jueves, noviembre 17, 2011

LA PINZA

 

mantis2                     Buda Guanyin. Tesoros de la compasión en el Castillo de Chapultepec     

ROBERT GRAVES-LA DIOSA BLANCA  208págs  0 208*4=832-629=203

ventana                                                                                                

Y la peligrosa pregunta de la,Serpiente: Quidni? «¿Por qué no?» «¿Dónde?» es
Quá?
Pero la promesa de la Musa al poeta es «Busca pacientemente y encontrarás».
¿Y dónde podía ocultarse la Cierva sino bajo el árbol Q, que es el Manzano Silvestre?
Queirt dano is o chrand regainmnighead i. abull ut dicitur clithar
boaiscille .i. elit gelt quert i. abull.
«La letra Q proviene de un árbol llamado Quert, es decir un manzano. Como
dice el refrán: `Quert es el refugio de la cierva montés', lo que quiere decir que lo es el
manzano», me confirma el poeta Valentin Iremonger en Hearings of the Scholars. Y en
el mismo libro hay un comentario poético interesante acerca del «refugio de la cierva
montés»:
.i. boscell.i. gelt. basceall.i. is and tic a ciall do in tan degas a bas
«es decir que la palabra boscell, loco, se deriva de basceall, `sensación de la
muerte', pues el loco recobra el juicio cuando va a morir».
El comentario significa que el amor de la Diosa enloquece al poeta; va a su
muerte y la muerte lo hace cuerdo.

HARUKI MURAKAMI-1Q84    PÁG 629

Aomame sacudió la cabeza. Todavía había demasiadas cosas que no
comprendía.
Aomame quería comunicarle cuanto antes a la señora que quizás el hombre no se
había limitado a violar a las sombras de las niñas. «A lo mejor no teníamos por qué
haber asesinado a ese hombre.»
¿Pero la creería así como así si se lo explicara? Aomame era consciente de ello. La
señora, o cualquiera con un poco de cabeza, nunca se creería lo de la Little People, las
mothers, las daughters y las crisálidas de aire, por mucho que se lo presentara como
algo real. Porque para alguien con un poco de cabeza no serían más que invenciones
sacadas de una novela. Igual que no se creerían la existencia de la Reina de corazones
o el Conejo con el reloj de Alicia en el país de las maravillas.
No obstante, la Luna vieja y la luna nueva que Aomame había visto en el cielo
eran reales. Había estado viviendo bajo su luz. Había sentido sobre su piel el cambio
que se había generado en la gravitación. Y había matado con sus propias manos en la
habitación oscura del hotel a la persona a quien llamaban líder. El mal agüero que
había sentido al clavarle la afilada aguja en aquel punto de la nuca permanecía vivo
en la palma de su mano. Aún ahora esa sensación le ponía la carne de gallina.
Además, poco antes de asesinarlo, había visto cómo el líder hacía levitar en el aire
unos cinco centímetros un pesado reloj de mesa. Aquello no había sido una ilusión
óptica, ni un truco de magia. Era un hecho innegable que había que aceptar tal cual.

Carlos Ruiz Zafón
La sombra del viento   284 págs   0     284*3=852-629=223

Una noche, Jorge Aldaya le salió al paso entre las som­bras a dos manzanas de su casa. «¿Vienes ya a matarme?», preguntó Miquel. Jorge anunció que venía a hacerle un favor a él y a su amigo Julián. Le entregó una carta y le su­girió que se la hiciera llegar a Julián, dondequiera que se hubiera ocultado. «Por el bien de todos», sentenció. El sobre contenía una cuartilla escrita de puño y letra por Penélope Aldaya

EL UNIVERSO ELEGANTE-BRIAN GREEN   478págs  0   629-478=151

MATERIA

Sura 28. Al-Qasas (La Historia)    pág 629

Dios no ama a los que siembran la corrupción!"
(78) Respondió: "¡Esta [riqueza] me ha sido dada sólo gracias al conocimiento que poseo!"88
¿Acaso no sabía que Dios había destruido a [los arrogantes de] muchas generaciones anteriores
a él --gente mucho más poderosa que él, y más rica en lo que amasaron?
Pero quienes están hundidos en el pecado no pueden ser cuestionados acerca de sus pecados....
89
(79) Y se presentó ante su pueblo con sus mejores galas; [y] los que sólo ansiaban esta vida
decían: "¡Ojalá tuviéramos tanto como le ha sido dado a Qarún! ¡En verdad, tiene una suerte
extraordinaria!"
(80) Pero aquellos a quienes había sido dado el verdadero conocimiento dijeron: "¡Ay de vosotros!
El mérito ante Dios90 es mucho mejor para quien llega a creer y obra con rectitud: pero
sólo quienes son pacientes en la adversidad pueden lograr esta [bendición]."
(81) Y entonces hicimos que la tierra se lo tragara junto con su casa; y no tuvo el auxilio de
nadie contra Dios, ni era de los que pueden socorrerse a sí mismos.91
(82) Y por la mañana, los que apenas el día anterior habían anhelado estar en su lugar exclamaron:
"¡Ay [que no supimos ver] que es en verdad [sólo] Dios quien da el sustento en
abundancia, o en medida escasa, a quien Él quiere de Sus criaturas! ¡De no haber sido por la
gracia de Dios con nosotros, podría haber hecho que [la tierra] nos tragara a nosotros también!
¡Ay [que olvidamos] que quienes niegan la verdad jamás pueden alcanzar la felicidad!"
(83) Y esa vida [de felicidad] en el más allá, la concedemos [sólo] a quienes no pretenden
conducirse con altivez en la tierra, ni sembrar la corrupción: pues el futuro es de los conscientes
de Dios.92

Roberto Bolaño

Los detectives salvajes    pág 629

Cuando ambas trabajaban en la escuela, en muchas ocasiones la vio escribir, sentada en el aula vacía, en un cuaderno de tapas negras muy grueso que Cesárea llevaba siempre consigo. Suponía que era un diario de vida. En la época en que Cesárea trabajó en la fábrica de conservas, cuando se citaban en el centro de Santa Teresa para ir al cine o para que la acompañara de compras, cuando acudía tarde a las citas solía encontrarla escribiendo en un cuaderno de tapas negras, como el anterior, pero de formato más pequeño, un cuaderno que parecía un misal y en donde la letra de su amiga, de caracteres diminutos, se deslizaba como una estampida de insectos. Nunca le leyó nada. Una vez le preguntó sobre qué escribía y Cesárea le contestó que sobre una griega. El nombre de la griega era Hipatía

Joseph Brodsky

MARCA DE AGUA

Apuntes venecianos  45págs   0   45*14=630-629=1

Hace muchas lunas, el dólar estaba a 870 liras y yo tenía treinta y dos años. Tam­bién el globo terráqueo era dos mil mi­llones de almas más ligero, y el bar de la stazione a la que acababa de llegar en aquella fría noche de di­ciembre estaba vacío. Esperé allí a que la única per­sona a la que conocía en aquella ciudad fuese a bus­carme. Llegó bastante tarde.

No hay viajero que no conozca esa ansiedad: esa mezcla de fatiga y aprensión. Es el momento en que se miran con inquietud los relojes y los table­ros de horarios, en que se escruta el mármol vari­coso bajo los propios pies, en que se inhala amo­níaco y ese olor mate que desprende en las frías noches de invierno el hierro fundido de las loco­motoras. Hice todo eso.

Con excepción del bostezante camarero y de la matrona de la caja, inmóvil como un buda, no ha­bía nadie a la vista. Sin embargo, no nos éramos de ninguna utilidad: mi única moneda en su lengua, el término «espresso», ya estaba gastada; la había em­pleado dos veces. También les había comprado mi primer paquete de lo que en los años siguientes llegaría a significar «Merde Statale», «Movimento Sociale» y «Morte Sicura»: mi primer paquete de MS. De modo que cogí mis maletas y salí de allí. En el improbable caso de que algún ojo se fijara en mi London Fog blanca y mi Borsalino marrón os­curo, éstos tenían que proporcionarle una silueta familiar. La noche misma, en efecto, no debía de tener dificultad alguna en absorberla. El mimetis­mo, supongo, ocupa un puesto importante entre las prioridades de cualquier viajero, y la Italia que yo tenía en mente en aquel momento era una com­binación de películas en blanco y negro de los años cincuenta con el igualmente monocromo ambiente de mi oficio. Así, el invierno era mi estación; lo único que me faltaba, pienso, para parecer un bo­hemio local o carbonaro era una bufanda. Por lo demás, me sentía casi invisible y adecuado para fundirme con el fondo o rellenar un fotograma en un relato policial de bajo presupuesto o, más pro­bablemente, en un melodrama.

Era una noche ventosa y, antes de que mi re­tina registrara nada, me arrebató un sentimiento de absoluta felicidad: mis narices recibieron el golpe de lo que, para mí, había sido siempre su sinónimo, el olor de algas heladas. Pa­ra algunos, es la hierba o el heno recién cortados; para otros, los aromas navideños de las agujas de coníferas y de mandarinas. Para mí, son las algas heladas, debido, en parte, a los aspectos onomatopéyicos de la propia unión de términos (en ruso, un alga es un maravilloso vodorosli) y, en parte, a un cierto absurdo y un oculto drama subacuático en esa noción. Uno se reconoce a sí mismo en cier­tos elementos; en el momento en que aspiré ese olor en la escalinata de la stazione, dramas y absur­dos hasta entonces ocultos se convirtieron en mi punto fuerte.

César Aira

Una novela china  95págs   0    95*7=665-629=36

La aparición de Hin había provocado su impresión también en los otros, pero de muy distinta índole, como lo demostró el visitante al hacer un comentario: dijo que había viajado ampliamente por el país este último año, y había notado una tendencia muy marcada a recoger niñas para criar. Obviamente, creía que aquí Hin era la hija del dueño de casa, y Ma Whu su esposa, o no habría abierto la boca.

Hua, sin pensarlo demasiado tampoco, le preguntó a qué podía obedecer un movimiento social tan descabellado.

—Al marxismo —dijo simplemente el extraño, agi­tando imperceptiblemente los dedos, muy cortos y del­gados—: Se teme que dentro de unos años la juventud se apoderará de todas las mujeres.

Lu los invitó a salir a fumar un último cigarrillo al jardín; era un modo de despedirlos. El desconocido ce­rró la valija y los siguió. Fumaron mirando el crepúscu­lo, y oyeron adentro los chapoteos alegres de la niñita en el fuentón. Efectivamente, era demasiado temprano, pero no estaba mal hacerlo de todos modos. Unas abejitas vespertinas zumbaron sobre los setos, sin acercarse a las figuras que ya se oscurecían.

Y como suele suceder, la noche apareció súbitamen­te, como si no la hubieran estado esperando. Una ola de gris creció en un instante de la tierra, sustrayendo todos los colores. Y sin embargo, permanecía la luz del día, o algo así como su espectro, colgando de las montañas

UMBERTO ECO

EL PENDULO DE FOUCAULT  483  0 629-483=146

-Es increíble. Los manifiestos se publican en una época en que este tipo de textos proliferaban, todos buscan un cambio, un siglo de oro, un país de Jauja del espíritu. Unos hojean frenéticamente los libros de magia, otros hacen sudar los hornillos elaborando metales, otros tratan de dominar las estrellas, otros inventan alfabetos secretos y lenguas universales. En Praga, Rodolfo II transforma la corte en un laboratorio alquímico, invita a Comenio y a John Dee, el astrólogo de la corte de Inglaterra que había revelado todos los secretos del cosmos en las pocas paginitas de una Monas lerogliphica, que no tiene nada que ver con las simias del Nilo, ya que monas significa mónada.

--Ajá.

--El médico de Rodolfo II es ese Michael Maier que escribe un libro de emblemas visuales y musicales, la Atalanta Fugiens, un festín de huevos filosofales, dragones que se muerden la cola, esfinges, nada es más luminoso que la cifra secreta, todo es jeroglífico de algo. ¿Te das cuenta?

Karin Fossum

EL OJO DE EVA      170  págs   0     170*4=680-629=51   

Llegó el sábado, y con él un tiempo despejado y tranquilo. Sejer estudió la manga catavientos al entrar con el coche en el aeródromo de Tarlsberg. En realidad parecía un preservativo gigante usado, tirado por alguno de los dioses, que caía flaccidamente sobre el asta. Aparcó el coche, sacó el paracaídas del portaequipajes y lo cerró. Llevaba el traje en una bolsa de plástico. El día era excelente, tal vez dé para dos saltos, pensó. Descubrió a algunos de los jóvenes ya en plena marcha. Llevaban trajes de saltar rojos y azules turquesa, tan ceñidos como los maillots de los patinadores de competición, y sus paracaídas enrollados parecían pequeñas mochilas.

–¿Compráis esos chismes en botes de spray, o qué? –preguntó Sejer mirando los flacos cuerpos de los chicos, en los que se dibujaba claramente cada músculo, o mejor dicho, la carencia de ellos, bajo la finísima tela.

–Exactamente –dijo un chico rubio–. Con esa tienda de campaña que tú llevas no se puede coger gran velocidad. –Se refería al traje de Sejer–. Pero en tu trabajo tendrás movimiento de sobra, ¿no?

–Pues sí, más bien. Para mí éste frena lo justo.

Dejó caer al suelo el traje y el paracaídas y miró fijamente al cielo haciéndose sombra con la mano.

 

Por un pelo de Buda  POR UN PELO

http://www.eldiariomontanes.es/20100102/sociedad/destacados/pelo-buda-20100102.html

 


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