lunes, noviembre 05, 2012

JURAMENTO

 

        

GRAVES, ROBERT LA DIOSA BLANCA   112

En Grecia e Italia,  la diosa Venus se
convirtió en Santa Venera, la diosa Artemisa en Santa Arternidos, los dioses Mercurio y
Dioniso en Santos Mercourios y Dionisio, y el dios Sol Helios en San Elías. En Irlanda,
cuando San Columcille fundó su iglesia en Derry («Madera de Roble») se mostró «tan
renuente a derribar ciertos árboles sagrados que volvió su oratorio hacia el norte en vez
de hacia el este»; hacia el norte, es decir haciá Caer Arianrhod. Y cuando estaba en
Escocia declaró que «aunque temía la Muerte y el Infierno, el ruido de un hacha en el
bosquecillo de Derry le asustaba todavía más». Pero el período de la tolerancia no duró
mucho tiempo; cuando los príncipes irlandeses perdieron el privilegio de designar los
obispos entre los miembros de su clan, y los iconoclastas fueron políticamente lo
bastante fuertes para iniciar su tarea virtuosa, las hachas se levantaron y cayeron sobre
todas las colinas sagradas

La condición humana:  André Malraux    112

Un cuarto de hora más sobre el río, para ver ascender la ciudad en la noche. Por fin Han-Kow.
Unos pousses esperaban en el muelle; pero la ansiedad de Kyo era demasiado grande para que
pudiese permanecer inmóvil. Prefirió caminar: la concesión británica, que Inglaterra había
abandonado en enero, y los grandes bancos mundiales cerrados pero no ocupados... «Extraña
sensación la de la angustia: sentimos en el ritmo del corazón que se respira mal, como si
respirásemos con el corazón...» Cada vez se hacía más fuerte que la lucidez. En la esquina de una
calle, en el claro de un gran jardín, lleno de árboles en flor, grises en la bruma de la noche,
aparecieron las chimeneas de las manufacturas del Oeste. Sin humo. De todas cuantas veía, sólo las
del arsenal se hallaban en actividad. ¿Era posible que Han-Kow, la ciudad de la cual los comunistas
del mundo entero esperaban la salvación de China, estuviese en huelga?

EL CRIMEN DE UN ACADÉMICO
ANATOLE FRANCE                     112

—¡Qué gusto! —nos dijo—. Me alegra ver correr el agua del río. ¡Hace pensar en tantas cosas!
Al quitarse la señorita Préfére el sombrero, dejó ver sobre la frente sus bucles rubios; mi criada retiró con brusquedad aquel sombrero y dijo que no era decoroso esparcir los pingajos sobre los muebles. Después se acercó a Juanita, y al preguntarla si quería quitarse la manteleta y el sombrero, la llamó afectuosamente su señorita. La niña se los entregó a Teresa, y un busto encantador y un talle perfecto destacaron gallardamente sus contornos sobre el cuadro luminoso del balcón. Entonces yo hubiera querido que la contemplase alguien más que una criada vieja, una maestra de escuela rizada como un borrego y un infeliz archivero paleógrafo.
—¿Mira usted el Sena? —la dije—. Brilla mucho al sol.
—Sí —respondió—. Parece una llama que se desliza. Pero vea usted a lo lejos cuánta frescura extiende, cómo refleja los sauces de sus orillas, que le dan sombra. Aquel rinconcito me atrae

Lolita
Vladimir Nabokov             112

La mujer suspiró, frunció el ceño y después juntó las grandes manos
regordetas con aire de «vayamos al grano» y volvió a fijar en mí las cuentas de
sus ojos.
—Dolly Haze –dijo– es una niña encantadora, pero el comienzo de su
maduración sexual parece perturbarla.
Asentí ligeramente. ¿Qué otra cosa podía hacer?
—Aún vacila –dijo la señorita Pratt explicándose con sus manos con
manchas provocadas por el hígado– entre la zona anal y genital de desarrollo.
Esencialmente, es una encantadora cri...
—Perdón –interrumpí–. ¿Qué zonas?

Sura 3. Al Imran (La Casa de Imrán)    112

(75) Y ENTRE los seguidores de revelaciones anteriores hay algunos que, si les confías un tesoro,
te lo devuelven [fielmente] y otros que si les confías una pequeña moneda de oro, no te la
devuelven si no es atosigándoles.

DON QUIJOTE DE LA MANCHA  Miguel de Cervantes     112

—Sea por lo que fuere —dijo don Quijote—, que más fío de tu amor y de
tu cortesía; y así, has de saber que esta noche me ha sucedido una de las más
extrañas aventuras que yo sabré encarecer; y, por contártela en breve, sabrás
que poco ha que a mí vino la hija del señor deste castillo, que es la más apuesta
y fermosa doncella que en gran parte de la tierra se puede hallar. ¿Qué te
podría decir del adorno de su persona? ¿Qué de su gallardo entendimiento?
¿Qué de otras cosas ocultas, que, por guardar la fe que debo a mi señora
Dulcinea del Toboso, dejaré pasar intactas y en silencio? Sólo te quiero decir
que, envidioso el cielo de tanto bien como la ventura me había puesto en las
manos, o quizá (y esto es lo más cierto), que, como tengo dicho, es encantado
este castillo, al tiempo que yo estaba con ella en dulcísimos y amorosísimos
coloquios, sin que yo la viese ni supiese por donde venía, vino una mano pegada
a algún brazo de algún descomunal gigante y asentóme una puñada en las
quijadas, tal, que las tengo todas bañadas en sangre, y después me molió de
tal suerte que estoy peor que ayer cuando los gallegos, que, por demasías de
Rocinante, nos hicieron el agravio que sabes. Por donde conjeturo que el tesoro
de la fermosura desta doncella le debe de guardar algún encantado moro,
y no debe de ser para mí.

 

                                                               

 

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