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martes, mayo 13, 2014
ENTRENAMIENTO.
VLADIMIR NABOKOV LA DEFENSA 129
Y el año pasado tuve hemorroides —añadió Luzhin con desgana.
—Óigame, le hablo de cosas de la mayor importancia. A usted probablemente le gustaría casarse hoy mismo, en seguida; le conozco bien. Luego ella se moverá de un lado a otro con un enorme vientre; usted la tratará con brutalidad en seguida. —Después de pisotear una sombra en un lugar, Luzhin vio con desesperación que lejos de donde él estaba sentado comenzaba a formarse en el suelo una nueva combinación—. Si en algo le interesa mi opinión, entonces debo decirle que considero ridicula esta unión. Posiblemente piensa usted que mi marido le va a mantener. Admítalo, ¿es eso lo que piensa?
—Soy muy sobrio —dijo Luzhin—. Necesitaría muy poco. Y una revista me ha ofrecido encargarme de su sección de ajedrez...
Para entonces las combinaciones en el piso se habían vuelto tan evidentes que Luzhin, involuntariamente, alargó una mano para salvar al rey de la sombra de la amenaza del peón de la luz. A partir de aquel día evitó sentarse en el salón, donde abundaban los objetos de madera barnizada que asumían características muy definidas si los miraba demasiado.
VLADIMIR NABOKOV LA DEFENSA 57
¡Vaya, vaya, hemos hecho tablas! —dijo el anciano. Movió su reina unas cuantas veces de un lado a otro; lo hizo como quien mueve la palanca de una máquina rota, y repitió—: ¡Tablas, el perpetuo jaque mate! —Luzhin también intentó mover la palanca para ver si funcionaba, la apretó, la apretó, y luego se quedó quieto, contemplando fijamente el tablero—. Vas a llegar lejos —dijo el anciano—. Llegarás lejos si sigues así. ¡Qué tremendo progreso! Jamás he visto nada semejante...! Sí, vas a llegar muy lejos...
Fue aquel anciano quien enseñó a Luzhin el método sencillo de anotación en ajedrez, y Luzhin, repitiendo sin cesar las partidas estudiadas en la revista, pronto descubrió que poseía una cualidad que muchas veces había envidiado al oírsela comentar a su padre. Este, cuando tenía invitados, solía explicarles que admiraba la capacidad de su suegro para leer una partitura y oír mentalmente todos los movimientos de la música mientras recorría las notas con los ojos, unas veces sonriente, otras con el ceño fruncido y en ocasiones incluso volviendo atrás como el lector que desea corroborar algún detalle en una novela... un nombre, la estación del año.
—Ha de ser un gran placer —decía su padre en aquellas ocasiones— asimilar la música en su estado natural.
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