
—Ya, ya te acuerdas. Sí, soy un duende del bosque, un gnomo travieso. Y aquí
estoy, me han obligado a huir, como a todos los demás.
Suspiró profundamente, y volvieron a mi mente visiones de agitados nimbos y
también frondosas sierpes de arrogante follaje, y vivos destellos de corteza de
abedul como salpicaduras de espuma marina, contra el fondo de un dulce zumbido
perpetuo... Se inclinó hasta mí y me miró con dulzura a los ojos. «¿Recuerdas
nuestro bosque, los abetos tan negros, los abedules tan blancos? Lo han talado
entero. El dolor fue insoportable, vi cómo caían crepitando mis queridos abedules
¿y qué podía hacer yo? Me empujaron a los pantanos. Lloré y aullé, troné como un
avetoro, luego me fui corriendo a un bosque de pinos vecino
BORGES-683
Si el mundo es el sueño de alguien,si hay alguien que ahora está soñándonos
y que sueña la historia del universo, como es doctrina de la
escuela idealista, la aniquilación de las religiones y de las artes,
el incendio general de las bibliotecas, no importa mucho más
que la destrucción de los muebles de un sueño. La mente que
Una vez los soñó volverá a soñarlos; mientras la mente siga soñando,
nada se habrá perdido. La convicción de esta verdad,
que parece fantástica, hizo que Schopenhauer, en su libro Parerga
und Paralipomena, comparara la historia a un calidoscopio, en
el que cambian las figuras, no los pedacitos de vidrio, a una
eterna y confusa tragicomedia en la que cambian los papeles y
máscaras, pero no los actores. Esa misma intuición de que el
universo es una proyección de nuestra alma y de que la historia
universal está en cada hombre, hizo escribir a Emerson el poema
que se titula History.
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