TEXTOS DE LAS PIRAMIDES 18
ELLOS SALUDAN AL SOL
Miguel de Cervantes
DON QUIJOTE DE LA MANCHA 707
918-707=211
Mi suerte ha sido tan buena en hallar al señor don Quijote, que ya me cuento y
tengo por reina y señora de todo mi reino, pues él, por su cortesía y magnificencia,
me ha prometido el don de irse conmigo dondequiera que yo le llevare,
que no será a otra parte que a ponerle delante de Pandafilando de la Fosca
Vista para que le mate y me restituya lo que tan contra razón me tiene usurpado;
que todo esto ha de suceder a pedir de boca, pues así lo dejó profetizado
Tinacrio el Sabidor, mi buen padre; el cual también dejó dicho y escrito, en
letras caldeas o griegas, que yo no las sé leer, que si este caballero de la profecía,
después de haber degollado al gigante, quisiese casarse conmigo, que yo
me otorgase luego, sin réplica alguna, por su legítima esposa, y le diese la posesión
de mi reino, junto con la de mi persona.
—¿Qué te parece, Sancho amigo? —dijo a este punto don Quijote—. ¿No
oyes lo que pasa? ¿No te lo dije yo? Mira si tenemos ya reino que mandar y
reina con quien casar.
El Vellocino De Oro
Robert Graves 363
363*3=1089-918=171
Iba contando una broma sobre cada uno de los argonautas por turno. Primero habló de
Linceo, cuya vista era tan aguda que podía leer a través de un roble los pensamientos de un
escarabajo que paseaba por el otro lado; luego de Butes, que conocía el nombre y linaje de todas sus abejas y que lloraba si alguna no regresaba a la colmena por si se la había tragado una golondrina; de Admeto, a quien Apolo sirvió como criado, pero a quien sólo se le ocurría pedirle: «Traéme salchichas, por favor»; de Eufemo el nadador, que retó a un atún a hacer una carrera alrededor de la isla de Citera y que la hubiera ganado si el pez no hubiese hecho trampa; de Calais y Zetes, que corrían tan de prisa que siempre llegaban a su meta un poquitín antes de sonar la palabra «¡Ya!» y que en una ocasión persiguieron a un grupo de arpías bajando por el mar de Mármara, atravesando el Egeo y Grecia hasta llegar a las islas Estrófades; de Periclimeno el mago, nacido durante un eclipse, que podía convertirse en cualquier bestia o insecto que quisiera, pero que un día quedó transformado en un burrito tan joven que no recordaba cómo volver a cobrar forma humana; de Mopso e Idmón, que preferían la conversación de los pájaros a la de las personas, incluyéndose a si
mismos; de Ifito, que pintó en las paredes interiores de una casa de Fócide una escena tan llena de vida de la caza del ciervo que, por la noche, la presa, los podencos y los cazadores salieron todos corriendo y desaparecieron por el humero del techo; de Jasón, que era tan apuesto que las mujeres se desmayaban al verle y había que reanimarías con el olor de plumas quemadas. Pero Orfeo tuvo buen cuidado de burlarse también de sí mismo, como había hecho con los demás: contó cómo en un valle de Arcadia un gran número de árboles se desarraigaron y le siguieron dando extraños pasitos mientras él iba cantando sin pensar «Venid a un país mejor, venid a Tracia».
La vida y la muerte me
están desgastando mo yan 605
918-605=313
Jinlong se puso de pie y avanzó dando tumbos, como uno de esos
muñecos tentempié. Cuando Mo Yan salió por la puerta, la luz de la luna
iluminó su cabeza afeitada y la convirtió en un melón dulce. Yo estaba observando a los dos chalados desde mi escondite situado detrás del árbol,
terriblemente preocupado de que Jinlong se pudiera caer sobre la correa
del generador y ser machacado por el motor. Afortunadamente, eso no
sucedió. En su lugar, avanzó sobre ella y luego retrocedió.
—¡Loco! —gritó—. ¡Loco! Todo el mundo se ha vuelto completamente
loco.
Cogió una escoba que se encontraba en una esquina y la arrojó hacia
fuera, y a ella le siguió un cubo de estaño que se utilizaba para guardar el
combustible diésel, cuyo olor se extendió bajo la luna llena y se mezcló
con el aroma de las flores del albaricoquero. Jinlong se tropezó sobre el
generador y se agachó como si fuera a entablar una conversación con la
turbina. ¡Ten cuidado, hijo!, grité para mis adentros mientras mis músculos
se tensaban y me preparaba para acudir a su rescate si fuera necesario.
Estaba tan agachado que su nariz casi tocaba la correa. ¡Ten cuidado, hijo!
Un centímetro más y te quedarás sin nariz. Pero esa desgracia tampoco
sucedió. Colocó la mano sobre el acelerador y lo apretó hasta el fondo. El
generador comenzó a chillar como un hombre cuando se le aprietan las
pelotas.
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