sábado, diciembre 28, 2013

QUE VIENE EL JEFE,LOCOS.

 

         

 

 

        

       

STEPHEN R. LAWHEAD
TALIESIN                            64

—Un relato, pues —dijo Gwyddno—. Una historia de bravura y magia.
Hafgan se quedó silencioso un momento, arrancó algunas notas sueltas a su
arpa mientras meditaba, luego anunció:
—Escuchad pues, si así lo queréis, la historia de Pwyll, príncipe de Annwfn.
—¡Excelente! —gritaron los reunidos; se volvieron a llenar copas y cuencos al
tiempo que los convidados se acomodaban para oír la narración.

Escuchad pues, si así lo queréis, la historia de Pwyll, príncipe de Annwfn.
—¡Excelente! —gritaron los reunidos; se volvieron a llenar copas y cuencos al
tiempo que los convidados se acomodaban para oír la narración.
—En los días en que el rocío de la creación estaba aún húmedo sobre la tierra,
Pwyll era señor de los siete cantrefs de Dyfed, de los siete de Gwynedd y también de
los siete de Lloegr. Al despertarse un día en Caer Narberth, su principal fortaleza,
contempló las agrestes colinas llenas de toda clases de caza y se le ocurrió reunir a
sus hombres y salir a cazar. Y esto fue lo que sucedió...
La voz de Hafgan se oía fuerte y clara, y la historia, para delicia de los oyentes,
se desarrolló siguiendo la estructura acostumbrada. Al llegar a ciertos pasajes, el
druida rasgueaba el arpa y cantaba aquella parte, tal y como prescribía la tradición.
Era un relato muy conocido, uno que encantaba a todos los que lo escuchaban, puesto
que Hafgan sabía contarlo muy bien, representando los personajes importantes y
haciendo que su voz se acomodara al habla de los diferentes protagonistas. Esta es la
narración que contó:
«La zona de su reino en la que Pwyll deseaba cazar era Glyn Cuch. Se puso en
marcha de inmediato con un gran grupo de hombres y cabalgaron hasta el anochecer,
de modo que llegaron justo cuando el sol empezaba a hundirse en el mar occidental
para empezar su viaje por el Mundo Subterráneo.
«Acamparon y durmieron y, a la mañana siguiente, al amanecer, se levantaron y
penetraron en los bosques de Glyn Cuch, donde soltaron a los perros. Pwyll hizo sonar
su cuerno de caza, reunió a los cazadores y, como era el jinete más rápido, salió al
galope detrás de los perros.
»Siguió a la presa y, al poco tiempo, sus compañeros lo perdieron de vista y
ellos quedaron rezagados en la espesura. Mientras seguía el grito de su jauría, oyó los
ladridos de otra, muy diferente de la suya, que se dirigía hacia él, y cuyo estruendo
helaba el aire. Cabalgó hasta un claro que tenía frente a él y fue a parar a un terreno
amplio y llano donde vio a sus perros agazapados y llenos de temor en un extremo,
mientras la otra jauría corría tras un magnífico ciervo. Y he aquí que mientras él
observaba, los extraños mastines alcanzaron al animal y lo derribaron al suelo.
»Se les acercó sin desmontar y advirtió entonces el color de los animales. De
todos los perros de caza del mundo, jamás había visto ninguno como aquéllos: el pelo

que cubría sus cuerpos era de un blanco reluciente y puro, y el de sus orejas, rojo, y
brillaba con la misma fuerza que el blanco de sus cuerpos. Pwyll cabalgó hasta los

extraños animales y los dispersó, dejando a sus perros el ciervo muerto.
«Mientras daba de comer a sus canes, apareció ante él un jinete montado en un
caballo tordo, con un cuerno de caza colgado al cuello y un traje gris pálido como
atuendo de caza, el cual se le acercó diciendo:
»—Señor, sé quién sois, pero no os saludo.
»—Bien —dijo Pwyll—, quizá vuestro rango no lo requiera.
»—¡Lleu es mi testigo! —exclamó el jinete—. No es mi dignidad o la obligación
del rango la que me lo impide.
»—¿Qué otra cosa entonces, señor? ¡Decídmelo si podéis! —repuso Pwyll.
»—Puedo y quiero —replicó el desconocido con voz dura—. Juro por los dioses
del cielo y de la tierra que es a causa de vuestra propia ignorancia y descortesía!
»—¿Qué falta de cortesía habéis visto en mí, señor? —inquirió Pwyll, ya que no
se le ocurría ninguna.
»—No he visto mayor desconsideración jamás en ningún hombre —replicó el
extraño— que echar a la jauría que ha matado un ciervo y lanzar a la propia sobre él.
¡Qué deshonra! Eso demuestra una deplorable falta de consideración. No obstante, no
me vengaré de vos, aunque bien podría, pero haré que un bardo te satirice por un
valor de cien ciervos.
»—Señor —le rogó Pwyll—, si he cometido una equivocación, os pido que
hagamos las paces.
»—¿En qué términos? —preguntó el jinete.
»—Aquellos que vuestro rango, cualquiera que sea, requiera.
»—Conocedme pues. Soy rey coronado de la tierra de la que procedo.
»—¡Que prosperéis día a día! ¿Qué tierra es ésa, señor? —inquirió Pwyll—.
Pues yo mismo soy rey de todas las tierras de los alrededores.
»—De Annwfn —respondió el jinete—. Soy Arawn, rey de Annwfn.
»Pwyll se quedó pensativo al oír esto, ya que traía mala suerte conversar con un
ser del Otro Mundo, ya fuera rey o no. Pero, como se había comprometido a recuperar

la amistad con el jinete, no tenía otra elección que mantener su palabra si no quería
provocar mayor deshonor y desgracia sobre su nombre.
»—Decidme pues, ¡oh rey!, si así lo queréis, cómo puedo recuperar vuestra
amistad, y obedeceré de buen grado.
«—Escúchame, Gran Jefe, así la recuperarás —empezó a decir el otro—. Un
hombre cuyo reino limita con el mío me hace la guerra continuamente. Es Grudlwyn
Gorr, un señor de Annwfn. Si me liberas de su opresión, lo cual te resultará bastante
fácil, repararemos el daño, y tú y tus descendientes seguiréis viviendo en paz
conmigo.
»El rey pronunció unas arcaicas y misteriosas palabras y Pwyll tomó la
apariencia del rey, de modo que nadie hubiera podido diferenciarlos.

«—¿Ves? —continuó el rey—. Ahora tienes mi forma y mi aspecto; por lo tanto,
ve a mi reino, toma mi lugar y gobierna como quieras hasta que, a partir de mañana,
se cumpla un año. Transcurrido este período nos volveremos a encontrar en este
lugar.
»—Como queráis, mi señor, pero aunque ocupe vuestro lugar durante un año,
¿cómo hallaré al hombre del que me habláis?
«—Grudlwyn Gorr y yo estamos comprometidos por un juramento a
encontrarnos dentro de un año a partir de esta noche en el vado del río que separa
nuestras tierras. Tú estarás en mi lugar, y si le asestas un único golpe no sobrevivirá.
Pero aunque te ruegue que le golpees de nuevo, no lo hagas, por mucho que te lo
suplique. Yo he luchado contra él muchas veces y le he asestado más de un golpe
mortal; sin embargo, a la mañana siguiente siempre está perfectamente y sin un
rasguño.
»—Muy bien —concedió Pwyll—. Haré lo que decís. Pero, ¿qué le sucederá a mi
reino mientras estoy fuera?
«Y el rey del Otro Mundo pronunció más palabras arcanas y misteriosas y tomó

el aspecto de Pwyll.
»—¿Ves? Ningún hombre ni mujer de tu reino conocerán el cambio de identidad
—aseguró Arawn—. Yo ocuparé tu lugar como tú harás con el mío.
Y de esta forma ambos se pusieron en marcha. Pwyll cabalgó a las
profundidades del reino de Arawn y llegó finalmente a su corte, con los más hermosos
edificios, salones, residencias y habitaciones que había visto jamás. Los sirvientes
salieron a recibirle y le ayudaron a quitarse su traje de caza; después lo vistieron con
las más preciosas sedas y lo condujeron hasta un gran salón, al que entró una
compañía de soldados, la más espléndida y mejor equipada que había visto jamás. La
reina estaba allí, la mujer más bella de todas las de su época, ataviada con una túnica
de reluciente oro y cuya cabellera brillaba como la luz del sol sobre el trigo dorado.
»La reina ocupó su lugar a la derecha de él y se pusieron a conversar. A Pwyll le
pareció la más encantadora, amable, considerada y complaciente de las compañeras.
Su corazón se deshacía por ella, y deseó con todas sus fuerzas poder tener una reina
la mitad de noble que aquélla. Pasaron el tiempo en agradable conversación, entre
buena comida y bebida, canciones y entretenimientos de todas clases.
»Cuando llegó el momento de irse a dormir, ambos se fueron al lecho. Sin
embargo, tan pronto como estuvieron acostados, Pwyll se volvió de cara a la pared y
se puso a dormir dándole la espalda a la reina. Así sucedió cada noche a partir de
entonces hasta el final del año. A la mañana siguiente volvía a reinar el afecto y la
ternura entre ellos, pero no importaba la amabilidad que pudiera existir en las palabras
que se dirigían durante el día, no hubo una sola noche diferente de la primera.
«Pwyll pasó aquel año entre celebraciones y cacerías al tiempo que gobernaba
el reino de Arawn equitativamente, hasta que llegó la noche, recordada muy bien incluso
por el más remoto habitante del reino, en que debía tener lugar el encuentro con
Grudlwyn Gorr. Se trasladó, pues, al sitio acordado, acompañado por los nobles de su
reino.
»En cuanto llegaron al vado, apareció un jinete que gritó:
«—Caballeros, ¡escuchad bien! Éste es un encuentro entre dos reyes, y entre
sus cuerpos tan sólo. Cada uno de ellos reclama las tierras del otro, por lo tanto,
apartémonos a un lado y dejémosles que luchen entre ellos.
»Los dos reyes se dirigieron al centro del vado para enfrentarse. Pwyll arrojó su
lanza y le dio a Grudlwyn Gorr en medio del ombligo de su escudo, de modo que éste
se partió en dos y él cayó hacia atrás, sujetando aún su lanza, sobre la grupa del
caballo, y fue a parar al suelo, con una profunda herida en el pecho.
»—Gran Señor —gritó Grudlwyn Gorr—, no conozco ninguna razón por la que
deseéis asesinarme. Pero ya que habéis empezado, por favor, por el amor de Lleu,
¡terminad conmigo!

»—Señor —respondió Pwyll—. Lamento haber hecho lo que os he hecho.
Encontrad a otro que os mate; yo no lo haré.
»—Leales caballeros —exclamó Grudlwyn Gorr—, sacadme de aquí, mi muerte
es segura ahora y ya no podré proporcionaros mi apoyo.
»El hombre que ocupaba el lugar de Arawn se volvió hacia los nobles presentes
y dijo:
»—Subditos míos, poneos de acuerdo entre vosotros y decidid quién me debe
lealtad.
»—Rey nuestro —replicaron los nobles—, todos os la debemos, ya que no hay
más rey en todo Annwfn que vos.
»Y, entonces, le rindieron homenaje todos los presentes y el rey tomó posesión
de las tierras en litigio. Al mediodía del día siguiente, los dos reinos ya estaban en su
poder y se puso en marcha para cumplir su cita con Arawn en el lugar acordado.
Cuando llegó de nuevo a Gly Cuch encontró a Arawn, rey de Annwfn, que lo esperaba.
Y ambos se alegraron de volverse a ver.
»—Que los dioses te recompensen por tu amistad hacia mí —exclamó Arawn—.
Me he enterado de tu éxito.

»—Sí —replicó Pwyll—, cuando lleguéis a vuestros dominios veréis lo que he
hecho por vos.
»—Escúchame pues —repuso Arawn—. En agradecimiento, cualquier cosa que
hayas deseado en mi reino será tuya.
«Entonces Arawn pronunció las arcaicas y misteriosas palabras de nuevo y cada
rey recuperó su apariencia real, tras lo cual ambos se dirigieron a su propio reino.
Cuando Arawn llegó a su corte, se sintió muy contento de volver a encontrarse con su
séquito y su compañía de soldados y también con su hermosa reina, puesto que hacía
un año que no los veía. Pero, por su parte, ellos no habían sentido su falta, de modo
que no hallaron nada de extraordinario en su presencia allí.
»Pasó el día disfrutando intensamente de su continua conversación con su
esposa y sus nobles. Después de la cena y de las diversiones, cuando llegó el
momento de ir a dormir, la reina y él se fueron al lecho. Ambos se metieron en la
cama; al principio, él le habló, luego la acarició cariñosamente y la amó. Ella, que
hacía un año que no había conocido tal cosa se dijo para sí: «¡Palabra de honor! ¡Qué
diferente esta noche de como se ha comportado durante el pasado año!».
»Y se puso a pensar sobre ello durante mucho rato, y seguía meditando cuando
Arawn se despertó y le habló. Al no obtener respuesta de ella, la interpeló de nuevo y
luego una tercera vez; finalmente, le preguntó:
»—Mujer, ¿por qué no me contestas?
»—Te diré la verdad —respondió ella—. ¡No había hablado tanto durante un año
en estas mismas circunstancias!
»—Mi señora. Yo creía que habíamos hablado continuamente.
»—¡Que me muera de vergüenza —replicó la reina— si, durante este último año,
desde el momento en que nos metíamos entre las sábanas, había placer o
conversación entre nosotros, o siquiera me mirabas a la cara! ¡Y menos cualquier otra
cosa!
»"Dioses de la tierra y del cielo —pensó Arawn—, ¡qué hombre tan
extraordinario he encontrado como amigo! Una amistad tan fuerte e inquebrantable
debe ser recompensada." Y le explicó todo lo que había sucedido a su esposa,
relatándole toda la aventura.
»—Confieso —indicó ella cuando él hubo terminado— que en lo que respecta a
luchar contra la tentación y mantenerme fiel a ti, encontraste un magnífico aliado en él.
«Entretanto, Pwyll llegó a su propio reino y empezó a hacer preguntas entre sus
nobles para sondear lo ocurrido durante el último año.
»—Rey y señor —le dijeron—, vuestro criterio nunca fue mejor, nunca habíais
sido más amable y comprensivo, y jamás tan dispuesto a utilizar vuestras ganancias
en bien de vuestro pueblo. A decir verdad, nunca habíais gobernado tan bien como
durante este pasado año. Por consiguiente, os damos las gracias de todo corazón.

»—Oh, no me deis las gracias a mí —replicó Pwyll—, dad las gracias más bien
al hombre que ha realizado estas acciones en mi lugar. —Observó que lo miraban
asombrados y procedió a contarles toda la historia—: He aquí cómo sucedió.
»Y de esta forma, al haber vivido en el Otro Mundo durante un año y haber
gobernado con tanto éxito, y haber unido los dos reinos gracias a su bravura y valor,
se le llamó Pwyll Pen Annwfn, es decir Pwyll, Jefe del Otro Mundo, a partir de
entonces.
»Sin embargo, a pesar de ser un rey apuesto y joven, no tenía reina. Recordó a
la hermosa dama que había sido su reina en el Otro Mundo, y suspiró por ella, dando
paseos por las solitarias colinas que rodeaban su corte.
»Una noche, justo a la hora del crepúsculo, estaba de pie en un montículo,
contemplando su reino, cuando se le apareció un hombre y le dijo:
»—Es característico de este lugar que quien se siente en este montículo sufrirá
una de dos cosas: o bien recibirá una terrible herida y morirá, o presenciará un
prodigio.
»—La verdad es que en mi presente estado, no me importa vivir o morir, pero

podría animarme una visión maravillosa. Por lo tanto, me sentaré en este montículo y
que acontezca lo que deba ser.
»Pwyll se sentó y el hombre desapareció. De pronto vio a una mujer montada en
un magnífico caballo blanco, pálido como la luna cuando se alza sobre los campos en
la época de la cosecha. Iba vestida con telas y sedas de reluciente oro, y cabalgaba
hacia él con paso lento y seguro.
»Bajó del montículo para ir a su encuentro, pero cuando llegó a la carretera que
discurría al pie de la colina, ella se había alejado. La persiguió tan deprisa como pudo,
pero cuanto más intentaba alcanzarla más se distanciaba ella. Por fin, abandonó la
persecución abatido y regresó a su caer.
»No obstante, pensó en aquella visión toda la noche y concluyó:
»—Mañana por la noche me sentaré de nuevo en el montículo y llevaré conmigo
el caballo más rápido del reino.
»Así lo hizo, y una vez más observó a la mujer que se acercaba. Pwyll saltó
sobre la silla de su corcel y lo espoleó para salir a su encuentro. Sin embargo, a pesar
de que ella mantenía su enorme montura a paso majestuoso y lento, cuando Pwyll
llegó al pie de la colina ella ya se hallaba muy lejos. El caballo del rey salió en su
persecución pero, aunque volaba como el viento, no le sirvió de nada, ya que cuanto
más rápido la perseguía, más distancia se interponía entre ellos.
»Pwyll se maravilló ante este hecho extraordinario y dijo:
»—Por Lleu, que es inútil seguir a la dama. No sé de ningún caballo en el reino
que sea más rápido que éste y, sin embargo, no estoy más cerca que cuando empecé.
—Y su corazón se sintió tan desdichado que gritó como invadido por un gran dolor—:
¡Doncella, por el bien del hombre al que más améis, esperadme!
»Al instante la mujer se detuvo y se volvió hacia él, retirando el velo de seda que
le cubría el rostro. Resultaba la mujer más hermosa que nunca había contemplado en
carne mortal, más bella que toda una primavera llena de flores, que la primera nevada
del invierno, que el cielo en pleno verano, que el color dorado del otoño.
»—Os esperaré de buen grado —repuso— y hubiera sido mejor para vuestro
caballo si lo hubieras pedido antes.
»—Mi señora —replicó él respetuosamente—, ¿de dónde venís? Y decidme, si
podéis hacerlo, la naturaleza de vuestro viaje.
»—Señor —exclamó ella con la mayor amabilidad—, viajo con una misión
especial y me alegro de veros

»—Sed bienvenida, entonces —saludó Pwyll, mientras pensaba que la belleza
de todas las doncellas y damas que había visto jamás, era fealdad comparada con su
hermosura—. ¿Cuál, si puedo preguntarlo, es vuestra misión?
»—Por supuesto que podéis: el objeto de mi búsqueda lo constituíais vos.
»Pwyll sintió que su corazón daba un vuelco.
»—Esa resulta una excelente búsqueda desde mi punto de vista. Pero, ¿podéis
decirme quién sois?
»—Puedo y quiero. Soy Rhiannon, hija de Hyfiadd Hen, y se me va a desposar
en contra de mi voluntad. Ya que jamás he deseado a ningún hombre hasta conoceros
a vos. Y si me rechazáis ahora, jamás amaré a nadie más.
»Pwyll no podía creer lo que oía.
»—Hermosa criatura —dijo—, si pudiera escoger entre todas las mujeres de este
mundo y de cualquier otro, siempre os elegiría a vos.
»La doncella sonrió, y brilló tal felicidad en sus ojos que Pwyll sintió como si su
corazón fuese a estallar.
»—Bien, si ésa es vuestra respuesta, concertemos una cita antes de que sea
entregada a ese otro hombre.
»—Acepto cualquier deseo vuestro —repuso Pwyll—, y cuanto antes mejor.
»—Muy bien, Gran Señor —replicó la doncella—. Venid a la corte de mi padre,
donde va a celebrarse una fiesta, y allí podéis pedir mi mano.
»—Lo haré —prometió, y regresó a su corte, donde reunió a su escolta y

emprendió el camino hacia la corte de Hyfiadd Hen, llegando justo al caer la noche.
Pwyll saludó a Rhiannon y a su padre y dijo—: Señor, hagamos que esto se convierta
en un banquete de bodas, ya que, como soberano de este reino, os pido a vuestra hija
como esposa si ella me acepta.
»Hyfiadd arrugó mucho el entrecejo, pero respondió:
»—Muy bien, así sea. Pongo este palacio a vuestra disposición.
»—Que empiece la fiesta —exclamó Pwyll, y se sentó con Rhiannon a su lado.
»Pero apenas si se habían acomodado cuando se oyó una gran conmoción en el
exterior y penetró en el salón un caballero de elevada estatura y aspecto noble,
ricamente vestido. Cruzó el salón y avanzó hasta quedar frente a Pwyll a quien saludó.
»—Bienvenido, amigo; busca un lugar donde sentarte —le invitó Pwyll.
»—No puedo —replicó el hombre—. Soy un suplicante y debo llevar a cabo mi
trabajo primero.
«—Entonces, adelante.
»—Muy bien, señor, mi tarea tiene que ver con vos; he venido a efectuar una
petición.
»—Formúlala pues, y, si está en mi poder, te la concederé de buena gana,
puesto que éste es un día lleno de alegría para mí.
»—¡No! —gritó Rhiannon—. ¡Oh!, ¿por qué habéis respondido así?
»—Ya lo ha hecho, y en presencia de todo el palacio —replicó el desconocido—.
El honor lo obliga a conceder mi petición.
»—Amigo, si amigo eres, dime cuál es tu solicitud —apremió Pwyll, sintiéndose
desesperado.
»—Vos, señor, vais a dormir esta noche con la mujer a la que más amo, y os
pido que ella sea mi mujer, ¡y que esta celebración sea la de mi fiesta nupcial!
»Pwyll se quedó en silencio. No había respuesta posible que no hiciera pedazos
su corazón.
»—¡Quedaos en silencio tanto tiempo como queráis, mi señor! —le espetó
Rhiannon, enojada—, sólo existe una contestación.
»—¡Señora —exclamó Pwyll—, yo no sabía quién era!
»—Es el hombre al que me querían entregar en contra de mi voluntad. Su
nombre es Gwawl, hijo de Clud, y ahora debéis hacer honor a vuestra palabra o caerá
sobre vos alguna desgracia peor.
»—¿Cómo puedo cumplir mi palabra, cuando ello me matará?
»—Quizá haya una forma —dijo ella, y se inclinó para susurrarle al oído.
»—Me haré viejo esperando —gruñó Gwawl.
»El semblante de Pwyll se animó y dijo:
»—No aguardes más. Aunque me apena terriblemente, tendrás lo que pides. —
Se levantó y abandonó el salón en compañía de su anfitrión

»Gwawl lanzó una sonora carcajada y se jactó:
»—Con toda seguridad, no ha habido nunca nadie tan imbécil como él —y ocupó
el lugar de Pwyll junto a la bella Rhiannon, añadiendo—: Que se sirva la comida de mi
banquete nupcial. Esta noche dormiré con mi esposa.
»Pero antes de que pudiera servirse el festín se oyó una gran conmoción al
fondo del salón.
»—¿Quién levanta tanto alboroto? —exigió Gwawl—. Traedle aquí para que me
ocupe de él. —Arrastraron a un hombre vestido de harapos ante él—. ¡Ja! Miradle —
exclamó Gwawl—. ¿Qué haces aquí, pordiosero?
»—Si me lo permitís, señor, tengo un asunto con vos —replicó el desgraciado.
»—¿Qué asunto puedes tener conmigo que la punta de mi bota no pueda
solucionar?
»—Es una petición razonable —replicó el harapiento—, y una que podéis
conceder fácilmente si queréis: una bolsa de comida. Pido sólo por necesidad.
»—La tendrás —replicó Gwawl con altanería. Vio una pequeña bolsa de cuero
que colgaba del cinturón de Rhiannon y se la arrebató de un tirón—. Aquí la tienes —

se mofó—, llénala como quieras.
»Pwyll, que se había disfrazado de pordiosero, la tomó y empezó a llenarla. Pero
no importaba lo mucho que introdujera en su interior, pues ésta no parecía más llena
que al principio. Gwawl, impaciente, hizo una señal a sus criados, quienes se
acercaron y empezaron a meter comida en la bolsa y, sin embargo, ésta seguía igual
de vacía.
»—Mendigo, ¿es que nunca se va a llenar tu bolsa? —preguntó Gwawl, colérico.
»—Nunca, a menos que un noble se levante y la pisotee al tiempo que grita:
«¡Ya hay suficiente!».
»—Hacedlo, Gwawl, y habréis terminado con este asunto —sugirió Rhiannon.
»—De buen grado, si me libera de él.
»Gwawl abandonó su asiento y puso los pies sobre la bolsa y, no bien lo hubo
hecho, aquélla aumentó mágicamente de tamaño, y el mendigo la retorció de tal
manera que Gwawl cayó patas arriba en su interior, luego la cerró y ató los cordones.
Entonces, de debajo de sus harapos sacó un cuerno que hizo sonar. Al instante, una
fiera compañía de soldados irrumpió en el salón. El mendigo se quitó los harapos y
ante ellos apareció Pwyll Pen Annwfn.
»—¡Ayudadme! —gritó el otro desde el interior de la bolsa—, ¿a qué estáis
jugando?
»—Al juego de matar a una alimaña —respondió Pwyll, después de lo cual, sus
hombres empezaron a golpear la bolsa a patadas.
»—Señor —dijo Gwawl—, escuchadme, matarme dentro de esta bolsa no es
muerte para mí.
»Hyfiadd Hen se adelantó muy mortificado y dijo:
»—Tiene razón, Gran Señor. Matarlo dentro de un saco no es una muerte digna
de un hombre. Atendedle.
»—Lo estoy haciendo —repuso Pwyll.
»—Entonces, permitidme que pida la paz —pidió Gwawl—. Poned vuestras
condiciones y las aceptaré.
»—Muy bien, juradme que nunca pediréis reparación ni venganza por lo que os
ha sucedido y vuestro castigo terminará.
»—Tenéis mi palabra.
»—La acepto —replicó Pwyll, y ordenó a sus hombres—: dejadle salir.
»Tras de lo cual se permitió salir a Gwawl de su encierro y éste partió en
dirección a su reino. Se preparó entonces el salón de nuevo para Pwyll y todos se
sentaron para disfrutar de una maravillosa fiesta nupcial. Comieron y se divirtieron y,
cuando llegó el momento de irse a dormir, Pwyll y Rhiannon se fueron al lecho nupcial
y pasaron la noche entre placeres.

TEXTOS DE LAS PIRAMIDES 64

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OBRAS COMPLETAS – FRANZ KAFKA   664

A la verdad, no todos los vigilantes eran capaces de comprender tal
cosa; muchas veces había grupos de vigilantes nocturnos que ejercían
su vigilancia muy débilmente, se juntaban adrede en cualquier rincón y
allí se sumían en los lances de un juego de cartas con la manifiesta intención
de otorgar al ayunador un pequeño respiro, durante el cual, a
su modo de ver, podría sacar secretas provisiones, no se sabía de dónde.
Nada atormentaba tanto al ayunador como tales vigilantes; le atribulaban;
le hacían espantosamente difícil su ayuno. A veces, sobreponíase
a su debilidad y cantaba durante todo el tiempo que duraba aquella
guardia, mientras le quedaba aliento, para mostrar a aquellas gentes
la injusticia de sus sospechas. Pero de poco le servía, porque entonces
se admiraban de su habilidad que hasta permitía comer mientras cantaba.
Muy preferibles eran, para él, los vigilantes que se pegaban a las rejas,
y que, no contentándose con la turbia iluminación nocturna de la sala,
le lanzaban a cada momento el rayo de las lámparas eléctricas de bolsillo
que ponía a su disposición el empresario. La luz cruda no le molestaba;
en general no llegaba a dormir, pero quedar transpuesto un poco
podía hacerlo con cualquier luz, a cualquier hora y hasta con la sola llena
de una estrepitosa muchedumbre. Estaba siembre dispuesto a pasar
toda la noche en vela con tales vigilantes; estaba dispuesto a bromear
con ellos, a contarles historias de su vida vagabunda y a oír, en cambio,
las suyas, sólo para mantenerse despierto, para poder mostrarles de
nuevo que no tenía en la jaula nada comestible y que soportaba el hambre como no podría hacerlo ninguno de ellos.
Pero cuando se sentía más dichoso era al llegar la mañana, y, por su
cuenta, les era servido a los vigilantes un abundante desayuno, sobre el
cual se arrojaban con el apetito de hombres robustos que han pasado
una noche de trabajosa vigilia. Cierto que no faltaban gentes que quisieran
ver en este desayuno un grosero soborno de los vigilantes, pero
la cosa seguía haciéndose, y si se les preguntaba si querían tomar a su
cargo, sin desayuno, la guardia nocturna, no renunciaban a él, pero
conservaban siempre sus sospechas.

JAMES JOYCE
ULISES                       664

El lecho de muerte de mi madre. Vela. El
espejo envuelto en sábanas. Quien me trajo al
mundo yace allí, con párpados de bronce bajo
unas pocas flores baratas. Liliata rutilantium.
Yo lloré solo.
Juan Eglinton miró la enmarañada
luciérnaga de su lámpara.
—El mundo cree que Shakespeare
cometió un error —dijo—y que se zafó de él lo
mejor y lo más ligero que pudo.
—¡Son macanas! —dijo Esteban
groseramente—. Un hombre de genio no comete
errores. Sus errores son voluntarios y los
portales del descubrimiento.

MIGUEL DE CERVANTES   DON QUIJOTE DE LA MANCHA   664

Señores caballeros, si aquí no hay otro remedio sino confesar o morir, y
el señor don Quijote está en sus trece, y vuesa merced, el de la Blanca Luna en
sus catorce, a la mano de Dios, y dense.
Agradeció el de la Blanca Luna con corteses y discretas razones al visorrey
la licencia que se les daba, y don Quijote hizo lo mesmo; el cual, encomendándose
al cielo de todo corazón y a su Dulcinea, como tenía de costumbre al
comenzar de las batallas que se le ofrecían, tornó a tomar otro poco más del
campo, porque vio que su contrario hacía lo mesmo, y, sin tocar trompeta ni
otro instrumento bélico que les diese señal de arremeter, volvieron entrambos a
un mesmo punto las riendas a sus caballos, y, como era más ligero el de la
Blanca Luna, llegó a don Quijote a dos tercios andados de la carrera, y allí le
encontró con tan poderosa fuerza, sin tocarle con la lanza (que la levantó, al
parecer, de propósito), que dio con Rocinante y con don Quijote por el suelo una
peligrosa caída. Fue luego sobre él, y, poniéndole la lanza sobre la visera, le dijo:
—Vencido sois, caballero, y aun muerto, si no confesáis las condiciones de
nuestro desafío.
Don Quijote, molido y aturdido, sin alzarse la visera, como si hablara dentro
de una tumba, con voz debilitada y enferma, dijo:
—Dulcinea del Toboso es la más hermosa mujer del mundo y yo el más
desdichado caballero de la tierra, y no es bien que mi flaqueza defraude esta
verdad; aprieta, caballero, la lanza, y quítame la vida, pues me has quitado la
honra.
—Eso no haré yo, por cierto —dijo el de la Blanca Luna—; viva, viva en su
entereza la fama de la hermosura de la señora Dulcinea del Toboso; que sólo

me contento con que el gran don Quijote se retire a su lugar un año, o hasta
el tiempo que por mí le fuere mandado, como concertamos antes de entrar en
esta batalla.
Todo esto oyeron el visorrey y don Antonio, con otros muchos que allí estaban,
y oyeron asimismo que don Quijote respondió que como no le pidiese
cosa que fuese en perjuicio de Dulcinea, todo lo demás cumpliría como caballero
puntual y verdadero.

 

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