JAMES JOYCE
ULISES 764
—¡Que su grasa le ahogue! —gritó.
Katey fue hacia el fogón y husmeó con
ojos bizcos.
—¿Qué hay en la olla? —preguntó.
—Camisas —dijo Maggy.
Boody gritó coléricamente:
—¡Bolsa de trapos! ¿No tenemos nada
para comer
Katey, levantando la tapa de la olla con
un extremo de su sucia pollera, preguntó:
—¿Y aquí que hay?
Un vayor pesado se exhaló como
respuesta.
—Sopa de arvejas —dijo Maggy.
—¿Dónde la conseguiste? —preguntó
Katey.
—La hermana María Patricia —dijo
Maggy.
El gritón hizo sonar su campanilla:
—¡Barang!
Boody se sentó a la mesa y dijo con
hambre:
—¡Sírvenos!
Maggy vertió espesa sopa amarilla de la
olla a un tazón. Katey, sentada del lado opuesto
a Boody, dijo muy quieta mientras con la punta
del dedo se llevaba a la boca algunas migas
olvidadas:
—Menos mal que tenemos esto. ¿Dónde
está Dilly?
—Fue a buscar a papá —dijo Maggy.
Boody, rompiendo grandes pedazos de
pan y metiéndolos en la sopa amarilla, agregó:
—Padre nuestro que no estás en los
cielos.
Maggy, vertiendo sopa amarilla en el
tazón de Katey, exclamó:
—¡Boody! ¡Qué vergüenza!
VLADIMIR NABOKOV
Cuentos completos 764
Y en el comedor, en torno al óvalo blanco como la nieve del mantel, se sentaba una
serie de gente, a ninguno de los cuales Mark había visto antes en casa de su novia.
Entre ellos estaba Adolf, atezado, con su cabeza cuadrada; también el anciano de
piernas cortas y barriga prominente que leía una revista médica en el tranvía y que
seguía gruñendo.
Mark saludó a todos ellos con una tímida inclinación de cabeza y se sentó junto a
Klara, y en aquel mismo instante sintió, como un poco antes, un golpe de dolor atroz
que le atravesaba todo el cuerpo. Se retorció y el vestido verde de Klara empezó a
flotar en el aire, disminuyendo hasta convertirse en la pantalla verde de una
lámpara. La lámpara se balanceaba en su cordón. Mark estaba tendido debajo con
aquel dolor imposible destrozando su cuerpo y no distinguía nada salvo la lámpara
que oscilaba, las costillas le estaban aplastando el corazón impidiéndole respirar, y
alguien le doblaba la pierna, se esforzaba por rompérsela, de un momento a otro se
iba a quebrar. Consiguió liberarse de alguna forma, la lámpara volvió a su verde
brillante de nuevo, y Mark se vio a sí mismo sentado un poco más distante, junto a
Klara, y en ese preciso instante en que se vio, se encontró rozando su rodilla contra
la cálida seda de su falda. Y Klara reía, echando la cabeza hacia atrás.
Sintió la urgente necesidad de decirle lo que acababa de pasar, y dirigiéndose a
todos los presentes —el bueno de Adolf, el hombre gordo e irascible— pronunció
con esfuerzo: «El extranjero está ofreciendo sus plegarias en el río...».
Le pareció que había hablado muy claro, y que, aparentemente, todos le habían
entendido... Klara, haciendo un puchero, le acarició en la mejilla: «Pobrecillo, todo
acabará bien...».
Empezó a sentirse cansado y con sueño. Rodeó el cuello de Klara con sus brazos, la
atrajo hacia sí y se quedó tumbado. Y entonces, el dolor volvió a asaltarle y todo se
esclareció.
Mark yacía boca arriba, mutilado y completamente vendado, y la lámpara había
dejado de oscilar. El consabido hombre grueso del bigote, ahora un médico en su
bata blanca, emitía unos sonidos que parecían gruñidos mientras escrutaba la pupila
en los ojos de Mark. ¡Y qué dolor!... Dios, en un momento el corazón se le iba a
quedar empalado en una costilla y estallaría... Dios, en cualquier momento, ya...
Todo esto es estúpido. ¿Por qué no está Klara aquí?
El doctor frunció el ceño y chasqueó la lengua.
Mark ya no respiraba, Mark se había ido —adonde, hacia qué otros sueños, nadie lo
sabe.
Sura 42. Ash-Shura (La Consulta) 764
(19) DIOS es sumamente benévolo con Sus criaturas: da el sustento a quien Él quiere --
¡ pues sólo Él es fuerte, todopoderoso!
(20) A quien desee una cosecha en la Otra Vida, le daremos incremento en su cosecha; y
a quien desee [únicamente] una cosecha en esta vida, le daremos de ella –pero no tendrá
parte en [las bendiciones de] la Otra Vida.24
(21) ¿Es que [esos que desean sólo esta vida] creen en fuerzas que supuestamente tienen
parte en la divinidad de Dios,25 las cuales les imponen como ley moral algo que Dios no ha
sancionado?26
Pero de no ser por el decreto [divino] del juicio final,27 todo habría sido en verdad decidido
entre ellos [en esta vida]:28 realmente, un castigo doloroso aguarda a los malhechores
[en la Otra Vida].
24 E.d., mientras que los que viven rectamente y orientan sus esfuerzos a fines espirituales sin duda habrán
de recibir en el más allá más de lo que esperan, los que dedican sus esfuerzos exclusivamente a fines
mundanos puede que consigan algo –aunque no necesariamente, ni tampoco todo—de lo que se propongan,
y no tendrán razón alguna para esperar una “parte en las bendiciones” que aguardan a los justos en el
más allá.
25 Lit., “Es que tienen asociados [de Dios]” –e.d., “¿creen que fenómenos circunstanciales tales como la
riqueza, el poder, la ‘suerte’, etc., tienen en sí algo divino?”—de lo cual se deduce que la creencia en tales
“fuerzas” está por lo general en la raíz del afán exclusivo de los hombres por metas mundanas. (Acerca de
mi traducción explicativa del término shuraka’ –lit., “asociados” [de Dios]—véase la nota 15 a 6:22.)
26 E.d., lo que hace que se entreguen con fervor casi religioso a algo que Dios desaprueba –a saber, su
afán por metas puramente materialistas y el consiguiente abandono de todos los valores espirituales y
éticos. Acerca de mi traducción de din, en este contexto, por “ley moral”, véase la nota 3 a 109:6.
DON QUIJOTE DE LA MANCHA- 707 764-707=57
Miguel de Cervantes
—Señor caballero, nosotros no conocemos quién sea esa buena señora
que decís; mostrádnosla, que, si ella fuere de tanta hermosura como significáis,
de buena gana y sin apremio alguno confesaremos la verdad que por parte
vuestra nos es pedida.
—Si os la mostrara —replicó don Quijote—, ¿qué hiciérades vosotros en
confesar una verdad tan notoria? La importancia está en que, sin verla, lo
habéis de creer, confesar, afirmar, jurar y defender; donde no, conmigo sois en
batalla, gente descomunal y soberbia. Que, ahora vengáis uno a uno, como
pide la orden de caballería, ora todos juntos, como es costumbre y mala usanza
de los de vuestra ralea, aquí os aguardo y espero, confiado en la razón que
de mi parte tengo.
—Señor caballero —replicó el mercader—, suplico a vuestra merced, en
nombre de todos estos príncipes que aquí estamos, que, por que no encarguemos
nuestras conciencias confesando una cosa por nosotros jamás vista ni
oída, y más siendo tan en perjuicio de las emperatrices y reinas del Alcarria y
Extremadura, que vuestra merced sea servido de mostrarnos algún retrato de
esa señora, aunque sea tamaño como un grano de trigo; que por el hilo se
sacará el ovillo y quedaremos con esto satisfechos y seguros, y vuestra merced
quedará contento y pagado
No hay comentarios:
Publicar un comentario