315-271=44
GRAVES, ROBERT LA DIOSA BLANCA, 315-206=109
La esencia concentrada de la filosofía druídica, así como de la órfica griega, era
Rheo, «Me deslizo», el nombre que da Gwion a la letra R: Panta Rhei, «todas las cosas
fluyen». El principal problema del paganismo está contenido en Riuben, el nombre
alternativo de R, si éste está en lugar de Rymbonao: «¿Todas las cosas deben girar
eternamente? ¿O cómo podemos zafarnos de la Rueda?» Este era el problema del héroe
solar cegado Sansón cuando lo ataron a la noria de Gaza; y debe observarse que la
palabra «noria» se aplicaba en la filosofía griega al firmamento giratorio. Sansón
resolvió el problema magníficamente derribando las columnas del templo, de modo que
el techo se derrumbó sobre todos. Los órficos tenían otra solución más tranquila y la
grababan en clave en tabletas de oro que ataban a los cuellos de sus difuntos amados.
Era esta: no olvidar, negarse a beber el agua del Leteo sombreado por cipreses por
sediento que se estuviese, aceptar solamente el agua del sagrado (¿sombreado por
avellanos?) estanque de Perséfone, y así hacerse Señores inmortales de los Difuntos,
dispensados de nuevos Despedazamientos, Destrucciones, Resurrecciones y
Renacimientos. El ciprés estaba consagrado a Hércules, quien había plantado el famoso
bosquecillo de cipreses en Dafne, y simbolizaba el renacimiento. Y la palabra «ciprés»
se deriva de Cyprus, llamado así por su madre la Afrodita Ciprina. El culto del ciprés
sagrado es de origen minoico y tuvo que ser llevado a Chipre desde Creta.
El dios Hércules de los místicos órficos era Apolo el Hiperbóreo; y en el siglo 1
d. de C. el historiador romano Eliano recuerda que los sacerdotes hiperbóreos iban
regularmente a Tempe, en el norte de Grecia, para adorar a Apolo. Diodoro Sículo, en
su cita de Hecateo, dice claramente que en el siglo vi a. de C. el «país de los
Hiperbóreos», donde nació Latona, la madre de Apolo, y donde se honraba a Apolo sobre todos los otros dioses, era Britania. Esto no contradice la información –de Herodoto acerca de un sacerdocio hiperbóreo enteramente diferente, probablemente
albanés, que vivía cerca del Mar Caspio; o la opinión de que en la época de Eliano,
Irlanda, que se hallaba fuera del Imperio romano, puede haber sido «el País de los
Hiperbóreos»; o la opinión, que propongo más adelante en este libro, de que los
hiperbóreos originales eran libios.
Edward Davies estaba justificado al considerar a esos sacerdotes británicos
como una clase de órficos: la vestimenta, el dogma, el ritual y la dieta se parecen
mucho. Y puesto que Cád Goddeu prueba que se libró una batalla de letras más bien que
una batalla de árboles, su sugerencia de que la fabulosa danza de árboles al son de la lira
de Orfeo fue más bien una danza de letras, parece acertada, histórica y poéticamente.
VLADIMIR NABOKOV
Cuentos completos 315
¿Pero cómo se llamaba, por Dios? Era negro y llevaba
pompones en las patas. Estoy perdiendo la memoria.
—Tenía una k el nombre —contestó Lev—. De eso sí que estoy seguro, de que tenía
una k.
Cruzaron la calle.
—Qué tiempo tan pesado —dijo Serafim—. Bueno, bueno, ¿así que no nos vamos a
acordar? ¿Dices que tenía una k?
Llegaron a una esquina. Farolas. Charcos. El oscuro edificio de correos. La mujer
anciana, que pedía como siempre junto a la máquina expendedora de sellos,
extendía la mano en la que había dos cajas de cerillas. La luz de la farola tocaba sus
mejillas hundidas, una gota brillante temblaba bajo su nariz.
—Realmente es absurdo —exclamó Serafim—. Sé que está ahí en una de las células
de mi cerebro, pero no llego a ella.
—¿Cómo se llamaba... cómo? —repetía Lev—. Realmente es absurdo que no
podamos... Te acuerdas de cómo se perdió una vez, y de cómo tú y la chica de
Tikhotski estuvisteis por los bosques durante horas buscándolo. Estoy seguro de que
el nombre tenía una k y quizá también una r en algún lugar.
Llegaron a la plaza. En el lado opuesto brillaba una herradura perla sobre un cristal
azul —el signo del metro. Unas escaleras de piedra llevaban a las profundidades.
Las baladas del ajo MO YAN 315
—Mé-mételos en el camión —
sugirió entonces el policía tartamudo.
—¿Quién se hará responsable si se
escapan?
—Espósalos a un árbol —dijo
Cabeza de Tambor—. De ese modo,
también estarán un poco a la sombra.
—¡Vamos, levantaos! —ordenó uno
de los policías a los prisioneros Gao Yang fue el primero en
incorporarse, seguido por el joven
con cara de caballo. Cuarta Tía Fang
permaneció en el suelo, llorando.
—No pienso levantarme. Si voy a
morir, lo haré con un tejado sobre
mi cabeza...
La selva de las almas Jean-Christophe Grangé 315
—Tú eres de origen quiché, ¿verdad?
No respondió. El lago acababa de aparecer tras un recodo del camino.
La superficie del agua, absolutamente lisa, poseía la pátina sedosa y
plateada del pelaje de un felino, una pantera o un jaguar. Pero las
márgenes estaban tan alejadas que desaparecían en la niebla. Tampoco
se distinguían, en la bruma, los tres volcanes que supuestamente velaban
sobre él. Jeanne estaba decepcionada. Esperaba un paisaje de tarjeta
postal finamente dibujado. Un lago engarzado entre los pliegues de la
selva y el basalto. Y todo lo que descubría era una inmensidad monocorde
que se perdía en las nubes.
También flotaba allí una atmósfera de inquietud. Dos fuerzas parecían
actuar al unísono. El nacimiento. El origen del mundo maya. Con sus
vapores y sus leyendas. Pero también la muerte.
No hay comentarios:
Publicar un comentario