sábado, enero 25, 2014

EL DEDO EN LA LLAGA.

 

 

                                     Un rayo cae en la mano de la imagen del Cristo Redentor. Foto: Antonio Lacerda. EFE

GRAVES, ROBERT LA DIOSA BLANCA    160

Las puntas de mis dedos comenzaron a picarme y cuando hice
que sostuvieran una pluma, reconstruyeron el encantamiento original del siguiente
modo:
Poderes de los árboles, puntas de los dedos,
primer grupo de cinco de los cuatro,
descubrid todo lo que vuestro poeta pide
tamborileando en su frente.
Espiga de abedul, pulgar palpitante,
con el poder de la adivinación,
abedul, tráele noticias de amor;
el corazón late fuertemente.
Vara de fresno, dedo índice,
con el poder de la adivinación
descífrale un enigma;
entrégale la clave.
Fresno, dedo del medio,
con el poder de la adivinación
hábil en el pronóstico, tonto de otro modo,
distribúyelo entre los vientos.
Aliso, dedo médico,
con el poder de la adivinación
diagnostica todas las enfermedades
de una mente dudosa.
Vara de sauce, dedo de la oreja,
con el poder de la adivinación

obliga a hacer confesiones a la boca
de un cadáver consumido.
Puntas de los dedos, cinco tártagos,
árboles, que adivinan la verdad,
descubrid todo lo que vuestro poeta pide
tamborileando en su frente.

Graves, Robert El Vellocino de Oro      160

Para
poner punto final al festival de la Primavera, se celebraba un acto de amor místico entre Pasífae, la Vaca-Luna, y Minos, el Toro-Sol, que se materializaba públicamente, después de un intrincado baile ritual, mediante la unión carnal de las ninfas de Ariadna con los hombres-toro, que llevaban puestos sus disfraces cornudos. A continuación la gran sacerdotisa sacrificaba al Minotauro sin
piedad, y la sangre que chorreaba de su garganta se recogía en una vasija y se guardaba en unaánfora de dos asas, junto con las lágrimas derramadas por las ninfas por la muerte de su  compañero de juego cornudo. Luego se rociaban algunas gotas de esta sangre, bien diluida en agua, con plumas de cola de cuco, sobre los innumerables árboles frutales de la isla, para que produjesen abundantes cosechas: un encantamiento de enorme virtud.
-Dédalo era famoso por su ingenio. Se le atribuyen muchos inventos asombrosos, incluyendo el arte de fundir estatuas en sólido bronce mediante el sistema de la cera perdida. Incluso se dice que fabricó unas alas artificiales que podía batir como las de un pájaro y sostenerse con ellas en el aire.
Pero sea cual sea la verdad de esta historia, lo cierto es que en la arena de Cnosos consiguió burlar al Minotauro, aunque le tocó ser el primero en entrar en la plaza, y además era cojo y ya había pasado su juventud; ninguno de los otros diecinueve que entraron después de él consiguieron esquivar los curvados y penetrantes cuernos. El Minotauro había aprendido a tratar a todos los
hombres como sus enemigos, y a respetar únicamente a las mujeres; además, cuando salía al galope del oscuro establo donde había estado encerrado sin comida ni agua, le clavaban desde arriba un alfiler de plata en el lomo para avivar su cólera.
-Dédalo no escapó de él volando hacia Atenas con sus alas artificiales, como nos quisieron hacer creer todos los trovadores mal informados.
-Tampoco se hizo una madriguera en la plaza para poderse esconder; pues sobre el suelo de piedra solamente había arena suficiente para que no resbalaran los pies y para absorber la sangre derramada. Fue otro el plan que ideó para escapar.
-Sabía que en las dehesas sagradas existían unas hermas, unos pilares blancos de cabeza redondeada cuya colocación había decretado la diosa porque eran símbolos de fertilidad que infundían vigor en los toros. Los toros no prestaban ninguna atención a estas hermas, porque constituían el mobiliario familiar de sus pastos. El truco de Dédalo fue hacerse pasar por una de estas hermas. La habitación del palacio en el que estaba recluido tenía las paredes enyesadas; rompió una cornisa de este yeso blanco, la redujo a polvo con las manos y blanqueó las ropas de alegres colores que le habían
proporcionado. También se blanqueó las manos, los pies la cara y el cabello, y cuando lo bajaron a la arena, justo antes de soltar al Minotauro, se acercó cojeando a un altar de piedra, se subió encima,
se tapé la cabeza con un trozo de tela que había rasgado de su túnica, y permaneció tan inmóvil como una herma. El toro no advirtió la presencia de Dédalo y corrió por la plaza mugiendo y buscando en vano un punto débil en la barrera. El olor de los hombres lo enfurecía, y ansiaba
sembrar la muerte entre los espectadores. Cuando las ninfas de Ariadna entraron corriendo, como siempre, para apartar el cadáver con sus pies y realizar sus ejercicios acrobáticos, encontraron que Dédalo aún estaba vivo. Los guardias del palacio lo escoltaron a un lugar seguro.
-Gracias a sus bromas y sus inventos, Dédalo pronto se ganó el respeto de todos los de palacio y el favor de la gran sacerdotisa. Para ella construyó, entre otros extraños juguetes, una estatua de la diosa para el santuario del palacio, con extremidades y ojos que se movían, de modo que parecía tener vida propia, y también un hombre mecánico, llamado Talo, que ejecutaba los movimientos de un soldado cuando está de guardia.
-Durante el año que siguió a este acontecimiento Minos se volvió celoso de Dédalo y, valiéndose de algún pretexto, lo confinó en el calabozo del palacio. No obstante, Dédalo escapó sin ninguna

-Tampoco se hizo una madriguera en la plaza para poderse esconder; pues sobre el suelo de piedra solamente había arena suficiente para que no resbalaran los pies y para absorber la sangre derramada. Fue otro el plan que ideó para escapar.
-Sabía que en las dehesas sagradas existían unas hermas, unos pilares blancos de cabeza redondeada cuya colocación había decretado la diosa porque eran símbolos de fertilidad que infundían vigor en los toros. Los toros no prestaban ninguna atención a estas hermas, porque constituían el mobiliario familiar de sus pastos. El truco de Dédalo fue hacerse pasar por una de estas hermas. La habitación del palacio en el que estaba recluido tenía las paredes enyesadas; rompió una cornisa de este yeso blanco, la redujo a polvo con las manos y blanqueó las ropas de alegres colores que le habían
proporcionado. También se blanqueó las manos, los pies la cara y el cabello, y cuando lo bajaron a la arena, justo antes de soltar al Minotauro, se acercó cojeando a un altar de piedra, se subió encima, se tapé la cabeza con un trozo de tela que había rasgado de su túnica, y permaneció tan inmóvil como una herma. El toro no advirtió la presencia de Dédalo y corrió por la plaza mugiendo y buscando en vano un punto débil en la barrera. El olor de los hombres lo enfurecía, y ansiaba sembrar la muerte entre los espectadores. Cuando las ninfas de Ariadna entraron corriendo, como siempre, para apartar el cadáver con sus pies y realizar sus ejercicios acrobáticos, encontraron que Dédalo aún estaba vivo. Los guardias del palacio lo escoltaron a un lugar seguro.

JORGE LUIS BORGES—OBRAS COMPLETAS   160

EL PUÑAL
A Margarita Bunga
En un cajón hay un puñal.
Fue forjado en Toledo, a fines del siglo pasado; Luis Melián
Lafinur se lo dio a mi padre, que lo trajo del Uruguay; Evaristo
Carriego lo tuvo alguna vez en la mano.
Quienes lo ven tienen que jugar un rato con él; se advierte
que hace mucho que lo buscaban; la mano se apresura a apretar
la empuñadura que la espera; la hoja obediente y poderosa juega
con precisión en la vaina.
Otra cosa quiere el puñal.
Es más que una estructura hecha de metales; los hombres lo
pensaron y lo formaron para un fin muy preciso; es, de algún
modo, eterno, el puñal que anoche mató a un hombre en Tacuarembó
y los puñales que mataron a César. Quiere matar, quiere
derramar brusca sangre.
En un cajón del escritorio, entre borradores y cartas, interminablemente
sueña el puñal su sencillo sueño de tigre, y la mano
se anima cuando lo rige porque el metal se anima, el metal que
presiente en cada contacto al homicida para quien lo crearon
los hombres.
A veces me da lástima. Tanta dureza, tanta fe, tan impasible
o inocente soberbia, y los años pasan, inútiles.


 

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