lunes, enero 20, 2014

AMERICA.

 

La caza del carnero salvaje
HARUKI MURAKAMI                  218

El territorio estaba situado entre dos montañas, que se unían formando
un ángulo de sesenta grados. Por el centro lo cruzaba el río, que había
excavado una profunda barranca. Ciertamente, parecía el último rincón del
mundo. Por la superficie de la tierra se enmarañaban los matorrales de bambú,
mientras que inmensos bosques de coníferas extendían sus raíces hasta las
entrañas del suelo. Lobos, alces, osos, ratas almizcleras y pájaros de todos los
tamaños pululaban por doquier en busca de alimento. Las cigarras y los
mosquitos abundaban extraordinariamente.
—¿De veras piensan quedarse aquí? —preguntó desconcertado el joven
ainu.
—Por supuesto —respondieron los campesinos.
Nunca se ha sabido por qué, pero el hecho es que el joven no volvió a su
tierra natal, sino que permaneció junto a los colonos. Quizá se debiera a la
curiosidad de ver cómo acababa aquello, según conjetura del autor (el cual,
ciertamente, abusaba un poco de las conjeturas). No obstante, de no ser por la
presencia del joven, resulta dudoso que los colonos se hubieran bastado a sí
mismos para pasar aquel invierno. El muchacho les enseñó a conocer las raíces
comestibles, cómo protegerse de la nieve, el modo de pescar en el río helado, el
arte de poner trampas para lobos, la manera de hacer huir a los osos en el período
previo a su hibernación, la ciencia de predecir el tiempo según soplara el
viento, el modo de evitar los sabañones, la técnica culinaria para preparar
suculentos asados de raíces de bambú, el truco para conseguir que los abetos
cayeran en una determinada dirección al talarlos... A la postre, todos reconocieron
su valía, y el joven recuperó la confianza en sí mismo. Andando el tiempo,
se casó con la hija de uno de los colonos, tuvo tres hijos e incluso tomó un
nombre japonés. Así que Luna Llena Menguante dejó de existir
.

JORGE LUIS BORGES
OBRAS COMPLETAS               218

resolver sin escándalo el problema del mal, mediante
la hipotética inserción de una serie gradual de divinidades entre
el no menos hipotético Dios y la realidad. En el sistema examinado,
esas derivaciones de Dios decrecen y se abaten a medida que
se van alejando, hasta fondear en los abominables poderes que
borrajearon con adverso material a los hombres. En el de Valentino
—que no dio por principio de todo, el mar y el silencio—,
una diosa caída' (Achamoth) tiene con una sombra dos hijos, que
son el fundador del mundo y el diablo. A Simón el Mago le
achacan una exasperación de esa historia: el haber rescatado a
Elena de Troya, antes hija primera de Dios y luego condenada
por los ángeles a trasmigraciones dolorosas, de un lupanar de
marineros en Tiro.1 Los treinta y tres años humanos de Jesucristo
y su anochecer en la cruz no eran suficiente expiación para los
duros gnósticos
.

MIGUEL DE CERVANTES  don quijote de la mancha  218

—¡Ay, señor mío!, ¿no me conoce vuestra merced? Pues míreme bien, que
yo soy aquel mozo Andrés que quitó vuestra merced de la encina donde estaba
atado.
Reconociole don Quijote y, asiéndole por la mano, se volvió a los que allí
estaban y dijo:
—Porque vean vuestras mercedes cuán de importancia es haber caballeros
andantes en el mundo que desfagan los tuertos y agravios que en él se hacen
por los insolentes y malos hombres que en él viven, sepan vuestras mercedes
que los días pasados, pasando yo por un bosque, oí unos gritos y unas voces
muy lastimosas, como de persona afligida y menesterosa; acudí luego, llevado
de mi obligación, hacia la parte donde me pareció que las lamentables voces
sonaban, y hallé atado a una encina a este muchacho que ahora está delante,
de lo que me huelgo en el alma, porque será testigo que no me dejará mentir
en nada. Digo que estaba atado a la encina, desnudo del medio cuerpo arriba,
y estábale abriendo a azotes con las riendas de una yegua un villano, que después
supe que era amo suyo; y así como yo le vi, le pregunté la causa de tan
atroz vapulamiento; respondió el zafio que le azotaba porque era su criado, y
que ciertos descuidos que tenía nacían más de ladrón que de simple. A lo cual
este niño dijo: «Señor, no me azota sino porque le pido mi salario». El amo
replicó no sé qué arengas y disculpas, las cuales, aunque de mí fueron oídas,
no fueron admitidas. En resolución, yo le hice desatar, y tomé juramento al
villano de que le llevaría consigo y le pagaría un real sobre otro, y aun sahumados.
¿No es verdad todo esto, hijo Andrés? ¿No notaste con cuánto imperio
se lo mandé y con cuánta humildad prometió de hacer todo cuanto yo le
impuse, y notifiqué y quise? Responde, no te turbes ni dudes en nada; di lo que
pasó a estos señores, porque se vea y considere ser del provecho que digo
haber caballeros andantes por los caminos.
—Todo lo que vuestra merced ha dicho es mucha verdad —respondió el
muchacho—; pero el fin del negocio sucedió muy al revés de lo que vuestra
merced se imagina.
—¿Cómo al revés?, replicó don Quijote—; ¿luego no te pagó el villano?
—No solo no me pagó —respondió el muchacho—, pero así como vuestra
merced traspuso del bosque y quedamos solos, me volvió a atar a la mesma
encina y me dio de nuevo tantos azotes, que quedé hecho un San Bartolomé
desollado. Y a cada azote que me daba me decía un donaire y chufeta acerca de hacer burla de vuestra merced, que, a no sentir yo tanto dolor, me riera de
lo que decía. En efecto, él me paró tal, que hasta ahora he estado curándome
en un hospital del mal que el mal villano entonces me hizo. De todo lo cual
tiene vuestra merced la culpa, porque, si se fuera su camino adelante y no
viniera donde no le llamaban ni se entremetiera en negocios ajenos, mi amo se
contentara con darme una o dos docenas de azotes, y luego me soltara y pagara
cuanto me debía. Mas como vuestra merced le deshonró tan sin propósito y
le dijo tantas villanías, encendiósele la cólera, y como no la pudo vengar en
vuestra merced, cuando se vio solo descargó sobre mí el nublado, de modo que
me parece que no seré más hombre en toda mi vida.
—El daño estuvo —dijo don Quijote— en irme yo de allí, que no me había
de ir hasta dejarte pagado; porque bien debía yo de saber, por luengas experiencias,
que no hay villano que guarde palabra que diere, si él vee que no le
está bien guardalla. Pero ya te acuerdas, Andrés, que yo juré que, si no te pagaba,
que había de ir a buscarle y que le había de hallar, aunque se escondiese
en el vientre de la ballena.
—Así es la verdad —dijo Andrés—, pero no aprovechó nada.
—Ahora verás si aprovecha —dijo don Quijote

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