RAMSÉS 1
EL HIJO DE LA LUZ
CHRISTIAN JACQ
La joven debía convencerse: él jamás traicionaría a sus
amigos.
En su exiguo camarote, Ameni redactaba cartas en las que Ramsés ponía su sello. El príncipe se
sentó en una estera, al lado del escriba.
-¿Cómo puedes soportar un sol tan ardiente? -se asombró Ameni-. En tu lugar, yo estaría
fulminado en menos de una hora.
El y yo nos comprendemos; lo venero, me alimenta. ¿No quieres dejar de trabajar para contemplar
el paisaje?
-La ociosidad me pone enfermo.
Alexander Cole
Coloso
Sale, alza la mirada hacia la luna, sólo una astilla de luna en un cielo oscuro.
¿De veras había dicho el nombre de Mara?
Tiene a la mujer de sus sueños. Ha alcanzado la cúspide que él mismo se fijó,éste debería ser un momento de euforia. Entonces, ¿por qué está pensando en una
muchacha que parece un chico y tiene boñiga de elefante bajo las uñas? Ha
perseguido el sol cuando, en vez de eso, debería haber sentido su calor en la
espalda. Cree que no conoce en absoluto su verdadera naturaleza
EL ULTIMO ENCUENTRO
Sandor Marai
—Sí —dice el general—. Delante de ti estaba el Este, delante de Krisztina el Sur. Y
delante de mí el Oeste.
—Te acuerdas hasta de los menores detalles —comenta el invitado con sorpresa.
—Me acuerdo de todo.
—Claro, los detalles son a veces muy importantes. Dejan todo bien atado, aglutinan
la materia prima de los recuerdos.
Paul Auster
La invención de la soledad
El Libro de la Memoria, volumen dos.
El último testamento de Israel Lichtenstein, Varsovia, 31 de julio de 1942.
«Me entregué al trabajo de reunir material de archive con celo y placer. Lo dejaron
bajo mi custodia y escondí el material, nadie más que yo sabe dónde está. Confié sólo
en mi amigo, Hersh Wasser, mi supervisor ... Está bien escondido. Ruego a Dios que
nadie lo encuentre. Ése será el mayor y mejor logro que consigamos en los difíciles
tiempos presentes ... Sé que no sobreviviré. Sobrevivir, seguir vivo después de unos
asesinatos y masacres tan horribles es imposible, por eso escribo este testamento. Tal vez
yo no sea digno de que me recuerden por ninguna otra razón que mi granito de arena en
la Sociedad Oneg Shabbat y por correr el riesgo de esconder el material. Arriesgar mi
cabeza no tendría importancia, pero arriesgo la cabeza de mi querida esposa Gele Seckstein y
de mi tesoro, mi pequeña hija Margalit... No espero gratitud, ni un monumento, ni halagos.
Sólo quiero que me recuerden para que mi familia, mi hermano y hermana que se
encuentran en el extranjero, sepan qué ocurrió con mis restos ...
VLADIMIR NABOKOV
El ojo
La India le despertaba un respeto mítico: era una de esas personas que, a la mención de Bombay, inevitablemente no
imaginan a un funcionario británico enrojecido por el calor, sino a un faquir. Creía en los duendes y en las brujas, en
los números mágicos y en el diablo, en el mal de ojo, en el poder secreto de los símbolos y los signos, y en los ídolos de
bronce con el vientre desnudo. Por las noches, colocaba las manos, como un pianista petrificado, en una ligera mesita
de tres patas. Esta empezaba a crujir suavemente, emitiendo chirridos como un grillo y, cobrando fuerzas, se
levantaba por un lado y luego, torpe pero con energía, golpeaba una pata contra el suelo. Weinstock recitaba el
alfabeto. La mesita lo seguía atentamente y golpeaba al son de las letras adecuadas. Llegaban mensajes de César,
Mahoma, Pushkin, y de un primo muerto de Weinstock. A veces la mesa se portaba mal: se levantaba y permanecía
suspendida en el aire, o bien atacaba a Weinstock y le daba topetadas en el estómago. Weinstock apaciguaba
afablemente al espíritu, como un domador que juega con una bestia retozona; retrocedía hasta el otro extremo de la
habitación, todo el tiempo con la punta de los dedos en la mesa que caminaba como un pato detrás de él. Para sus
conversaciones con los muertos empleaba también una especie de platillo marcado y un artilugio extraño con un
lápiz que salía por debajo. Las conversaciones eran registradas en una libreta especial
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