martes, noviembre 06, 2012

NI SE COMPRA NI SE VENDE

 

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JAMES JOYCE
ULISES           356

¿Qué hora será? Y cuarto. Tiempo de sobre todavía.
Mejor hacer preparar esa loción. ¿Dónde es?
¡Ah!, sí, la última vez. En lo de Sweny, Plaza
Lincoln. Los farmacéuticos rara vez se mudan.
Sus frascos verdes y dorados en forma de boya
son demasiado pesados para andar moviéndolos.
La de Hamilton Long fundada en el año del
diluvio. Cerca de allí el cementerio hugonote.
Visitarlo algún día.Caminó hacia el sur a lo largo de la
Westland Low. Pero la receta está en los otros
pantalones. ¡Oh!, y me olvidé ese llavín también.
Al demonio con este asunto del entierro. ¡Oh!,
bueno, pobre hombre, él no tiene la culpa.
¿Cuándo fue que la hice preparar la última vez?
Veamos: me acuerdo que cambié un soberano.
Debe de haber sido el primero o el dos del mes.
¡Oh!, puede buscarlo en el libro de recetas El farmacéutico volvió página tras
página. Se diría que tiene olor a pasas. Cráneo
encogido. Y viejo. Búsqueda de la piedra
filosofal. Los alquimistas. Las drogas hacen
envejecer después de exaltar la mente. Letargo
después. ¿Por qué? Reacción. Toda una vida en
una noche. Cambia gradualmente tu carácter.

 

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VLADIMIR NABOKOV
Cuentos completos 

La aguja del almirantazgo                 356

Me reñía porque no me gustaba una estrofa sonora en la que, después de identificar su pasión al arco
de un violín, el autor compara a su amada con una guitarra.
A propósito de guitarras, señora, usted escribe que «por las noches los jóvenes se
reunían y Olga se sentaba a la mesa y cantaba con su rica voz de contralto». Muy
bien, una muerte más, una víctima más de su prosa suntuosa. Y sin embargo, ¡cómo
adoraba los ecos de aquella tziganshchina tan de moda que le llevaba a Katya a cantar y a mí a componer versos! Bien sé yo que no era el arte auténtico de los gitanos, aquel que entusiasmaba a Pushkin, y más tarde a Apollon Grigoriev, sino
una musa que apenas respiraba ya, cansada y sentenciada a muerte; todo contribuía
a su ruina: el gramófono, la guerra y una serie de canciones diversas sediciosamente
calificadas de zíngaras. Razón tuvo Blok, en uno de sus habituales raptos
providenciales, en escribir todas y cada una de las palabras que le venían a la mente
en su recuerdo de la lírica zíngara, como si estuviera apresurándose para ganarle
tiempo a la muerte antes de que fuera demasiado tarde.
¿Tendré que decirle lo que aquellos broncos murmullos y quejas significaban para
nosotros? ¿Tendré que revelarle la imagen de un mundo distante y extraño donde:
Las ramas péndulas del sauce duermen
Rozando casi el estanque,
donde, en lo profundo de los matorrales de lilas,
El ruiseñor solloza su pasión,y donde todos los sentidos están dominados por el recuerdo del amor perdido, ese
malvado rey del romanticismo seudogitano? A Katya y a mí también nos hubiera
gustado perdernos en los recuerdos, pero, como todavía no teníamos nada que
recordar, fingíamos perdernos en la lejanía del tiempo para retroceder después
hasta nuestra inmediata felicidad. Transformábamos todo lo que veíamos en
monumentos a nuestro todavía inexistente pasado intentando mirar un sendero del
jardín, la luna, los sauces llorones, con los mismos ojos con los que ahora —
conscientes ya de nuestras pérdidas irreparables— podíamos contemplar aquella
vieja balsa anegada de agua en el estanque, aquella luna sobre el establo de las
vacas Supongo que incluso, gracias a una inspiración más bien vaga, nos estábamos
preparando con antelación para ciertas cosas, ejercitando nuestra memoria,
imaginando un pasado distante y practicando la nostalgia, de forma que luego,
cuando el pasado existiera realmente para nosotros, supiéramos cómo enfrentarnos
a él sin perecer bajo su carga.

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La vida y la muerte me
están desgastando      MO YAN    356

Huzhu corrieron hacia donde se encontraba Diao Xiaosan, que apenas se mantenía con vida después de una
operación chapucera, mientras permanecía tumbado detrás del albaricoquero, retorciéndose y
sangrando hasta la muerte. Hubo un tiempo en el que la simple mención de ese árbol romántico te
habría hecho soltar espuma por la boca hasta desmayarte. Pero ahora podíamos ponerte en la
tierra que se extiende justo por debajo de él y tú, como un veterano curtido en mil batallas,
suspirarías emocionado ante la visita de un antiguo campo de batalla. Cuando estamos ante el
gran curandero de la vida que es el tiempo, no importa lo intenso que sea el tormento, ya que tarde o temprano todas las heridas se terminan por curar. Maldita sea, yo por entonces no era más que un condenado cerdo, así que no cabe lugar para esa actitud sombría.
En cualquier caso, como iba diciendo, Baofeng y Huzhu llegaron para acudir en ayuda de
Diao Xiaosan. Me aparté a un lado, llorando como si se tratara de un viejo y querido amigo. Al
principio, como yo, pensaban que había muerto, pero luego descubrieron que su corazón todavía
latía, aunque de manera apenas imperceptible. Baofeng intervino inmediatamente, sacó una
jeringuilla de su equipo médico y aplicó a Diao Xiaosan tres inyecciones consecutivas: una
estimulante, otra coaguladora de la sangre y otra de glucosa, todas ellas diseñadas para su
aplicación en los seres humanos. Pero quiero que me prestes atención sobre cómo tu hermana
cosió la herida que tenía el verraco. Como carecía de aguja e hilo quirúrgicos, se volvió a Huzhu,
que sacó inteligentemente un alfiler de su blusa. Ya sabes que las mujeres casadas siempre llevan
alfileres en su ropa o en el pelo. Pero ¿qué podían utilizar como hilo? Mientras su rostro se
ruborizaba, Huzhu dijo:
—¿Qué te parece un cabello mío? ¿Crees que serviría?
—¿Tu cabello? —preguntó Baofeng, ligeramente incrédula.
—Sí, mi cabello tiene capilares en su interior.
—Cuñada —dijo Baofeng sin ocultar su emoción—, tu cabello deber reservarse para gente
como el Muchacho de Oro o la Muchacha de Jade, no para un cerdo.
—Escucha, hermana —dijo Huzhu con creciente agitación—, mi cabello no es más digno
que el de un buey o el de un caballo. Si no fuera por mi peculiaridad, me lo habría cortado hace
tiempo. Y, aunque no se puede cortar, al menos se puede arrancar.
—¿Estás segura, cuñada? Baofeng tenía sus dudas, pero Huzhu no vaciló un instante y arrancó dos hebras del cabello
más misterioso y valioso que haya en el mundo, de aproximadamente metro y medio de longitud,
de color dorado oscuro —en aquella época, un cabello de ese color se consideraba especialmente
deslucido, mientras que ahora se considera un signo de belleza y elegancia— y más grueso que el
cabello normal, hasta el punto de que a simple vista parecía tener un peso considerable. Huzhu
enhebró uno de los pelos y entregó la aguja a Baofeng, que limpió la herida con yodo, agarró la
aguja con un par de pinzas y cosió la herida con el milagroso cabello de Huzhu

 

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