VLADIMIR NABOKOV
Cuentos completos 125
Y, finalmente, Bachmann entró trotando en el escenario. Sin prestar la más mínima
atención al trueno de bienvenida que se inició como un cono compacto para
disolverse después en aplausos dispersos, cada vez más débiles, empezó a hacer
girar el disco del asiento, arrullándolo ávidamente y, tras acariciarlo, se sentó al
piano. Mientras se limpiaba las manos, miró hacia la primera fila con su sonrisa
tímida. Abruptamente, su sonrisa se desvaneció y Bachmann hizo una mueca. El
pañuelo cayó al suelo. Su mirada atenta resbaló una vez más por la hilera de rostros
y tropezó, por así decir, con la butaca vacía del centro. Bachmann cerró el piano de
un golpe, se levantó, caminó hasta el mismo borde del escenario, y poniendo los
ojos en blanco y levantando los brazos como una bailarina de ballet, ejecutó dos o
tres pasos ridículos. El público se quedó de piedra. De los asientos posteriores
surgió un conato de risa. Bachmann se detuvo, dijo algo que nadie oyó y, a
continuación, con un gesto arrogante y teatral, enseñó la minga a todos los
presentes.
Robert Graves
La Diosa Blanca 125
Como Taliesin y Merlín y Llew Llaw, y probablemente también Moisés26 en la versión
original, Eleusis no tenía padre, sino sólo una madre virgen; su origen fue anterior a la
institución de la paternidad. A los griegos patriarcales esto les parecía vergonzoso y en
consecuencia le dieron un padre: «Ogiges» o Hermes, pero más generalmente Hermes, a
causa de los falos sagrados que se exhibían en el festival, amontonados en la misma útil
liknos. El Dioniso de la Vid tampoco tenía padre en un tiempo. Su nacimiento parece
haber sido el de un Dioniso anterior, el dios Hongo, pues los griegos creían que los
hongos y las setas eran engendrados por el rayo, y no nacían de una semilla como las
otras plantas. Cuando los tiranos de Atenas, Corinto y Sición legalizaron el culto de
Dioniso en sus ciudades, limitaron las orgías, según parece, reemplazando el vino por
setas; así el mito del Dioniso de la Seta se unió al del Dioniso de la Vid, que ahora
figuraba como hijo de la tebana Semele y de Zeus, Señor del Rayo. Pero Semele era
hermana de Agave, que arrancó la cabeza de su hijo Penteo en un arrebato dionisíaco.
Para el culto Gwion tanto el Dioniso de la Vid como el del Cereal eran
reconociblemente Cristo, Hijo de Alpha, es decir hijo de la letra A:
El trigo abundante en grano.
y el vino que fluye rojo
hacen el cuerpo puro de Cristo,
el hijo de Alpha.
JAMES JOYCE
ULISES
Introducción
Germán García
125
Un segundo de más: al
sueño sucede la más terrible pesadilla que
arrastra y tortura toda imagen, anula toda
significación y destruye las fuerzas mismas de
la vida y del pensamiento:
Denn das Schöne ist nichts
als des Schrecklichen Anfang, den wir noch
grade ertragen.
Estamos aquí frente al último ángel, el
más bello, el más peligroso, aquel cuya
presencia deja apenas subsistir al hombre.
Y ahora, pensad en la noche: tratad de
recordar vuestros sueños sin interpretarlos ni
coordinar sus circunstancias. ¡Cómo se precisa
cada detalle, cómo la realidad sensual de un
objeto, cómo el valor espiritual de una palabra
es más fuerte que en el estado de vigilia! ¡Cómo
cualquier sensación, cualquier sentimiento, es
ilimitado, cómo, fuera del control de la razón
ponéis vuestra vida entera en el acontecimiento
más fugitivo, cómo un gesto dura mucho tiempo
y cómo una vida pasa rápidamente
El crímen de un académico Anatole France 125
Sin fecha.
Al día siguiente, el pobre viejo quiso levantarse pero no pudo. Era fuerte la mano
invisible que le retenía extendido sobre su cama. El pobre viejo así clavado se resignó a no
moverse, pero sus ideas no dejaron de agitarse.
Sin duda padecía una fiebre muy alta, porque la señorita Préfére, los abates de Saint-
Germain-des-Prés y el mozo de comedor de la señora de Gabry se le aparecieron en formas
fantásticas. Principalmente el mozo de comedor, gesticulaba y se alargaba sobre mi cabeza
como una gárgola de catedral. Creí ver mucha gente, demasiada gente en mi habitación.
Los muebles de mi cuarto son antiguos: el retrato de mi padre con uniforme, y el de
mi madre con un vestido de seda, destacan de la pared sobre un papel rameado en verde.
Sé, y lo sé muy bien, que todo ello está muy deslucido. La estancia de un pobre viejo no
debe ser presuntuosa; limpia sí, de lo cual se encarga Teresa. Tampoco está falta de
adorno; lo bastante para recreo de mi espíritu que se conserva infantil y bobalicón .Hay en
las paredes y sobre los muebles objetos que, de ordinario, me hablan y me alegran. Pero
¿qué quieren hoy de mí todos ellos? Se han vuelto chillones, gesteros y amenazadores. Esa
estatua, moldeada en una de las Virtudes teologales de Nuestra Señora de Brou, tan
ingenua y tan graciosa en su estado natural, hace hoy contorsiones horribles y saca la
lengua. Esa hermosa miniatura, en la cual uno de los más suaves discípulos de Juan
Fouquet se presentó con el cordón de los hijos de San Francisco, de rodillas y en actitud de
ofrecer su libro al buen duque de Angulema, ¿quién la sacó de su marco para poner en su
lugar una monstruosa cabeza de gato que me mira con ojos fosforescentes? El rameado del
papel también se ha convertido en cabezas en cabezas verdes y disformes... Todo es
mentira; son, lo mismo ahora que hace veinte años, hojas impresas y nada más... Pero...
¡bien decía yo que son cabezas con ojos, nariz y boca; sí, cabezas...! Ya comprendo: son a
un mismo tiempo cabezas y hojas. ¡Cuánto me gustaría no verlas!
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