sábado, abril 07, 2012

GUAU-GUAU

   

BORGES-127

Que este verso, que has pedido,
vaya hacia ti, corno enviado
de algún recuerdo volcado
en una tierra de olvido. . .
para insinuarte al oído
su agonía más secreta,
cuando en tus noches, inquieta,
por las memorias, tal vez,
leas, siquiera una vez,
las estrofas del poeta.
¿Yo...? Vivo con la pasión
de aquel ensueño remoto,
que he guardado como un voto,
ya viejo, del corazón.
Y sé en mi amarga obsesión
que mi cabeza, cansada
caerá, recién, libertada
de la prisión de ese ensueño
¡cuando duerma el postrer sueño
sobre la postrer almohada

JAMES JOYCE-ULISES  127

Introducción
Germán García

Os encontráis en esta
habitación que pasa como el campo tras las
ventanillas de un tren. Alguien os habla en
árabe o griego, le contestáis en su idioma. Notad
cómo un detalle del vestido, por ejemplo, os
parece importante, decisivo, como si no llegaseis
ya nunca a limitar el significado de nada, como
si una sola palabra colmase el corazón.
Descended todavía más al fondo del sueño: se os
aparecerá como un relámpago de conciencia
sobre una inmensa vía desconocida. Iréis
presintiendo poco apoco, que es allá lejos, en el
fondo del sueño, en el término de esas fugitivas
claridades del sueño donde se desliza el gran río
de vuestra vida que se mezcla a la del universo,
que es en el cuerpo de esas fugaces sombras, tan

pesadas a veces, coloreadas y sensibles, donde
pasa vuestra historia y la del hombre, que en lo
más hondo de la noche se va a despertar el
mundo, y he aquí Work in Progress: toda la
historia de los hombres, los mitos, todos los
héroes aparecen allí según las articulaciones y
el ritmo de la filosofía de Vico. Ningún punto de
partida útil se sirve de una teoría cómoda, de la
cual no se inquieta mucho por saber si es
verdadera. He aquí a Dublín, y el río Liffey,
Anna Livia la sirvienta, la dulce mujer, la diosa,
y dos lavanderas que cambian algunas palabras
mientras agitan sus trapos, y todas las historias
que caen de la ropa sucia y todos los ríos del
mundo que pasan, se deslizan en sus palabras,

todo el universo líquido, su vida y su música, y
el río océano que también corre, y la noche que
cae lentamente sobre las dos mujeres poco a
poco mudas, metamorfoseadas en piedra y en
árbol. Las palabras contienen los ríos, los ríos

leyendas, los recuerdos, las existencias, el río
siempre nuevo donde ningún pensamiento se
lava dos veces, y la noche desciende en la caída
lenta y cada vez más resbaladiza de las frases,
se extiende sobre el fin del texto, cubre las
voces, apaga el último canto. He aquí, en otra
parte, el sueño del niño, el primer dormir y el
primer sueño, el que no pasa más y hace la
fuente de todos los sueños de la vida, y la dicha,
y la paz, la dulzura del hogar


 

VLADIMIR NABOKOV-CUENTOS   127

El pobre Bachmann estaba
fláccido como una muñeca de trapo y no paraba de meterse los dedos en los oídos.
No dejaba de gritar como si alguien le estuviera haciendo cosquillas. «¡Parad de
hacer ese ruido! ¡Ya vale, ya vale de música!» No puedo concebir qué es lo que le
produjo semejante shock: entre nosotros, nunca amó a aquella desgraciada mujer.
En cualquier caso, ella terminó con él. Después del funeral Bachmann desapareció
sin dejar huella. Todavía se encuentra su nombre, de vez en cuando, en los anuncios
de las casas de piano, pero, en términos generales, está completamente olvidado.
Seis años más tarde el destino nos volvió a reunir. Por un instante, tan sólo. Yo
esperaba un tren en una pequeña estación suiza. Era una tarde espléndida,
recuerdo. Yo no estaba solo. Sí, una mujer... pero ése es otro libreto. Y entonces, no
se lo creerá, veo un grupo de gente que se arremolina en torno a un hombre bajito
que lleva un abrigo negro todo raído y un sombrero también negro. Metía una
moneda en una pianola y no dejaba de llorar desconsoladamente. Metía otra
moneda, escuchaba la melodía enlatada y lloraba. Y entonces, el rollo de la pianola,
o lo que fuera, se rompió. Se puso a golpear la máquina, y a llorar aún más

efusivamente, luego, desistió de su empresa y se fue. Lo reconocí inmediatamente,
pero, como comprenderá, yo no estaba solo. Estaba con una dama, y había gente
por allí, que miraban boquiabiertos. Hubiera resultado extraño acercarme a él y
decirle: «Wie geht's dir, Bachmann?»

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