JORGE LUIS BORGES
OBRAS COMPLETAS 732
Para los europeos y americanos,
hay un orden —un solo orden— posible: el que antes llevó el
nombre de Roma y que ahora es la cultura del Occidente. Ser
nazi (jugar a la barbarie enérgica, jugar a ser un viking, un tártaro,
un conquistador del siglo xvi, un gaucho, un piel roja)
es, a la larga, una imposibilidad mental y moral. El nazismo
adolece de irrealidad, como los infiernos de Erígena. Es inhabitable;
los hombres sólo pueden morir por él, mentir por él, matar
y ensangrentar por él. Nadie, en la soledad central de su yo, puede
anhelar que triunfe. Arriesgo ésta conjetura: Hitler quiere ser
derrotado. Hitler de un modo ciego, colabora con los inevitables
ejércitos que lo aniquilarán, como los buitres de metal y el
dragón (que no debieron de ignorar que eran monstruos) colaboraban,
misteriosamente, con Hércules.
VLADIMIR NABOKOV
Cuentos completos 732
Su excesiva familiaridad con la cocaína le había destrozado la mente; las pequeñas llagas del
interior de su nariz le empezaban a comer el tabique nasal.
Cuando reía, sus dientes relampagueaban en un estallido blanco, y gracias a esta
sonrisa de marfil ruso se había granjeado las simpatías de los otros dos camareros,
Hugo, un berlinés rubio y fuerte, encargado de cobrar las comidas, y el pelirrojo
Max, de nariz afilada y aspecto de zorro, cuyo cometido era llevar el café y la
cerveza a los distintos compartimientos. En los últimos tiempos, sin embargo, Luzhin
sonreía menos.
En las horas de recreo cuando las olas cristalinas de la droga estallaban contra él,
penetrando sus pensamientos con su resplandor y transformando la menudencia
más mínima en un milagro etéreo, anotaba con esfuerzo en una hoja de papel las
distintas medidas que pensaba tomar para averiguar el paradero de su mujer.
Mientras emborronaba las cuartillas con todas esas sensaciones todavía felizmente
vivas, sus anotaciones le parecían sobremanera importantes y también correctas.
Por la mañana, sin embargo, cuando la cabeza le estallaba y la camisa se le ceñía
pegajosa al cuerpo, miraba con expresión de asco y aburrimiento sus notas confusas
y su letra irregular. Recientemente, sin embargo, una nueva idea había venido a
ocupar sus pensamientos. Empezó a elaborar con diligencia un plan para su muerte;
dibujaba una especie de gráfico en el que indicaba los altos y bajos de su sentido
del miedo; y por fin, como para simplificar las cosas, se ponía una fecha fija, la
noche entre el primer y el segundo día de agosto. Lo que le interesaba no era tanto
la muerte misma sino todos los detalles que la precedían, y se metía tanto en los
detalles que la muerte misma se le olvidaba.
OBRAS COMPLETAS – FRANZ KAFKA 732
No vive por su existencia personal, no piensa en razón de su propio pensamiento. Es como si viviera y pensara bajo la presión de una familia para la cual, a pesar de ser enormemente rica en energías vitales y de pensamiento, él constituye una necesidad, en virtud de una ley desconocida. Por esta familia y por estas leyes desconocidas es imposible despedirlo.
El pecado original, la vieja culpa del hombre, consiste en el reproche que formula y en que reincide, de haber sido él la víctima de la culpa y del pecado original.
Frente a las vitrinas de Cassinelli dos niños bien vestidos (un niño de unos seis años y una niña de siete), hablaban de Dios y del pecado. Me detuve tras ellos. La niña, tal vez católica, sólo consideraba pecado mentir a Dios. El niño, quizá protestante, preguntaba empecinado qué era entonces mentir a los hombres o robar.
–También un enorme pecado –dijo la niña–, pero no el más grande. Sólo los pecados contra Dios son los verdaderamente grandes; para los pecados contra los hombres tenemos la confesión. Si me confieso, aparece el ángel a mis espaldas; pero si peco aparece el diablo, aunque no se lo vea.–Entonces la niña, como cansada de tanta seriedad, se volvió y dijo en broma: –¿Ves? No hay nadie detrás de mí.
El niño, a su vez, se volvió y me vio.
–¿Ves? –dijo sin tener en cuenta que yo lo oía–, detrás de mí está el diablo.
James Joyce
Ulises 437 732-437=295
BELLO
(satírico) Por el día pondrás a remojo y restregarás nuestra ropa interior maloliente también cuando nosotras
las señoras nos sintamos indispuestas, y fregarás nuestros retretes con el vestido remangado y un paño
de cocina atado a la cola. ¿Verdad que estará muy bien? (le coloca un anillo de rubí en el dedo) ¡Vamos,
aquí tienes! Con este anillo me convierto en tu dueño. Di, gracias, ama.
BLOOM
Gracias, ama.
BELLO
Harás las camas, me prepararás la tina, vaciarás los orinales de todas las habitaciones, incluyendo el de la
vieja Mrs. Keogh la cocinera, uno de color rojizo. Ah, y enjuágalos bien los siete, oye, o te los vas a relamer
como si fuera champán. Calentitos. ¡Venga! Estarás a lo que te manden o te sermonearé por tus fechorías,
Miss Ruby, y te daré una buena zurra en el pompi, señorita, con el cepillo del pelo. Se te enseñará lo
equivocado de tus modales. Por la noche tus bien hidratadas manos empulseradas llevarán guantes de cuarentaitrés
botones recién empolvados de talco y con las puntas de los dedos delicadamente perfumadas. Por
tales favores caballeros de tiempos atrás dieron sus vidas. (ríe entre dientes) Mis chicos estarán tremendamente
encantados de verte hecha toda una dama, el coronel, sobre todo, cuando vengan aquí la noche antes
de la boda para hacerle mimitos a mi nueva atracción de tacones dorados. Primero te probaré yo mismo. Un
hombre que conozco del oficio que se llama Charles Alberta Marsh (estaba con él en la cama hace un momento
y con otro señor de la secretaría del Ministerio de justicia) está buscando muchacha para todo a precio
de ganga. Saca el pecho. Sonríe. Deja caer los hombros. ¿Qué ofertan? (señala) Por este lote. Entrenada
por el dueño para atraer y gozar, banasto en la boca. (se desnuda el brazo y lo hunde hasta el codo en la
vulva de Bloom) ¡Aquí no hacéis pie! ¿Qué me decís, chicos? ¿Os la pone eso tiesa? (le mete el brazo en la
cara a un postor) ¡Venga, mojad la cubierta y limpiadla bien!
Haruki Murakami 1Q84 683 732-683=49
El cuerpo de Miyama se quedó yerto y, poco a poco, fue perdiendo fuerza. Como
cuando una pelota de baloncesto se desinfla. Manteniendo la presión del dedo índice
sobre el punto en la nuca del hombre, lo tendió boca abajo sobre el escritorio. Tenía la
cara apoyada sobre los documentos, a modo de almohada, y el resto del cuerpo
tendido de costado en el escritorio. Los ojos estaban abiertos, aún con expresión de
sorpresa. Parecía que había sido testigo en el último momento de algo enigmático e
inaudito. No se percibía miedo, ni dolor. Tan sólo puro asombro. Algo anormal había
sucedido en su cuerpo. Pero no podía comprender de qué se trataba. Desconocía si era dolor, picazón, placer o algún tipo de revelación. En el mundo existen diversas
maneras de morir, pero probablemente no existiese ninguna tan placentera.
«Tal vez sea una muerte demasiado placentera para alguien como tú», pensó
Aomame frunciendo el ceño. «Ha sido demasiado sencillo. Quizá debería haberte
partido dos o tres costillas con un hierro cinco, infligirte bastante dolor y después
darte el golpe de gracia. Ésa es la muerte de perro idónea para un hijo de puta. Eso
fue lo que le hiciste a tu mujer. Desgraciadamente, yo no tenía otra elección. La
misión que me habían encomendado era enviarte al infierno en secreto, de manera
rápida, pero certera. Y ahora he ejecutado mi misión. Hace un minuto este hombre
estaba vivito y coleando. Ahora está muerto. Sin haberse dado cuenta siquiera, ha
franqueado el umbral que separa la vida de la muerte.»
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