Graves, Robert El Vellocino de Oro 280
Después de saquear Troya, Hércules regresó con Talcibio a Élide, en el Peloponeso, donde realizó fácilmente, y en el tiempo indicado de un día, el trabajo consistente en limpiar los inmundos establos del rey Augias. Sencillamente obligó a los servidores de palacio, mediante golpes y amenazas, a que desviasen el curso de dos arroyos cercanos, que al Irrumpir en los establos arrastraron consigo toda la inmundicia, y parte del ganado también. Luego regresó a Asia para volver a buscar a Hilas y para vengarse de Calais y Zetes. Vagando por Lidia, descansó cerca de Sardis, en el santuario umbilical del héroe jonio Tmolo, donde crece la terrible planta de serpiente,
una planta retorcida que supera al hombre en altura y tiene un cáliz carmesí en forma de lirio y un olor nauseabundo a ratas.
En este lugar, la gran sacerdotisa Ónfale lo hizo su amante y como consecuencia, según dicen, dio a luz trillizos varones.
El sintió envidia de la vida feliz y tranquila de Onfale.
-¿Cómo te las arreglas para vivir siempre en paz con tus amigos y vecinos? -le preguntó¡Dime el secreto!
Ella respondió:
-Aquí la felicidad pende de tres finas hebras.
-¿Cuáles son? -preguntó él.
-¡A ver si entiendes el acertijo! -respondió ella. Pero Hércules se impacientó tanto que se lo tuvo que decir.
-La fina hebra de la leche cuando la hacemos salir de las ubres de nuestras ovejas y cabras lecheras;la fina hebra de tripa que ato de una punta a otra de mi lira pelasga; y la fina hebra de la lana cuando hilamos.
-La leche es un buen alimento -dijo Hércules si se bebe en cantidades suficientes, y confieso que no soy insensible a la música de la lira. Pero explícame lo del hilado: ¿cómo puede ser que el simple hecho de hilar haga sentir la felicidad?
Ónfale preguntó:
-¿Cómo es posible que, de los centenares de mujeres que has amado, ninguna te haya descrito los placeres del huso? La tortera que se tuerce en espiral, el huso que va dando vueltas, la lana blanca con la que juegan los dedos transformándola en hebra firme y lisa.., son juguetes extraordinariamente placenteros. Y mientras hilas, puedes cantar bajito para ti misma, o charlar con amigas o dejar volar la imaginación...
-Me gustaría probarlo -dijo Hércules con entusiasmo-, si crees que no te rompería la tortera o el huso. De niño no tuve suerte con mis clases de música.
Así fue cómo Ónfale le enseñó a Hércules a hilar. Aprendió en seguida y el hilo que hilaba era
maravillosamente fuerte. Confesó que siempre había querido ser una mujer, y que ahora por fin sabía cuántos placeres se había perdido. Ónfale le vistió con ropas de mujer, y lavó, peinó y trenzó
su cabello enredado y ató las trenzas con cintas de color azul. En el santuario umbilical Hércules fue más feliz que en ninguna otra parte, porque los espíritus de los niños, al no reconocerlo vestido con aquellas galas, dejaron de molestarlo durante un tiempo. Talcibio también perdió su pista y como aquél era un santuario en el que ni siquiera tenían derecho a entrar los heraldos, Hércules pudo haberse quedado allí a salvo durante meses o incluso años, si no hubieran llegado noticias desde
Teos, una ciudad en la costa, de que el Argo había anclado allí para embonarse. Durante su travesía por la costa después de Ténedos, el navío se había quedado atascado en unas rocas sumergidas y solamente gracias a que achicaban constantemente, los argonautas lograron llegar hasta la costa y dejarlo varado allí; la tablazón de cubierta de la proa estaba arrancada por la parte de babor.
Cuando Hércules oyó esta noticia, tiró el huso al otro extremo del patio, se desgarró el vestido,cogió su maza, su arco y su piel de león, y corrió enfurecido hacia la playa.
Los argonautas no conseguirían nada enviando a Equión para que aplacase a Hércules. En Metimna,ciudad de Lesbos, se les había advertido a Calais y Zetes que Hércules pensaba matarlos por haber convencido a Jasón de que lo abandonase en la desembocadura del río Cío. En cuanto vieron aparecer su enorme mole en la distancia, saltaron del barco y echaron a correr a una velocidad increíble, subiendo por el valle del río, desviándose de un lado a otro para dificultar su puntería.
Pero Hércules sólo tuvo que disparar dos flechas. Ambos hermanos cayeron traspasados bajo el omóplato derecho y murieron allí mismo. Hércules, satisfecho por su venganza cumplida, se acercó sonriente a los demás argonautas para saludarlos, con sus trenzas de cintas azules rozándole los hombros. Abrazó a Admeto y a Acasto y dijo:
-Queridos camaradas, aprended a hilar, ¡os lo ruego! No hay en el mundo ocupación más
consoladora.
VLADIMIR NABOKOV
Cuentos completos 280
—Votte (Aquí lo tienes) —dijo la anciana, y tras empujarle suavemente a su
escondite, volvió al cuarto de plancha, donde continuó sus cotilleos en su ruso
amañado con la atractiva tejedora que contestaba de cuando en cuando con un
automático ¡quién lo hubiera pensado!
Peter permaneció educadamente de rodillas en su absurdo agujero durante un
rato; luego se puso en pie, aunque no se movió de su sitio y se dedicó a observar el
papel de la pared con sus blandas e indiferentes volutas azules, y también la
ventana, y la copa del álamo que brillaba al sol. Se oía el bronco tictac de un reloj y
el ruido despertaba más de un recuerdo triste y sombrío.
Pasó mucho tiempo. La conversación de la habitación vecina empezó a alejarse y a
perderse en la distancia. Ahora todo estaba en silencio, salvo el reloj. Peter emergió
de su nicho.
Bajó las escaleras corriendo, atravesó sigiloso y rápido la hilera de habitaciones
(bibliotecas, cuernos de venado, triciclo, mesa de juego azul, piano) y se encontró al
llegar a la puerta abierta, que llevaba a la terraza, con una estampa coloreada del sol y con el viejo perro que volvía del jardín. Peter se encaramó hasta la ventana y
eligió una de cristal sin emplomar. En el banco blanco aguardaba la varita verde.
Elenski permanecía invisible, se había marchado, sin duda, en su búsqueda incauta,
más allá de los tilos que bordeaban la avenida.
Riéndose excitado por la oportunidad que tenía ante sí, Peter saltó los escalones y
corrió hasta el banco. No había dejado todavía de correr cuando sintió una extraña
insensibilidad a su alrededor. Sin embargo, sin aminorar el paso llegó hasta el banco
y lo golpeó tres veces con el palo. Un gesto vano. No apareció nadie. Manchas de
sol pulsaban en la arena. Una mariquita caminaba por el brazo del banco, las puntas
transparentes de sus alas dobladas descuidadamente se veían desordenadas bajo su
pequeña cúpula a motas.
Peter esperó uno o dos minutos, lanzando furtivas miradas en torno suyo, hasta que
finalmente se dio cuenta de que le habían olvidado, que la existencia de un último
espía perdido e invicto había sido pasada por alto, y que todos se habían ido de picnic
sin contar con él
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