sábado, diciembre 17, 2011

EL P A I S D E D O S

 

                                                        

                 escanear0023

                      Zapatero y Rajoy culminaron ayer el traspaso de poderes 

 

                   Forges 

VLADIMIR NABOKOV
Cuentos completos

Batir de alas                  675   708-675=33

Dejó a un lado el periódico, se llevó a la frente su puño enorme y de nuevo sintió la
mirada de alguien fija en su persona. Entonces salió despacio de la habitación,
esquivando las piernas lectoras, por delante de la mandíbula abierta y naranja de la
chimenea. Se perdió por los pasillos ruidosos, y se encontró inesperadamente en un
salón donde las patas blancas y curvas de las butacas se reflejaban en el parquet del
suelo, y donde colgaba un gran cuadro de Guillermo Tell haciendo blanco en la
manzana que su hijo sostenía en la cabeza; a continuación examinó con
detenimiento la tristeza de su rostro recién afeitado, las venillas rojas de sus ojos, su
pajarita de cuadros, en un cuarto de baño resplandeciente donde el agua
borboteaba musicalmente y una colilla dorada abandonada por alguien flotaba en
el fondo de porcelana

Don Campbell EL EFECTO MOZART  261    261*3=783-708=75

Una carrera de bicicleta transcontinental que se corrió ha-ce poco al ritmo de música, entre Santa Mónica (California) y Nueva York, marcó el récord mundial de 9 días, 23 horas y 15 minutos. Un ciclista comentó que escuchar cintas de música instrumental destinada a sincronizar la acti-vidad cardiovascular y muscular mejoró en un 25 por ciento su rendimiento en carrera de fondo.21 Actualmente se venden cintas de «música sincronizada para alto rendimiento» para correr, trotar, esquiar y otras actividades que re-quieren vigor y que tienen sus propios cadencia y ritmo. (Tenga presente que estas cintas se pueden escuchar a volumen suave durante los ejercicios para no dañar los oídos.)

Haruki Murakami 1Q84   683    708-683=23

Por fin abrió los ojos, se centró y observó su mano derecha, agarrada al borde de
la mesa. Confirmó que el mundo no se había desintegrado, que él seguía estando allí
y seguía siendo el mismo. Aún sentía cierto entumecimiento, pero aquélla era su
mano derecha, sin duda. También olía a sudor. Era un olor extrañamente salvaje,
como el que se percibe delante de la jaula de alguna bestia en los zoológicos. Sin
embargo, aquél era el olor que él mismo desprendía, no cabía duda.
Tenía sed. Tengo estiró la mano, alcanzó el vaso de la mesa y bebió la mitad del
agua, prestando atención a no derramarla. Una vez que descansó y recobró el aliento,
se bebió la otra mitad. Su mente regresó, progresivamente, a su sitio, y sus sentidos
volvieron a la normalidad. Depositó el vaso vacío sobre la mesa y se secó los labios
con el pañuelo.

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