JAMES JOYCE
ULISES 738
Buck Mulligan caminaba diestramente,
gorjeando:
Siempre que escucho en algún
lugar
Palabras que alguien dice al pasar
Mis pensamientos rápidos son
Para F. Curdy Eme Athinson;
Personaje de pata de madera
Vistiendo escocesa pollera,
Cuya sed jamás termina
Magee de barba mezquina
Que, miedoso de casarse,
ha optado por masturbarse
Sigue la burla. Conócete a ti mismo.
Detenido debajo de mí, un guaso me
observa. Yo me detengo.
Máscara fúnebre —gimió Buck
Mulligan—. Synge ha dejado de usar negro para
ser como la naturaleza. Solamente los cuervos,
los curas y el carbón inglés son negros.
Una risa bailaba sobre sus labios.
Roberto Bolaño
2666 738
El taxita salió y miró durante un rato en la dirección indicada
por Kessler. Ése debe ser el Parque Industrial General Sepúlveda,
dijo. Empezó a anochecer. Hacía tiempo que Kessler
no veía un atardecer tan hermoso. Los colores se arremolinaban
en el ocaso y aquello le recordó un atardecer que había visto
hacía muchos años en Kansas. No era exactamente igual, pero
en lo que respecta a los colores era lo mismo. Él estaba allí, recordó,
en la carretera, con el sheriff y un compañero del FBI, y
el coche se detuvo un momento, tal vez porque uno de los tres
tenía que bajarse a orinar, y entonces lo vio. Colores vivos en el
oeste, colores como mariposas gigantescas danzando mientras
la noche avanzaba como un cojo por el este. Vámonos, jefe,
dijo el taxista, no abusemos de la suerte.
¿Y tú qué pruebas tienes, Klaus, para afirmar que los Uribe
son los asesinos en serie?, dijo la periodista de El Independiente
de Phoenix. En la cárcel todo se sabe, dijo Haas. Algunos periodistas
hicieron gestos afirmativos con la cabeza. La periodista
de Phoenix dijo que eso era imposible. Sólo es una leyenda,
Klaus. Una leyenda inventada por los reclusos. Un sustituto falaz
de la libertad. En la cárcel uno sabe lo poco que llega a la
cárcel, sólo eso. Haas la miró con rabia. He querido decir, dijo,
que en la cárcel se sabe todo lo que pasa en los márgenes de la
ley. Eso no es verdad, Klaus, dijo la periodista. Es cierto, dijo
Haas. No, no lo es, dijo la periodista. Eso es una leyenda urbana,
un invento de las películas. A la abogada le rechinaron los
dientes. Chuy Pimentel la fotografió: el pelo negro, teñido, cubriéndole
el rostro, el contorno de la nariz levemente aguileña,
los párpados silueteados con lápiz. Si de ella hubiera dependido
todos los que la rodeaban, las sombras en los márgenes de la
foto, habrían desaparecido en el acto, y también la habitación
aquella, y la cárcel, con carceleros y encarcelados, los muros centenarios
del penal de Santa Teresa, y de todo no hubiera quedado
sino un cráter, y en el cráter sólo hubiera habido silencio y la
presencia vaga de ella y de Haas, aherrojados en la sima.
JACQUES BOREL-LA ADORACION 738
No podía detenerme hasta el punto que la caja quedo vacía.Había robado unos mil doscientos francos .De pronto me sentía aterrado.No se trataba de remordimientos,pensaba que cuando volvieran los Lohénec descubrirían el robo,que tal vez mi madre lo descubriría antes que ellos y que todas las sospechas recaerían sobre mí.Entonces se me ocurrió una idea descabellada.Pensé que si la casa era destruida por un incendio todos pensarían que los billetes habían ardido con el resto y mi robo nunca seria descubierto.Al momento,decidí prender fuego a la casa de los Lohénec.Fuí a la cocina y cogí una caja de cerillas;la dejé,abierta,sobre una bandeja del armario en la que vacie el frasco de bencina que usaba mi tío para llenar el encendedor,le prendí fuego y cerré la puerta del armario.Luego subí a mi habitación y llene dos maletas de libros y algunas prendas de vestir,para salvarlas del incendio.
(¿Aparto también algunas cosas de mama?-me pregunté.
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