domingo, diciembre 11, 2011

TUTHANKAMON EN EL BERNABEU

                                   

 

BORGES-810

Todo (como suele ocurrir en los sueños) era un poco
distinto; una ligera magnificación alteraba las cosas. Elegíamos
autoridades; yo hablaba con Pedro Henríquez Ureña, que en la
vigilia ha muerto hace muchos años. Bruscamente nos aturdió
un clamor de manifestación o de murga. Alaridos humanos y
animales llegaban desde el Bajo. Una voz gritó; ¡Ahí vienen! y
después ¡Los Dioses! ¡Los Dioses! Cuatro a cinco sujetos salieron
de la turba y ocuparon la tarima del Aula Magna. Todos aplaudimos,
llorando; eran los Dioses que volvían al cabo de un destierro
de siglos. Agrandados por la tarima, la cabeza echada hacia
atrás y el pecho hacia adelante, recibieron con soberbia nuestro
homenaje. Uno sostenía una rama, que se conformaba, sin
duda, a la sencilla botánica de los sueños; otro, en amplio
ademán, extendía una mano que era una garra; una de las
caras de Jano miraba con recelo el encorvado pico de Thoth.
Tal vez excitado por nuestros aplausos, uno, ya no sé cual,
prorrumpió en un cloqueo victorioso, increíblemente agrio, con
algo de gárgara y de silbido. Las cosas, desde aquel momento,
cambiaron.
Todo empezó por la sospecha ' (tal vez exagerada) de que los
Dioses no sabían hablar. Siglos de vida fugitiva y feral habían
atrofiado en ellos lo humano; la luna del Islam y la cruz de
Roma habían sido implacables con esos prófugos. Frentes muy
bajas, dentaduras amarillas, bigotes ralos de mulato o de chino
y belfos bestiales publicaban la degeneración de la estirpe olímpica.
Sus prendas no correspondían a una pobreza decorosa y

decente sino al lujo malevo de los garitos y de los lupanares
del Bajo. En un ojal sangraba un clavel; en un saco ajustado
se adivinaba el bulto de una daga. Bruscamente sentimos que
jugaban su última carta, que eran taimados, ignorantes y crueles
como viejos animales de presa y que, si nos dejábamos ganar por
el miedo o la lástima, acabarían por destruirnos.
Sacamos los pesados revólveres (de pronto hubo revólveres en
el sueño) y alegremente dimos muerte a los Dioses.

JAMES JOYCE-ULISES I    675 PÁGS  810-675=135

Tomó un cigarrillo de la cigarrera abierta.
Lenehan, encendiéndoselo con rápida gracia,
dijo:
—¡Silencio para mi último acertijo!
Imperium romanum —dijo dulcemente J.
J. O'Molloy—. Suena más noble que Británico o
Britano. La palabra le hace recordar a uno en
alguna forma la grasa en el fuego.
Myles Crawford sopló violentamente
hacia el techo su primera bocanada.
—Así es —dijo—. Somos la grasa.
Ustedes y yo somos la grasa en el fuego. No
tenemos siquiera las ventajas de una bola de
nieve en el infierno.
LA GRANDEZA QUE FUE ROMA

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