jueves, febrero 26, 2015

COSA DE MUJERES.







El Vellocino De Oro
Robert Graves   253

Empezó a delirar, lanzando un torrente de elocuencia de tan mal agüero, aunque disparatada, que
sus compañeros se vieron obligados a amordazarlo; y luchaba con tanta violencia que necesitaron a
un hombre para sujetarle cada una de sus cuatro extremidades. Medea no podía hacer nada por él,
pues en aquel momento estaba impura, debido a su ciclo mensual, y por lo tanto incapacitada para
emprender cualquier tarea de curación o de magia.

Fue entonces cuando los argonautas oyeron, por primera y última vez, el lamento profético que el
rey Sísifo cantó por la diosa Pasífae en las canteras de Éfira la tarde antes de que lo aplastara la
roca; pues Orfeo lo repetía mientras luchaba, sin advertir su blasfemia.

Sol que mueres, ¡brilla cálido un poco más!
Mis ojos deslumbrados deslumbrarán los tuyos,
Conjurándote a que reluzcas y no te muevas.
Tú, sol, y yo hemos trabajado la tarde entera
Bajo una nube sofocante, una nube sin rocío
Un vellón manchado ahora por nuestro común dolor
De saber que esta noche será una noche sin luna.
Sol que mueres, ¡brilla cálido un poco más!
No le faltaba fe: era toda una mujer,
Sonriendo con horrenda imparcialidad,
Soberana, de corazón sin par, adorada por los hombres,
Hasta que el cuco primaveral, con sus mojadas plumas
Tentó su compasión y su verdad traicionó.
Y así, la que para todos brillaba, renunció a su ser.
Y esta noche será una noche sin luna.
Sol que mueres, ¡brilla un poco más!

Una grulla pasó volando con un pez en el pico, pero lo dejó caer en el fango del río, cerca del
campamento de los argonautas, emitiendo un grito agudo de dolor y luego un sonido como si
hablara atropelladamente.
Jasón le preguntó a Mopso:
-Mopso, ¿qué dice la grulla?
Mopso respondió:
-Dice: «¡Qué lástima, qué lástima cortado en pedacitos cortado en pedacitos -jamás podrán volverse
a juntar!» Pero lo que no sé es si el pájaro de Artemisa está hablando de sus propias penas o nos

está profetizando a nosotros.
                                           


John Kennedy Toole

La conjura 
de los necios    253

Ignatius encontró el número de la calle y dijo: «¡Oh, Dios mío! La pobre mujer está en manos de indeseables.» Examinó la fachada del Noche de Alegría y se acercó al cartel que había en la vitrina. Levó:

ROBERTA E. LEE
presenta a:
Harleit O'Hará,
la Beldad Virginiana.
(¡y su pajarito!)

¿Quién era esa Harlett O'Hara? Aún más importante, ¿qué clase de pajarito? Ignatius estaba intrigado. Temeroso de provocar la cólera de la propietaria nazi, se sentó incómodo en el bordillo de la acera y decidió esperar.
Lana Lee estaba viendo a Darlene y al pájaro. Estaban ya a punto para el estreno. Si Darlene fuese capaz de decir bien lo que tenía que decir. Se apartó del escenario, dio a Jones instrucciones adicionales de que limpiara debajo de los taburetes, y fue a mirar por la mirilla de cristal de la puerta tapizada. Había visto ya bastante el número para una tarde. Era bastante bueno, a su manera. George estaba sacando bastante dinero con la nueva mercancía. Las cosas mejoraban. Además, Jones parecía al fin domado.
Lana abrió la puerta y gritó hacia la calle:
Eh, tú, fantoche, lárgate de mi acera.
Por favor —respondió desde la calle una voz sonora, que hizo una pausa para buscar alguna excusa— Tengo los pies destrozados y estoy sólo descansando.

Vaya a descansar a otro sitio. No quiero que ponga ese carro de mierda delante de mi establecimiento
                               .
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https://www.youtube.com/watch?v=8Edbtzvu4MY

Vladimir Nabokov Lolita   253

«Dolly tiene un imán en el centro de su raqueta,
pero, ¿por qué diablos es tan cortés?» Ah, Electra, qué importaba eso, con
semejante gracia... Recuerdo que en el primer juego ya me sentí inundado por
una asimilación casi convulsiva y penosa de belleza. Lolita tenía un modo
peculiar de levantar la rodilla izquierda doblada al iniciar el acto amplio y elástico
del «saque», en el cual desarrollaba y suspendía al sol, durante un segundo, una
trama vital de equilibrio entre pie en puntilla, axila prístina, brazo fulgurante y
raqueta hacia atrás, mientras sonreía con dientes centelleantes al globo
minúsculo, suspendido en lo alto, en el cénit del cosmos poderoso y lleno de gracia que había creado con el expreso fin de caer sobre él con un límpido
zumbido de su látigo dorado.
Ese «saque» tenía belleza, precisión, juventud, una pureza de trayectoria
clásica, y a pesar de su instantaneidad era muy fácil devolverlo, ya que en su
vuelo largo y elegante no había el menor desvío.
Gimo de frustración cuando pienso que hoy podría tener inmortalizados en
cintas de celuloide cada tiro suyo, cada hechizo... ¡Habrían sido tantos más que
las instantáneas que quemé! Su voleo se vinculaba al «saque» como el envío a la
balada; pues habían enseñado a mi chiquilla a dar unos rápidos pasillos hacia la
red con sus pies ágiles, vivientes, calzados de blanco. Brazo e impulso eran
indiscernibles: eran imágenes mutuamente reflejadas... mis entrañas aún se
estremecen con esos estallidos reiterados por esos trémulos y los gritos de
Electra. Una de las proezas de Dolly era un breve voleo que Ned Litman le había
enseñado en California.




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