domingo, septiembre 02, 2012

UNA MANO EN EL CLASICO

   

S.J.Agnon  Ayer y anteayer   1342

Mi ex marido se ha puesto enfermo-dijo la mujer –.Dicen que es fiebre de espanto.Ayer salió,como de costumbre,a recolectar hojas sueltas de los libros santos,que los ateos,su nombre sea borrado,arrojan a la calle.Vió unas letras tiradas entre los desperdicios,y no sabia que eran las letras del perro famoso que lleva escrito”Perro loco”en el lomo.Al tocarlo,el perro se despertó y ladró.Su alma se le escapó y se ha puesto enfermo.¿Que pasa ,Shifra?¿Porque tiemblas?!Atchis!Tu salvación esperé.Señor.

JORGE LUIS BORGES
OBRAS COMPLETAS 1170    1342-1170=172

Con sorna o cortesía, el forastero le propone un
descanso. Don Wenceslao accede, y, en cuanto reanudan el duelo,-
-permite al otro que lo hiera en la mano izquierda, en la que
lleva el poncho, arrollado.x El cuchillo entra en la muñeca, la
mano queda como muerta, colgando. Suárez, de un gran salto,
recula, pone la mano ensangrentada en el suelo, la pisa con la
bota, la arranca, amaga un golpe al pecho del forastero y le abre
ehvientre de una puñalada. Así acaba la historia, salvo que para
algún relator queda el santafesino en el campo y, para otro (que
le mezquina la dignidad de morir), vuelve a su provincia. En
esta versión última, Suárez le hace la primera cura con la caña
que quedó del almuerzo.

 

VLADIMIR NABOKOV
Cuentos completos  675*2=1350-1342=8

—Sí, aquí estoy, pase...
El pomo de la puerta crujió tímidamente, la llama de la vela ya gastada se ladeó un
tanto, y él entró a saltos desde un rectángulo de sombra, jorobado, gris, cubierto
con el polen de la helada noche estrellada.
Conocía su rostro. ¡Lo conocía desde tanto tiempo atrás!
Su ojo derecho seguía en la sombra, pero el izquierdo me escrutaba
temerosamente, alargado, verde humo. ¡La pupila brillaba como si estuviera
oxidada... aquel mechón gris de musgo de su sien, la ceja de pálida plata apenas
visible, la cómica arruga junto a su boca sin bigote —todo ello intrigaba y molestaba
un punto a mi memoria!
Me levanté. Él dio un paso adelante.
Su abriguito raído estaba abotonado al revés, como los de las mujeres. En la mano
llevaba una gorra, no, era un fardo mal atado de color oscuro, y no había la más
mínima señal de una gorra...
Sí, claro que lo conocía, incluso le había tenido un cierto aprecio, pero
sencillamente no conseguía recordar dónde ni cuándo nos habíamos conocido. Y
debíamos habernos visto con frecuencia, de otra manera no tendría aquel firme
recuerdo de sus labios de arándano, de aquellas orejas puntiagudas, de aquella
nuez tan divertida...
Con un murmullo de bienvenida estreché su fría mano, tan ligera, y luego la posé
en el dorso de un sillón raído. Él se encaramó como un cuervo en el tocón de un
árbol y empezó a hablar apresuradamente.

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