MIGUEL ANGEL ASTURIAS-LA AUDIENCIA DE LOS CONFINES- pág.143
OBISPO.- ¡Os excomulgo! ¡Os excomulgo si no os retractáis (Sale el GOBERNADOR por la izquierda. El MAYORAL entra por la derecha.) ¿Habéis oído...?
MAYORAL- Lo que las puertas... OBISPO.- ¿Habéis visto...?
MAYORAL.- Lo que el ojo de la llave... (por el fondo asoma un PAJE con un vaso de agua. Entra el PORTERO y se escurre hacia el ventanal, para observar al GOBERNADOR que se marcha. Tomando el vaso de la bandeja de oro en que la trae el PAJE.) Unos tragos de agua de azahar... (Pretende acercar el vaso a los labios de Su Señoría, pero éste se lo quita y bebe dos, tres tragos con su mano.)
OBISPO (después de beber el agua). ¡Qué aflicción, señor, qué aflicción! (El PAJE recoge el vaso de agua a mitad vacío, de manos del MAYORAL, y va a ponerse al lado del PORTERO, frente al ventanal, tratando de mirar lo que aquel espía tan atentamente.) Se aleja, mayoral, se aleja...
MAYORAL.- ¡Mejor! ¡Ojos que no ven...! ¡Ya ni siquiera se oye el rodar de la carroza!
PORTERO (alzando la voz, vuelto hacia Su Señoría y el MAYORAL).- Bajó por el otro lado. Va hacia los Baños del Volcán...
MAYORAL.- Y no os aflijáis por sus amenazas. ¡Os hago prender! ¿Quién es él para haceros prender? Hube de contener a nuestra gente. Si os pone la mano encima, lo degüellan y muere excomulgado.
PORTERO (a voces).- ¡La carroza ha desaparecido...! Sólo queda la polvareda...
OBISPO.- ¡Un abismo entre Dios y el rey...! (Casi soliloqueando.) ¿Por qué no accedí? ¿Por qué me aferré a mis vanidades? ¿Por qué no le propuse hacerlo en consejo y acuerdo de entre ambos?
MAYORAL.- ¡Válame santa María! ¡Loado sea el momento! Cualquier recedente hace jurisprudencia, lajurisprudencia, hace ley, y es así como, a pedazos, se ha ido perdiendo la antigua, la verdadera justicia eclesiástica: ayer las Partidas, hoy el Tribunal del Santo Oficio, y ya está asomando por allí, la Audiencia de los Confines.
JORGE LUIS BORGES.OBRAS COMPLETAS 143
Es una articulación habilísima
de los muchos infalibles rasgos de una fiesta pobre. No falta
el rencor desaforado del vecindario.
En la acera de enfrente varias chismosas
que se encuentran al tanto de lo que pasa,
aseguran que para ver ciertas cosas
mucho mejor seria quedarse' en casa.
Alejadas del cara- de presidiario
que sugiere torpezas, unas vecinas
pretenden que ese sucio vocabulario
no debieran oírlo las chiquilinas
ANATOLE FRANCE-LA REBELIOB DE LOS ANGELES 143
El arcángel Miguel era el generalísimo; su tranquilidad alentaba; en su rostro sereno se leía el desprecio al peligro. Los querubes capitaneaban las tormentas, y obedientes a los mandatos de su jefe, pero sin arrogancia, porque la paz y la quietud adormecieron sus ánimos, recorrían las fortalezas del Monte Sagrado, paseaban sobre las nubes fulgurantes del Señor la mirada lenta de sus ojos bovinos, y procuraban dejar dispuestas las baterías divinas. Después de reconocer las defensas, juraron al Altísimo que todo estaba dispuesto. Deliberóse acerca de la conducta que debían seguir. Miguel se inclinó a la ofensiva, seguro —como buen militar —de que la ofensiva era la ley suprema. Entre ser ofensor u ofendido no queda lugar a duda.
Además adujo que se amoldaban a la ofensiva los ardores de los Tronos y de las Dominaciones. No fue posible obtener del valeroso arcángel otra explicación. Interpretaron su silencio como un favorable augurio; sin duda, callaba un plan que les aseguraría el triunfo.
VLADIMIR NABOKOV PNIN 57 PÁGS 57*3=171-143=28
Aunque los ojos de Victor eran su órgano supremo, fue más bien mediante olores y sonidos como se imprimió en su conciencia la noción neutra de Saint Bart. En los dormitorios, se percibía un tufo mohoso y sordo de madera vieja barnizada; ruidos nocturnos en las alcobas — fuertes explosiones gástricas y chirridos de resortes en las camas—; la campana del vestíbulo, que a las 6,45 A. M. retumbaba en el vacío de un dolor de cabeza; el olor a idolatría y a incienso que escapaba del braseril'o colgado de cadenas y de sombras de cadenas del cielo nervado de la capilla; la voz pastosa del reverendo Hopper mezclando sabiamente el refinamiento con la vulgaridad; el Himno 166: Sol de mi alma, que los novatos tenían que aprender de memoria; en lo ropería, el sudor inmemorial del cesto con ruedas que contenía la provisión común de suspensores atléticos, horrible maraña gris de la que había que desenredar una faja para colocársela al principio del período deportivo; y los racimos de gritos ásperos y tristes en las cuatro canchas de juego.
Con un coeficiente intelectual de 181 y un promedio de 90, no le fue difícil a Victor encabezar una clase de 36 alumnos y llegar a ser en realidad uno de los tres mejores pupilos del colegio. Sentía escaso respeto por la mayoría de sus profesores, pero reverenciaba a Lake, hombre inmensamente obeso, con cejas enmarañadas y manos velludas, que asumía una actitud de turbación sombría frente a los muchachos atléticos de encendidas mejillas. Victor no era ni lo uno ni lo otro. Lake se había entronizado, como un Buda, en un estudio pulcro y original que más parecía sala de recibo de una galería de arte que taller. En sus paredes gris pálido no había más adorno que dos cuadros en idénticos marcos: una copia de la obra maestra fotográfica de Gertrude Kasebier: Madre e Hijo (1897), en que el niño angelical y auhelante mira hacia arriba, a la lejanía (¿a qué?) y una reproducción, en la misma tonalidad, de la cabeza de Cristo de Los Peregrinos de Emaús, de Rembrandt, con igual expresión, si bien un poco menos celestial, en los ojos y en la boca.
YASUNARI KAWABATA KIOTO 143
Mientras Chieko le servía la torta de judías, la mirada de la muchacha se posó casualmente en el gran pupitre de su padre. No había en él nada que indicara que había estado haciendo diseños de Kioto.
En un ángulo del pupitre había sólo un estuche de pinturas de laca de Edo y dos cuadernos con reproducciones, mejor dicho, modelos de la caligrafía silábica del monasterio de KoyaSan.
«¿Trata mi padre de olvidar el negocio?», pensó Chieko.
—Caligrafía a los sesenta años —dijo Takichiro como avergonzado—. Sin embargo, los trazos lineales de los signos silábicos de los sabios de Fujiwara, bien podrían inspirar muestras.
—Es una pena. La mano me tiembla.
—¿Y si escribieras con signos grandes?
¿Y la monja?
No tardará en volver. Y tú, ¿qué haces?
—Pasear un poco por Saga y luego volver a casa. A esta hora, Arashiyama estará muy concurrido. Me gusta Nonomiya, el camino de la capilla de Nison-In y Adashino.
—Si a tu edad te gustan esos lugares, me inquieta tu futuro. No quisiera que te parecieses demasiado a mí.
¿Puede una mujer parecerse a un hombre?
Desde el porche, el padre vio alejarse a Chieko. La anciana monja había regresado y estaba barriendo apresuradamente el jardín.
CORAN 143
Sura 4 An-Nisa’ (Las Mujeres)
(79) Todo lo bueno que te ocurre viene de Dios; y todo lo malo que te ocurre viene de ti mismo.
Y TE HEMOS enviado [Oh Muhammad] como emisario a toda la humanidad: y nadie es mejor
testigo [de ello] que Dios. (80) Quien obedece al Enviado, está obedeciendo con ello a Dios; y
en cuanto a los que se apartan --no te hemos enviado para que seas su guardián.
(81) Y dicen: “Te obedecemos”95 --pero cuando dejan tu presencia, algunos de ellos traman en
la noche [creencias] contrarias a lo que tú expresas;96 y Dios anota lo que traman en la noche.
Manténte, pues, apartado de ellos y pon tu confianza en Dios: pues nadie es tan digno de confianza
como Dios.
(82) ¿Es que no van a reflexionar sobre este Qur’an? Si procediera de alguien distinto de Dios,
ciertamente habrían hallado en él muchas contradicciones.
Y SI LLEGA a sus oídos algún asunto [secreto] relativo a la paz o a la guerra, lo divulgan98 -
mientras que si lo hubieran remitido al Enviado y a aquellos de los creyentes a quienes se ha dado autoridad, los que se ocupan de investigar la información ciertamente sabrían [que hacer
con] ello.
Y si no fuera por el favor que recibís de Dios y por Su misericordia, habríais seguido a Satán,
excepto unos poco
PHILIP ROTH-INDIGNACION 143-143=1
BAJO LA MORFINA
El 25 de junio de 1950, unos dos meses y medio después de que las bien adiestradas divisiones de Corea del Norte, armadas por los soviéticos y los chinos comunistas, penetraran en Corea del Sur cruzando el paralelo 38 y se iniciaran los sufrimientos de la guerra de Corea, ingresé en Robert Treat, una pequeña universidad en el centro de Newark bautizada en honor al fundador de la ciudad en el siglo XVII. Era el primer miembro de nuestra familia que trataba de tener una educación superior. Ninguno de mis primos había llegado más allá del instituto, y ni mi padre ni sus tres hermanos habían finalizado la escuela primaria. «Trabajo para ganarme la vida desde que cumplí los diez años», me dijo mi padre. Era un carnicero de barrio para quien repartía los pedidos con mi bicicleta durante los años de instituto, excepto en la temporada de béisbol y las tardes en que debía asistir a los encuentros entre centros docentes como miembro del equipo de debate. Casi desde el día en que abandoné la carnicería, donde había trabajado para él semanas de sesenta horas entre la época en que me gradué en el instituto en enero y el inicio de la universidad en septiembre, casi desde el día en que comencé las clases en Robert Treat, a mi padre empezó a aterrarle la posibilidad de mi muerte. Tal vez su miedo tuviera algo que ver con la guerra, en la que las fuerzas armadas de Estados Unidos, bajo los auspicios de las Naciones Unidas, habían intervenido de inmediato para ayudar al ejército surcoreano, mal adiestrado y con un equipamiento insuficiente; tal vez tuviera algo que ver con el elevado número de bajas que nuestras fuerzas estaban sufriendo bajo el fuego comunista y su miedo a que, si el conflicto se prolongaba tanto como en la segunda guerra mundial, me llamaran a filas para luchar y morir en el campo de batalla coreano como mis primos Abe y Dave habían muerto durante la segunda guerra mundial
ANATOLE FRANCE-LOS DIOSES TIENEN SED 143
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-¿Qué cuadro es ese -preguntó la ciudadana- tan noble y tan tierno, con una hermosa muchacha al lado de un joven enfermo?
Evariste le dijo que representaba a un Orestes atendido por su hermana Electra, y que, si hubiese podido acabarlo, tal vez fuese el menos malo de sus lienzos.
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-El asunto está sacado -añadió- del Orestes de Eurípedes. Había leído, en una traducción bastante antigua de esta tragedia, una escena que me había entusiasmado: aquella en la que la joven Electra, incorporando a su hermano sobre el lecho dolorido, enjuga el espumarajo que le sale por la boca, le quita el pelo que le tapa los ojos y le pide que escuche lo que va a decirle en el silencio de las furias
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