Un grupo, comandado por el autoploclamado Duque del Pequeño Egipto, atravesó Europa Occidental en 1417. En base a sus historias este grupo fue considerado un pueblo extranjero forzado a abandonar su país, y sus mandatarios, el duque y sus condes, fueron recibidos con honores y firmaron tratados con emperadores y reyes. Algunos de estos acuerdos establecían que los súbditos del duque del Pequeño Egipto no podían ser juzgados por las leyes de los países visitados, sino por tribunales mixtos en los que la mitad de sus miembros debían pertenecer a la raza egipcia. El rey Segismundo de Hungría, que llegaría a ser coronado emperador del Sacro Imperio Romano, así como el Papa, les brindaron salvoconductos pidiendo a la gente que encontrasen en su peregrinación que les socorriera con dinero.
Uno de los miembros de este exótico grupo, Tomás, conde del Pequeño Egipto, consiguió dinero en varios pueblos de Francia y el 23 de marzo de 1435 llegó a Canfranc, entrando así en España. Según Walter Starkie, un documento conservado en el Archivo Histórico Provincial de Huesca indica que “El rey Alfonso [Alfonso V el Magnánimo] manda a todos sus gobernadores, vicegobernadores, vicarios, alguaciles, jueces, cobradores de impuestos y a todos sus funcionarios, individual y colectivamente, de todos sus dominios, bajo pena de incurrir en su más augusto displacer y en una pena de diez mil florines, que permitan al susodicho Tomás, conde del Pequeño Egipto, con su familia, sus servidores, su oro, plata, baúles, vasos santos y todos los demás efectos, cruzar, entrando y saliendo de sus dominios, sin ningún obstáculo, sea el que sea, o sin que paguen tasa ni peaje alguno. Además, en vista de que el dicho conde y toda su familia han sido expulsados de sus propios dominios, el rey recomienda a su pueblo que los socorra, hasta donde les sea posible, con limosnas y les den ayuda en su peregrinación.”
Esta farsa es conocida en caló como el Jojanó Baró, el Gran Ardid.
Desde entonces muchas cosas han cambiado. Los gitanos se asentaron en Europa pero por su cultura y por la nuestra, por sus recelos y los nuestros, por sus principios y los nuestros, por nuestro control de todos los resortes del poder, gran cantidad de ellos nunca se han llegado a integrar. Tan solo en el ámbito del arte, -en especial de la música y la danza- les hemos reconocido su valía. Y han pagado un alto precio por esa exclusión social.
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