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viernes, septiembre 14, 2012
EL GRILLO QUE CANTA LOS JUEVES
JAMES JOYCE
ULISES 359
Vendré más tarde y llevaré uno de
esos jabones. ¿Cuánto cuestan?
—Cuatro peniques, señor.
El señor Bloom se llevó un pan a la nariz.
Dulce cera alimonada.
—Voy a llevar éste —dijo—. Con eso son
tres chelines y un penique.
—Sí, señor. Lo puede pagar todo junto,
señor, cuando vuelva.
—Bueno —dijo el señor Bloom.
Salió del negocio sin apresurarse, el
bastón de diario bajo el sobaco, el frescoenvuelto
jabón en la mano izquierda.
Al sobaco le dijeron la voz y la mano de
Bantam Lyons:
—Hola, Bloom, ¿qué noticias hay? ¿Es de
hoy? Veámoslo un minuto.
Se afeitó otra vez el bigote, ¡por Júpiter!
Largo y frío sobrelabio. Para parecer más joven.
De veras que está fragante. Más joven que yo. Vladimir Nabokov 359 LOLITA
Lo espiritual y lo físico se habían fundido en nosotros con perfección tal
que no puede sino resultar incomprensible para los jovenzuelos materialistas,
rudos y de mentes uniformes, típicos de nuestro tiempo. Mucho después de su
muerte sentía que sus pensamientos flotaban en torno a los míos. Antes de
conocernos ya habíamos tenido los mismos sueños. Comparamos anotaciones.
Encontramos extrañas afinidades. En el mismo mes de junio del mismo año
(1919), un canario perdido había revoloteado en su casa y la mía, en dos países
vastamente alejados. JORGE LUIS
BORGES
COMPLETAS 359
A la contemplación de la eternidad, al mundo de las formas universales
quiere exhortar este pasaje del quinto libro: Que los hombres
a quienes maravilla este mundo —su capacidad, su hermosura,
el orden de su movimiento continuo, los dioses manifiestos
o invisibles que lo recorren, los demonios, árboles y animales eleven
el pensamiento a esa Realidad, de la que todo es la copia.
Verán ahí las formas inteligibles, no con prestada eternidad sino
eternas, y verán también a su capitán, la Inteligencia pura, y la
Sabidufía inalcanzable, y la edad genuina de Cronos, cuyo nombre
es la Plenitud. Todas las cosas inmortales están en él. Cada
intelecto, cada dios y cada alma. TOROTUMBO MIGUEL ANGEL ASTURIAS 359
La música de Torotumbo se oía cada vez más lejos, indicio de que se iban alejando de la ciudad a todo lo que daba aquella masa sólida, compacta, lanzada por calles empedradas. Perduto, se dijo con el aliento, prendido a alguno de los helados fierros del respaldo, apretados los dientes para no morderse la lengua en uno de los tantos saltos mortales del vehículo, y como si no le fuera bastante alentarlo, se lo respiró encima, perduto, cuando uno de los enmascarados dio a entender que lo llevaba a donde el jefe. En un país con más cuerpos de Policía que dedos en las manos, desde el infantil hasta el de los jaguares que cazaba campesinos a dentelladas de perro, no cabía duda que lo conducían ante alguno de los muchos verdugos policiales. Se puso un cigarrillo en los labios, aprovechando que el jeep estabilizaba su marcha sobre el camino en cuesta, pero, lejos de serenarse, el humo le radiografió las más negras sospechas en el cielo de la boca, regándole como sombra de sabor amargo, el pensamiento de que se hubiera descubierto el atentado. Perduto, no por él, qué importancia tenía un hombre más o menos en un mundo en que todos estaban jugando a la desesperada, sino por el trabajo realizado para hacer volar la casa del alquilador de disfraces.
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