DESGRACIA
J. M. COETZEE 160
Parece haberse creado un vínculo entre él y las dos ovejas persas, aunque no acierta a saber cómo. No se trata de un vínculo basado en el afecto. Ni siquiera se trata de un vínculo que lo una a esas dos ovejas en concreto, a las que ni siquiera sabría distinguir en medio de un rebaño en un prado. No obstante, de pronto y sin motivo alguno, su suerte tiene importancia para él.Se planta ante los dos animales, bajo el sol, a la espera de que el zumbido que tiene en la cabeza se pare de una vez, a la espera de una señal.Hay una mosca empeñada en meterse en la oreja de una de las dos. La oreja se mueve sin cesar, tiembla. La mosca echa a volar, traza un círculo, vuelve, se posa. La oreja vuelve a temblar.Da un paso adelante. La oveja retrocede, inquieta, cuanto le permite la cadena.Recuerda a Bev Shaw, el modo en que acariciaba al chivo de los testículos destrozados, sosegándolo, consolándolo, entrando en su vida. ¿Cómo conseguirá tener esa comunión con los animales? Será gracias a un truco que él no posee. Para eso hay que ser un tipo de persona determinada, tal vez tener menos complicaciones.El sol le da en plena cara con toda la potencia de la primavera.
JAMES JOYCE
ULISES 160
Emplastos sobre un
ojo enfermo. Oler el suave humo del té, vapor de la sartén, manteca chirriante. Estar cerca de su
abundante carne cama calentada. Sí, sí.
Agil luz cálida vino corriendo de Berkely
Road, rápidamente, en delicadas sandalias, a lo
largo de la vereda resplandeciente. Corre, ella
corre a mi encuentro, niña de rubio cabello al
viento.
Dos cartas y una tarjeta yacían sobre el
piso de vestíbulo. Se inclinó y las recogió. Sra.
Maruja Bloom. Su corazón apresurado latió más
despacio de inmediato. Escritura suelta. Sra.
Maruja.
—¡Pollito
Las vidas de los animales
J. M. COETZEE 160
—Los griegos tenían la sensación de que había algo contraproducente en la matanza de los animales, y solo supieron compensarlo mediante la ri- tualización de la misma. Hacían un sacrificio, ofrendaban una parte a los dioses con la esperanza de que así se mantuviera un cierto equilibrio. Es el mismo concepto que el del diezmo. Pedir la bendición de los dioses sobre los alimentos que uno va a tomar, pedirles que los declaren limpios.
—Tal vez sea ese el origen de los dioses —dice su madre. Se hace el silencio—. Tal vez inventamos a los dioses para poder echarles la culpa. Ellos nos dieron permiso para comer carne. Nos dieron permiso para jugar con cosas sucias. No es culpa nuestra, sino suya.. A fin de cuentas, somos hijos de los dioses.14
—¿Es eso lo que cree? —pregunta con cautela la señora Garrard.Y Dios dijo: Todo lo que esté vivo y se mueva será carne para ti —cita su madre. Es lo más conveniente. Dios nos dijo que no había nada malo en ello.
De nuevo, el silencio. Están todos a la espera de que prosiga. A fin de cuentas, ella es la invitada a la que han pagado para que los entretenga.
—Norma tiene razón —dice su madre—. El problema consiste en definir nuestra diferencia de los animales en general, no solo de los considerados animales sucios. La prohibición de consumir la carne de ciertos animales, los cerdos por ejemplo, es harto arbitraria. Es lisa y llanamente una señal de que estamos en una zona peligrosa. A decir verdad, en un campo de minas: el campo de minas de las proscripciones dietéticas. No hay una lógica en el tabú, ni tiene lógica el campo de minas; no tiene porqué haberla. Nunca se puede adivinar qué es lo que se puede comer, o dónde se puede pisar, a menos que uno esté en posesión de un mapa, un mapa divino
Lolita
Vladimir Nabokov 160
—Bueno, supongo que se cortó con la lata mellada. Perdió el brazo derecho
en Italia.
Una malva encantadora entre los árboles en flor. Un brazo superrealista
colgando entre el encaje malva. Una muchacha tatuada en una mano. Dolly y
Bill, vendado, reaparecieron. Se me ocurrió que la belleza pálida, ambigua de Lo,
excitaba al manco. Con una mueca de alivio, Dick se puso de pie, imaginaba que
era mejor que él y Bill acabaran de fijar esos alambres. Imaginaba que el señor
Haze y Dolly tenían montones de cosas que decirse. Imaginaba que me vería
antes de que marchara. ¿Por qué imaginan tantas cosas esos tipos y se afeitan
tan poco y desdeñan a tal punto los aparatos para sordos?
VLADIMIR NABOKOV
Cuentos completos 160
El revisor que distribuye los billetes tiene unas manos muy extrañas. Se mueven con
la misma agilidad que las de un pianista, pero en lugar de ser fláccidas, sudorosas y
de uñas suaves, las manos del revisor son tan toscas que cuando por casualidad, al
darle el dinero, le tocas la palma de la mano, que parece haber desarrollado una
dura corteza como quitinosa, sientes una especie de malestar moral. Son unas
manos extraordinariamente ágiles y eficaces, a pesar de su dureza y del grosor de
sus dedos. Yo observo lleno de curiosidad cómo agarra el billete entre sus dedos
gruesos con uñas tan negras y cómo lo pica en dos sitios distintos, cómo registra su
cartera de piel y cómo saca unas monedas para devolver el cambio, y cómo cierra la
cartera inmediatamente y tira de la cuerda del timbre o cómo, con un simple
empujón del pulgar, abre de golpe la ventanilla de la puerta de delante para
entregar los billetes a los pasajeros de la plataforma delantera.
LA SETA MISTERIOSA http://www.stumbleupon.com/su/8lKrIX/:1Tc!y8Bq!:PZe.IxZT/www.youtube.com/watch?v=2Cv7IdXKgtM/
HUEVO DE REY Nombre en Latín: Amanita Caesarea
MO YAN Las baladas del ajo 160
Emparejando a tres chicos
con tres chicas como si fueran
langostas, una cadena con tres
vínculos, una forma sórdida de crear
nuevas familias. Ella no me odia; sé
que le gusto. Cuando nos
encontramos, baja la cabeza y se
aleja, pero puedo ver cómo las lágrimas
resbalan por sus mejillas. Me duele
el corazón, rne duele el hígado, me duelen los pulmones, me duele el
estómago, me duelen las entrañas, me
duele todo lo que hay dentro de mí...
—Comandante, deprisa, da la orden
—espetó Zhang Kou—. Envía
tus tropas por la montaña... Salva a
nuestra Hermana Mayor Jiang... Han
muerto tantas polillas en la llama
amarilla de la linterna
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