JAMES JOYCE ULISES 923
Bronce y rosa.
Ella había pasado unos días magníficos,
lo que se dice magníficos. Y mire la concha
adorable que ella trajo.
Hasta el fondo del bar para él ella llevó
airosamente el erizado y espiralado caracol para
que él, Geroge Lidwell, procurador, pudiera oír.
—¡Escuche! —le rogó.
Bajo las palabras cálidas de gin de Tomás
Kernan el acompañante tejía lenta música. Un
hecho consumado. Como Gualterio Bapty perdió
su voz. Bueno, señor, el esposo lo agarró por la
garganta. Bribón, dijo él. No has de cantar más
canciones de amor. Lo hizo, señor Tomás. Bob
Cowley tejía. Los tenores consiguen muj. Cowley
se echó hacia atrás.
¡Ah!, ahora él oía, ella sosteniéndoselo
junto al oído. ¡Escuche!
Él escuchaba.
Maravilloso. Ella lo sostuvo junto al suyo y a
través de la tamizada luz el pálido oro en
contraste se deslizaba. Para oír.
Tap.
A través de la puerta del bar Bloom vio
una concha sostenida junto a sus oídos. Él oyó
más tenuamente que el que ellos escuchaban,
cada uno para ella sola, luego uno para el otro,
oyendo el chapoteo de las olas, ruidosamente, un
silencioso rugido.
Bronce y oro aburrido, cerca, lejos, ellos
escuchaban.
La oreja de ella también es una concha, el
lóbulo que asoma allí. Ha estado a orillas del
mar. Hermosas bañistas. La piel quemada hasta
despellejarse. Tendría que haberse aplicado
coldcream primero, la pone morocha. Tostada
:concha con alga marina. ¿Por qué se esconden las orejas con cabello alga marina? Y las turcas
su boca, ¿por qué? Sus ojos sobre la sábana, un
velo de musulmanas. Encuentra el camino de
entrada. Una cueva. No se permite la entrada
excepto por negocios.
Creen que oyen el mar. Cantando. Un
rugido. Es la sangre. A veces suena en los oídos.
Bueno, es un mar. Las islas corpúsculos
BORGES 923
SONETO DEL VINO
¿En qué reino, en qué siglo, bajo qué silenciosa
Conjunción de los astros, en qué secreto día
Que el mármol no ha salvado, surgió la valerosa
Y singular idea de inventar la alegría?
Con otoños de oro la inventaron. El virio
Fluye rojo a lo largo de las generaciones
Como el río del tiempo y en él arduo camino
Nos prodiga su música, su fuego y sus leones.
En la noche del júbilo o en la jornada adversa
Exalta la alegría o mitiga el espanto
Y el ditirambo nuevo que este día le canto
Otrora lo cantaron el árabe y el persa.
Vino, enséñame el arte de ver mi propia historia
Como si ésta ya fuera ceniza en la memoria
SURA 73
Al-Mussammil (El Arropado) 923
(1) ¡OH TÚ, el arropado!1
(2) Mantente despierto [en oración] por la noche, salvo una pequeña parte (3) de la mitad de
ella2 --o algo menos, (4) o añade algo más [a voluntad]; y [durante ese tiempo] recita el Qur’án
pausada y claramente, con tu mente atenta a su significado.3
(5) Ciertamente, hemos de encomendarte un mensaje de gran peso –(6) [y,] en verdad, las
horas de la noche dejan mayor impronta en la mente y hablan con voz más clara,4 (7) mientras
que de día tus ocupaciones son muchas. (8) Pero [tanto de noche como de día,] recuerda el
nombre de tu Sustentador, y conságrate a Él con total devoción.
(9) El Sustentador del este y del oeste: no hay más deidad que Él: atribúyele, pues, sólo a Él
el poder de determinar tu destino,5 (10) y soporta con paciencia lo que digan [contra ti], y aléjate
de ellos con un alejamiento discreto.
El término mussammil tiene un significado similar al de muddazzir, en el inicio del sura siguiente –a
saber: “alguien cubierto [con algo]”, “envuelto” o “arropado”; y, al igual que en esa otra expresión, puede
entenderse tanto en sentido concreto y literal –e.d., “envuelto en un manto” o “una manta”—como metafóricamente,
e.d., “entregado al sueño”, “envuelto en responsabilidades, o aun “absorto en sí mismo”. De
ahí que los comentaristas difieran mucho en sus interpretaciones de este apóstrofe, prefiriendo algunos el
sentido literal y otros el metafórico; no hay duda, sin embargo, cualquiera que sea el sentido lingüístico
que se dé a “Oh tú, el arropado”, que dicha invocación supone una llamada a una mayor conciencia y
vigilancia espiritual por parte del Profeta.
2 Así lo explica Samajshari, relacionando la frase il·la qalilan (“salvo una pequeña parte”) con la palabra
siguiente nisfahu (“la mitad de ella”, e.d., de la noche).
3 Esta es, a mi entender, la traducción más ajustada de la frase rattil al-qur’ana tartilan. El término tartil
denota primariamente “componer o ensamblar [algo] con nitidez, ordenadamente y sin prisa” (Yauhari,
Baidawi; también Lisán al-Aarab, Qamús). Aplicado a la recitación de un texto, significa su lectura pausada
y medida, considerando seriamente su significado. Una frase similar a esta, en 25:32, posee una
significación ligeramente distinta que se refiere a la forma en que fue revelado el Qur’án.
VLADIMIR NABOKOV-Cuentos completos 923
una valla, una lata oxidada entre unos matojos, vidrios
rotos, excrementos, unas ruidosas moscas negras bajo nuestros pies —ésta es la
imagen actual de mi país. La imagen del más extremo abatimiento, aunque
debemos puntualizar que en el país se favorece el abatimiento y hay un eslogan que
él lanzó (en el cubo de la basura de la estupidez) —«medio país debe ser cultivado,
el otro medio asfaltado»—, que repiten los imbéciles como si fuera la expresión
suprema de la felicidad humana. Podríamos excusarle hasta cierto punto si nos
alimentara con las máximas de pacotilla que en tiempos aprendió leyendo a los
sofistas más banales, pero nos alimenta con la broza de aquellas verdades, y lo que
se nos exige no es un pensamiento basado sencillamente en una falsa sabiduría, sino
en su ruido y en sus escollos. Para mí, sin embargo, tampoco es ése el nudo de la
cuestión, ya que es evidente que incluso si esa idea de la que somos esclavos tuviera
un origen supremo, exquisito, refrescante y brillante en cada uno de sus matices, la
esclavitud seguiría siendo esclavitud mientras la idea nos fuera impuesta. No, el
nudo estriba en que, conforme crecía su poder, empecé a darme cuenta de que las
obligaciones de los ciudadanos, las amonestaciones, las restricciones, los decretos, y
todas las otras formas de presión a las que nos veíamos sometidos empezaban a
parecerse cada vez más al hombre mismo, mostrando una relación inequívoca con
ciertos trazos de su personalidad y con ciertos detalles de su pasado, de forma que
sobre la base de aquellas amonestaciones y decretos se podía reconstruir su
personalidad como la de un pulpo a través de sus tentáculos —esa personalidad
suya que yo fui uno de los pocos que conocí bien. En otras palabras, todo en torno
suyo empezó a adquirir su mismo aspecto. La legislación empezó a mostrar un
ridículo parecido a sus gestos y a su porte. Los verduleros empezaron a ofrecer una
extraordinaria abundancia de pepinos, hortaliza que él consumía ávidamente en su
juventud. Las escuelas incorporan ahora en sus programas la lucha gitana, que, en
sus raros momentos de ocio, solía practicar en el suelo con mi hermano hace
veinticinco años. Los artículos de los periódicos y las novelas de esa servil cohorte de
escritores han adoptado ese estilo abrupto, esa cualidad pretendidamente lapidaria
(básicamente sin sentido, porque cada frase nuevamente acuñada repite en clave
diferente la misma y única verdad oficial de perogrullo), esa fuerza de lenguaje
siempre acompañada de una cierta debilidad de pensamiento, y todas aquellas
afectaciones de estilo tan características de él. Muy pronto tuve la sensación de que
él, tal y como yo lo recordaba, estaba penetrándolo todo, infectando con su
presencia la forma de pensar y la vida cotidiana de toda la gente, de forma que su
mediocridad, su aburrimiento, sus costumbres grises, se estaban convirtiendo en la
vida misma de mi país. Y finalmente la ley que él estableció, el poder implacable de
la mayoría, el sacrificio incesante al ídolo de la mayoría, perdió todo significado sociológico, porque él es la mayoría
.
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