EL SUTRA DEL LOTO 136
Los diez preceptos defendidos por śrāmaṇeras son:
- Abstenerse de matar a los seres vivos.
- Abstenerse de robar.
- Abstenerse de la impureza (sensualidad, sexualidad, lujuria).
- Abstenerse de mentir.
- Abstenerse de tomar intoxicantes.
- Abstenerse de tomar alimentos en momentos inadecuados (después del mediodía).
- Abstenerse de cantar, bailar, tocar música o asistir a programas de entretenimiento (actuaciones).
- Abstenerse de usar perfumes, cosméticos y guirnalda (accesorios decorativos).
- Abstenerse de sentarse en sillas altas y durmiendo en lujosas camas, suaves.
- No aceptar dinero.
EL GRAN
SHOBOGENZO
del Maestro Dogen 136
MUJO SEPPO
“La proclamación de la Ley de las cosas inanimadas”
El acto de proclamación de la Ley, es la actualización de la iluminación
transmitida por Budas y Patriarcas a Budas y Patriarcas.
El vuelo del pájaro, no deja huellas. Así es la transmisión.
Cuando hay transmisión de un Kesa, hay transmisión de la proclamación
de la Ley universal e indiferenciada.
El maestro Daisho, dijo: “yo proclamo la Ley para todos los seres
sintientes, no para todos los Budas”. Un monje le preguntó qué
ocurría cuando oían su proclamación, a lo que contestó: “Dejan de
ser seres sintientes”, (sufrientes).
Los necios creen que la proclamación de la Ley por parte de los
seres inanimados, es como el sonido del viento entre los pinos
porque en ese caso todo el mundo podría oírla. La proclamación
por parte de los seres animados, esa sí que está basada en los sonidos
y palabras de los seres humanos. La de los seres inanimados,
no necesariamente ha de ser percibida por los sentidos. No la
escuches con el oído, escuchala con el ojo, pues los seres inani-mados proclaman la Ley inanimadamente, explicaba el maestro
Tozan.Ungan dijo una vez: “Si no podéis oír mi proclamación de la Ley,
¿cómo váis a oír la de los seres inanimados?” Se refiere al estado
de la consciencia de una persona común. Hay cien caminos o
maneras de oír la proclamación de la Ley por parte de los seres
inanimados, pero el maestro quería dar a entender que se hace con
otra consciencia.
Un antiguo dicho, reza así: “el mundo entero en las diez direcciones,
está en el ojo de un monje”.
El mundo entero no está sino que es ese simple ojo.
Podemos escuchar el sonido en cualquier parte de nuestro cuerpo.
Si así y todo no tenemos experiencia completa escuchando a
través del ojo, hemos de tener maestría y dejar caer la proclamación
de la Ley de los seres inanimados y animados escuchando la
Ley sólo.
La gran virtud de escuchar la Ley, no es fácil de conocer aún formando
parte de la comunidad de Budas y Patriarcas y estudiando
su piel, carne, huesos y médula. Recordemos que este poder
no disminuye nunca, hay largos y cortos períodos de práctica
según la habilidad de cada cual pero el efecto, al final, se realizará.
No es necesario memorizar incontables detalles, ni suficiente
dominar un sólo aspecto.
Kippoji, 1243.
Las baladas del ajo MO YAN 136
Llevaré a mi mijo a casa
esta misma tarde. Mi reloj de pulsera
marca Diamante hecho en Shanghái,
que se adelanta aproximadamente
veinticinco segundos cada día, dice
que son las 11.03 horas. Lo ajusté
con
el reloj de la radio hace unos días,
así que deben ser las once en punto.
No
STEPHEN R. LAWHEAD
TALIESIN 136
—¡Chissst!
—¿Qué...?
—¡Chisst! —siseó el druida—. Escucha.
Taliesin se quedó silencioso al instante, volviendo la cabeza a un lado y otro
para capturar cualquier sonido vagabundo arrastrado por el viento. Pero no logró oír
nada, excepto los sonidos normales y corrientes de un bosque en pleno verano.
Por fin, Hafgan se relajó, y contempló al muchacho.—¿Qué oíste?
Taliesin meneó la cabeza.
—Oí el reyezuelo, a una paloma torcaz, abejas, hojas agitadas por la brisa, eso
es todo.
Hafgan se agachó para recoger su bastón, y se enderezó sacudiéndose hierbas
y ramitas de su manto gris.
—Bien —exigió Taliesin—. ¿Qué escuchaste tú?
—Deben de haber sido las abejas.
—Dime.
—Oí lo que tú oíste —replicó el druida. Se dio la vuelta y empezó a andar en
dirección al caer.
—Vamos, Hafgan, cuéntame lo que percibiste y yo no.
—Oí a tres grillos, una polla de agua, el arroyo que hay allá abajo y algo más.
—¿Qué más? —El muchacho se animó al instante—. ¿Mi padre? —preguntó
esperanzado.
Hafgan se detuvo y se volvió hacia su alumno.
—No, no era tu padre. Era otra cosa, aunque puede que no me haya llegado del
mundo de los hombres, ahora que lo pienso. Era un gemido largo y débil producido por
un dolor profundo y eterno.
Taliesin dejó de andar y cerró los ojos de nuevo para intentar escuchar lo que
Hafgan había oído. El druida dio unos cuantos pasos y se giró.
—No oirás nada ahora. El sonido se ha ido. A lo mejor lo he imaginado. Vamos,
regresemos.
VLADIMIR NABOKOV OBRAS COMPLETAS 136
Con altas botas de fieltro y un abrigo de piel con cuello de astracán, Sleptsov se
encaminó en línea recta por la única senda abierta en la nieve, hacia aquel paisaje
distante y cegador. Se sorprendía de seguir todavía vivo, y de ser capaz de percibir
el brillo de la nieve y de sentir que los dientes le dolían al contacto con el frío.
Incluso se dio cuenta de que un macizo cubierto de nieve había adquirido la forma
de una fuente y de que un perro había dejado una serie de huellas de color azafrán
sobre el muro de nieve, marcas ardientes sobre el hielo. Un poco más lejos, los
postes de un puente peatonal sobresalían por encima del manto nevado, y al llegar
allí Sleptsov se detuvo. Con amargura, con rencor, limpió a golpes la barandilla de
aquel manto velludo de nieve. Recordó con absoluta nitidez el aspecto de aquel
mismo puente en el último verano. Su hijo caminaba por aquellas tablas
resbaladizas, salpicadas de amentos, y con destreza absoluta cazó en su red una
mariposa que se había posado en la barandilla. Y en ese preciso momento el hijo vio
a su padre. En su rostro se demora juguetona una risa perdida ya para siempre, bajo
el ala de un sombrero de paja quemado por el sol; sus manos juegan con la cadena
de la bolsa de piel que lleva colgada del cinturón, y abre las piernas tan queridas,
tan suaves, morenas, en sus pantalones de lino y sandalias mojadas, con aquella
postura tan suya y tan alegre. Murió en San Petersburgo, hace sólo unos días,después de murmurar incoherentemente en su delirio historias diversas acerca del
colegio, de su bicicleta, de un gran insecto oriental, y ayer Sleptsov había llevado el
ataúd —agobiado, parecía, con el peso de toda una vida— al campo, al panteón
familiar junto a la iglesia del pueblo.
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