domingo, febrero 01, 2015

CUANDO EL SOL TE ACARICIA LA OREJA.




ESCUCHAR CON EL TERCER OIDO





Mo Yan

Rana     190


Después de que el viento se arremolinase durante unos instantes delante de la tumba de mi madre, se dirigió a la tumba de Wang Renmei, donde habían crecido hermosas plantas silvestres. En ese momento, un oriólido produjo un grito agudo en lo alto de un melocotonero. Fue un grito horroroso, como si fuese el último de toda su vida. En los inmensos campos de melocotoneros, los frutos brillaban maduros. Las tumbas de mi madre y de Wang Renmei estaban en el campo de melocotoneros de nuestra casa. Cogí dos melocotones rojos bien maduros y puse uno en la tumba de mi madre. El otro lo coloqué en la tumba de Wang Renmei. Antes de irme mi padre me dijo:
—Cuando quemes el dinero para los espíritus, no olvides de quemar un poco para Wang Renmei.
En su tumba, le dije desde lo más profundo de mi corazón:
—Wang Renmei, lo siento mucho; no te olvidaré. No olvidaré todos tus méritos. Creo que Leoncita es buena persona, tratará bien a nuestra hija Yanyan. Si la trata mal, me divorciaré. —Quemé el dinero para su espíritu, subí a la bóveda de su tumba y dejé un papel y una piedra encima. Luego, deposité el melocotón como ofrenda.

                                 

Roberto Bolaño
2666                         190

Comieron en un restaurante barato cerca del mercado,
mientras el hermano pequeño de Rebeca vigilaba el carrito en el
cual cada mañana trasladaban las alfombras y la mesa plegable.
Espinoza le preguntó a Rebeca si no era posible dejar el carrito
sin vigilancia e invitar a comer al niño, pero Rebeca le dijo que
no se preocupara. Si el carrito quedaba sin vigilancia lo más
probable era que cualquiera se lo llevara. Desde la ventana del
restaurante Espinoza podía ver al niño subido encima del montón
de alfombras como un pájaro, oteando el horizonte.
–Le voy a llevar algo –dijo–, ¿qué le gusta a tu hermano?
–Los helados –dijo Rebeca–, pero aquí no tienen helados.
Durante unos segundos Espinoza contempló la idea de salir
a buscar helados en otro local, pero la desechó por miedo a
no encontrar a la muchacha cuando volviera. Ella le preguntó
cómo era España.
–Distinta –dijo Espinoza mientras pensaba en los helados.
–¿Distinta de México? –dijo ella.
–No –dijo Espinoza–, distinta entre sí, variada.
De pronto a Espinoza se le ocurrió la idea de llevarle un
sándwich al niño.
–Aquí se llaman tortas –dijo Rebeca–, a mi hermano le
gustan las de jamón.
Parece una princesa o una embajadora, pensó Espinoza. Le
preguntó a la mesera si le podía preparar una torta de jamón y
un refresco.

sutra shurangama   190


                                     



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