Graves, Robert Rey Jesús 376
Adán se prepara para la realeza. Mira, descansa bajo una retama
antes de su vigilia.
-No: es Elías quien allí reposa. Porque así está escrito.
-No es así; aquí Adán, durante su vigilia, domestica a las bestias salvajes que vienen
contra él.
-No: Adán las domestica en el Edén. Porque así está escrito.
-No es así, pues aquí Adán es ungido rey de Hebrón.
-No: Samuel unge a David rey de Israel. Porque así está escrito.
-No es así, pues aquí se hacen los preparativos para la fiesta del matrimonio de Adán
con mi señora, la segunda Eva.
La vida y la muerte me
están desgastando MO YAN 376
Comencé a retroceder, cada vez más, sin dar a esas bestias la
oportunidad de desplegarse y rodearnos. Los conté y eran nueve, machos y hembras, y todos ellos
pesaban por lo menos doscientos jin. Tenían unos hocicos largos, duros y ridículos, orejas
puntiagudas como las de los lobos y cerdas afiladas. Su negra y aceitosa piel delataba lo bien alimentados
que estaban y el olor que emitían me hacía ver su cruda y salvaje potencia. Por
entonces yo pesaba quinientos jin y era tan grande como un bote de remos. Después de haber
experimentado la existencia de los hombres, de los burros y de los bueyes, me había vuelto astuto
y fuerte y ninguno de ellos habría sido rival para mí de uno en uno, pero en un combate contra
nueve al mismo tiempo no tenía la menor oportunidad. En lo único que podía pensar en aquel
momento era en retroceder, en seguir retrocediendo, hasta llegar al borde del agua, donde podía
dejar que Pequeña Flor huyera nadando. Después, yo me giraría y lucharía con toda la
inteligencia y el valor que pudiera. Dado que se alimentaban con una dieta exclusiva de cerebros
y huevas de pescado, la inteligencia de esos animales estaba casi a la par de la de los zorros, así
que lo más probable era que no iba a poder engañarles con mi estrategia. Observé cómo dos
jabalíes me asediaban por la espalda para poder rodearme antes de alcanzar el agua. Me di cuenta
de que la retirada era un callejón sin salida, que había llegado el momento de pasar al ataque, de
amagar hacia el este y atacar hacia el oeste para poder romper el círculo y huir hacia el extenso
centro del banco de arena del río
VLADIMIR NABOKOV
Cuentos completos 376
Utilicé no sólo el látigo sino también un método famoso y de
larga historia, del que me avergüenza entrar en detalles, sobre todo porque lo he
utilizado de una forma bastante más que bastante equivocada. Sin embargo, la
primera vez surtió efecto: un cierto signo sacramental realizado con los dedos
juntos, propio de un cierto culto religioso, fúe realizado por mí a unos pocos
centímetros del compacto grupo de demonios rozándoles apenas como con un
hierro candente con un silbido suculento, a la vez agradable y un punto repugnante;
ante lo cual, retorciéndose de dolor con sus quemaduras, mis picaros tunantes se
dispersaron y cayeron con pequeños golpes al suelo. Pero cuando repetí el
experimento con otro grupo nuevo, el efecto no fue el mismo sino mucho más débil
y después dejaron de reaccionar por completo, esto es, poco a poco fueron
desarrollando una cierta inmunidad... pero basta ya. Con una carcajada —¿y qué
otra cosa me quedaba?—, yo pronunciaba un rotundo «T'foo!» (la única
exclamación, por cierto, que la lengua rusa ha tomado prestada del léxico
demoníaco; ver también la alemana Teufel), y, sin desvestirme, me metía en la cama
(sobre las sábanas, desde luego, porque tenía miedo de encontrarme con
inesperados compañeros de almohada).
JAMES JOYCE
ULISES 376
Sé bueno con Athos,
Leopoldo, es mi último deseo. Tu voluntad sea
cumplida. Los obedecemos en el sepulcro. Un
garabato agonizante. Se lo tomó a pechos, se
consumió. Bestia tranquila. Los perros de los
señores viejos generalmente lo son.
Una gota de lluvia le escupió en el
sombrero. Se hizo atrás y vio la regada de un
chaparrón sobre las baldosas grises. Separadas.
Notable. Como a través de un colador. Me lo
imaginé. Recuerdo ahora que mis botines
crujían.—Cambio de tiempo —dijo
apaciblemente.
—Es una lástima que se haya
descompuesto —agregó Martín Cunningham.
—Es necesario para el campo —dijo el
señor Power—. Ahí está saliendo el sol otra vez.
El señor Dedalus, atisbando a través de
sus anteojos el sol velado por las nubes, lanzó
una muda imprecación al cielo.
—Es tan variable como el trasero de un
chico.
—Estamos en marcha otra vez.
Las ruedas anquilosadas del coche
giraron de nuevo y los troncos de los pasajeros
se balancearon dulcemente. Martín
Cunningham se retorció con más rapidez la
punta de la barba.
MITOLOGIA DEL CABELLO
http://thehistoryofthehairsworld.com/mitologia_del_cabello.html#buda
No hay comentarios:
Publicar un comentario