martes, septiembre 18, 2012

PALABROTAS

 

GALGOS-PODENCOS-QUIMERAS-CUNETAS-P.PREFERENTES-NIÑOS ROBADOS-RESCATE-OLVIDO.

                                                           

    

 

JAMES JOYCE
ULISES                     712

Él reposa, libre de
paternidad, habiendo legado ese patrimonio
místico a su hijo. Calandrino de Boccaccio fue el
primero y último hombre que se sintió preñado.
La paternidad, es el sentido del engendramiento
consciente, es desconocida para el hombre. Es
un patrimonio místico, una sucesión apostólica,
del único engendrador al único engendrado.
Sobre ese misterio, y no sobre la madona que el

astuto intelecto italiano arrojó al populacho de
Europa, está fundada la iglesia y fundada
inmutablemente, porque fundada, como el
mundo, macro y microcosmo, sobre el vacío.
Sobre la incertidumbre, sobre la improbabilidad.
Amor matris genitivo subjetivo y objetivo, puede
ser lo único cierto de esta vida. La paternidad
puede ser una ficción legal. ¿Quién es el padre
de hijo alguno que hijo alguno deba amarlo o él
a hijo alguno?
¿Adónde demonios quieres ir a parar?
Yo sé. Cállate. ¡Maldito seas! Tengo mis
razones.
Amplius. Adhuc. Iterum. Postea.
¿Estás condenado a hacer esto?
—Están separados por una vergüenza
carnal tan categórica que los anales criminales
del mundo, manchados con todos los incestos y
bestialidades, apenas registran su brecha. Hijos
con madres, padres con hijas, hermanas
lesbianas, amores que no se atreven a decir su

nombre, sobrinos con abuelas, presidiarios con
ojos de cerraduras, reinas con toros premiados.
El hijo no nacido aún daña la belleza: nacido
trae dolor, divide el afecto, aumenta la zozobra.
Es un varón: su crecimiento es la declinación de
su padre, su juventud la envidia de su padre, su
amigo el enemigo de su padre.
En la rue Monsieur—le—Prince lo pensé.
—¿Qué los une en la naturaleza? Un
instante de ciego celo.
¿Soy padre yo? ¿Si lo fuera?
Encogida mano incierta.
Saberio el Africano, el más sutil
heresiarca de todas las bestias del campo,
afirmaba que el Padre era Él mismo. Su Propio
Hijo. El bulldog de Aquino, para quien palabra
alguna será imposible, lo refuta. Bueno: si el
padre que no tiene un hijo no es el padre,
¿puede el hijo que no tiene un padre ser un hijo?
Cuando Rutlandbaconsouthamptonshakespeare
u otro poeta del mismo nombre en la comedia de errores escribió Hamlet él no era simplemente el
padre de su propio hijo, sino que, no siendo más
un hijo, era y se sentía el padre de toda su raza,
el padre de su propio abuelo, el padre de su
nieto no nacido aún, quien por la misma razón
nunca nació porque la naturaleza, como el señor
Magee la entiende, detesta la perfección.
Los Eglintonojos, vivos de placer miraron
hacia arriba tímidamente brillantes. Mirando
alegremente, un regocijado puritano, a través de
la torcida eglantina.
Adula. Sutilmente. Pero adula.
—Él mismo su propio padre —Mulligan
hijo se dijo—. Espera. Estoy preñado. Tengo un
feto en el cerebro. ¡Palas Atenea! ¡Un drama! ¡El
drama es lo que importa! ¡Déjenme parir!
Ciñó su panzuda frente con ambas manos
para ayudar al parto.

 

                                                            

VLADIMIR NABOKOV
Cuentos completos       675   712-675=37

—No puedo seguir así —murmuró a la almohada, doblando las piernas desolado.
Se quedó quieto, tumbado de espaldas y mirando al techo, a los pálidos destellos
que habían penetrado en la habitación, tan cortantes como sus costillas.
Cuando cerró los ojos de nuevo, unas chispas silenciosas comenzaron a deslizarse
delante de él, y luego dieron paso a espirales transparentes que se iban
desenrollando sin cesar. Los ojos de nieve de Isabel y también su ardiente boca
destellaron a su paso, y luego, de nuevo volvieron las chispas y las espirales. Por un
momento su corazón se contrajo en un nudo lacerante. Luego, se relajó y dio un
fuerte latido.
No puedo seguir así, me voy a volver loco. Sin futuro, nada más que un muro negro.
No queda nada.
Tenía la impresión de que las serpentinas de colores se iban deslizando por su
rostro, crujiendo y rasgándose en jirones estrechos. De que las linternas japonesas
circulaban en ondas de colores por el parquet. Y él mismo estaba bailando,
avanzando un poco más.
Si tan sólo pudiera aflojarla, abrirla... Luego...
Y la muerte le pareció un sueño que planeaba, una caída complaciente. Sin
pensamientos, sin palpitaciones, sin dolor.
Los rayos de luna que formaban vigas en el techo se habían desplazado
imperceptiblemente. Unos pasos cruzaron silenciosos el pasillo, en algún lugar

chirrió una cerradura, se oyó un débil zumbido; y de nuevo, pasos, el murmullo y el
susurro de los pasos.
Eso quiere decir que el baile ha terminado, pensó Kern. Le dio la vuelta a su
almohada para ventilarla.
Ahora, todo era un inmenso silencio que gradualmente iba adquiriendo tonos
gélidos. Sólo se movía su corazón, tenso y pesado. Kern tanteó la mesilla, localizó la
jarra de agua, y bebió un trago directamente del pico de la jarra. Un chorro helado
le escaldó el cuello y la clavícula.
Empezó a pensar en métodos para conciliar el sueño. Se imaginó unas olas que se
montaban rítmicamente hacia la orilla de la costa. Y luego unas ovejas grises y
gordas que muy despacio iban saltando y cayendo por una cerca. Una oveja, dos,
tres...
Isabel está durmiendo en la puerta de al lado, pensó Kern. Isabel está despierta, y
lleva probablemente un pijama amarillo. El amarillo le sienta bien. Un color español.
Si rascara con las uñas la pared me oiría. Malditas palpitaciones...

Se quedó dormido justo en el momento en que había empezado a decidir si valía o
no la pena encender la luz y ponerse a leer un rato. Tengo una novela francesa ahí
encima del sillón. El cuchillo de marfil se desliza cortando las páginas. Una, dos...
Se despertó en mitad de la habitación; le despertó una sensación de terror
insoportable. El terror le había hecho saltar de la cama. Había estado soñando que
la pared contra la que se apoyaba su cama empezaba a derrumbarse despacio sobre
su cuerpo, y había saltado como una exhalación para librarse del desplome.
Kern encontró el cabecero al tacto y habría vuelto a la cama inmediatamente de no
haber sido por el ruido que oyó a través de la pared. De momento no sabía muy bien
de dónde procedía el ruido, y la misma acción de escuchar con atención hizo que su
conciencia, presta a deslizarse por las pendientes del sueño, recobrara
abruptamente la lucidez. El ruido se produjo de nuevo: un tañido vibrante, seguido
por la rica sonoridad de las cuerdas de una guitarra.

OBRAS COMPLETAS – FRANZ KAFKA  712

–¡Cómo, cazador Gracchus! ¿Hace siglos que viajas en esa lancha vieja?

–Hace mil quinientos años.

–¿Y siempre en este barco?

–Siempre en esta barca. Creo que ésta es la forma apropiada de llamarla. No sabes mucho de navegación, ¿no?

–No, nunca me ocupé de eso, hasta que no te conocí, hasta que no subí a tu barco.

–Nada de disculpas. Yo también soy de tierra adentro. No era marino, no quise serlo; mis amigos fueron el bosque y la montaña, y ahora soy el más viejo de los marinos, el cazador Gracchus, genio tutelar de los marineros, al que ora el grumete en las noches borrascosas, retorciendo las manos. No te rías.

–¿Reírme? De veras que no. Con gran agitación me paré ante la puerta de tu camarote, con gran agitación en mi corazón, entré. Tu natural amable me tranquiliza un poco, pero nunca podría olvidar de quién soy huésped.

–De acuerdo. De todas formas, soy el cazador Gracchus. ¿Quieres beber de mi vino? La marca me es desconocida, pero es denso y dulce; el patrón me atiende bien.

–Aún no, por favor. Estoy demasiado nervioso. Tal vez más adelante, si me toleras hasta entonces. Además no me atrevo a beber de tu vaso.- ¿Quién es el patrón?

–El dueño de la barca. Estos patrones son personas excelentes. Sólo que no los entiendo. Y no me refiero a la lengua, aunque a menudo

tampoco la entiendo. Pero eso es secundario. He aprendido tantos idiomas en el correr de los siglos que podría ser intérprete entre los hombres de la antigüedad y los contemporáneos. Sino que lo que no logro comprender son sus razonamientos. Quizá tú me los puedas explicar.

–No tengo muchas esperanzas. ¿Cómo podría yo enseñarte algo, si comparado contigo soy un niño de pecho?

–No; definitivamente no. ¿Me harías el favor de portarte de un modo un poco más seguro, más íntegro? ¿Qué hago con un huésped que es una sombra? Lo soplo por la escotilla, al agua. Necesito explicaciones diferentes. Tú que rondas por ahí, tal vez me las puedas dar.

   

Miguel de Cervantes
DON QUIJOTE DE LA MANCHA  707   712-707=5

 

    A nuestro aventurero todo cuanto pensaba,
veía o imaginaba, le parecía ser hecho y pasar al modo de lo que había leído,
luego que vio la venta se le representó que era un castillo con sus cuatro torres
y chapiteles de luciente plata, sin faltarle su puente levadiza y honda cava, con
todos aquellos adherentes que semejantes castillos se pintan.
Fuese llegando a la venta que a él le parecía castillo, y a poco trecho de ella
detuvo las riendas a Rocinante, esperando que algún enano se pusiese entre las
almenas a dar señal con alguna trompeta de que llegaba caballero al castillo.
Pero, como vio que se tardaban y que Rocinante se daba prisa por llegar a la
caballeriza, se llegó a la puerta de la venta y vio a las dos distraídas mozas que
allí estaban, que a él le parecieron dos hermosas doncellas o dos graciosas
damas que delante de la puerta del castillo se estaban solazando. En esto sucedió
acaso que un porquero, que andaba recogiendo de unos rastrojos una
manada de puercos, que, sin perdón, así se llaman, tocó un cuerno, a cuya
señal ellos se recogen, y al instante se le representó a don Quijote lo que deseaba,
que era que algún enano hacia señal de su venida; y así, con extraño contento,
llegó a la venta y a las damas. Las cuales, como vieron venir un hombre
de aquella suerte armado, y con lanza y adarga, llenas de miedo se iban a
entrar en la venta; pero don Quijote, coligiendo por su huida su miedo, alzándose
la visera de papelón y descubriendo su seco y polvoroso rostro, con gentil
talante y voz reposada les dijo:
—Non fuyan1100 las vuestras mercedes ni teman desaguisado alguno, ca a la
orden de caballería que profeso non toca ni atañe facerle a ninguno, cuanto
más a tan altas doncellas como vuestras presencias demuestran

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