VLADIMIR NABOKOV
Cuentos completos 691-675=16
Petya pedía la
pena de muerte. Yo pensaba que merecía la muerte, pero propuse conmutar la
pena por la de prisión perpetua. Petya lo meditó y accedió. Yo añadí que, aunque
ciertamente había cometido una serie de crímenes, no teníamos medio de
probarlos; que su profesión en sí misma constituía un crimen; que nuestro deber se
limitaba a asegurar que de ahora en adelante fuera inofensivo, nada más. Y ahora
escucha el resto.
Tenemos un baño al final del pasillo. Un cuarto pequeño y oscuro, muy oscuro, con
una bañera de hierro esmaltado. El agua se pone en huelga con cierta frecuencia.
De vez en cuando aparece una cucaracha. El cuarto es tan oscuro porque la ventana
es muy estrecha y está colocada justo debajo del techo, y además, precisamente
enfrente de la ventana, a unos tres pies más o menos, hay un sólido muro de ladrillo.
Y fue precisamente en aquel agujero donde decidimos meter al prisionero. Fue idea
de Petya, sí, sí, de Petya, hay que dar al César lo que es del César. En primer lugar,
como es natural, había que preparar la celda. Empezamos arrastrando al prisionero
hasta el pasillo para tenerlo vigilado mientras trabajábamos. Y, en ese momento, mi
mujer, que acababa de cerrar la tienda porque ya era de noche y se dirigía a la
cocina, nos vio. Se quedó estupefacta, indignada incluso, pero luego entendió
nuestras razones. Buena chica. Petya empezó por desmembrar una mesa muy sólida
que teníamos en la cocina, le rompió las patas y la tabla resultante la clavó en la
ventana del baño, tapando el vano por completo. Luego desatornilló los grifos,
quitó el calentador cilíndrico de agua, y colocó un colchón en el suelo del baño. Ni
que decir tiene que al día siguiente añadimos toda suerte de mejoras: cambiamos la
cerradura, instalamos un cerrojo de seguridad, reforzamos la tabla de la madera con
metal, y todo ello, desde luego, sin hacer demasiado ruido. Como sabes, no tenemos
vecinos, pero, con todo, era menester actuar con prudencia. El resultado fue una
auténtica celda de cárcel, y allí metimos al tipo de la policía política. Desatamos la
cuerda, le quitamos la toalla, le advertimos de que si empezaba a gritar, volveríamos
a atarle y a amordazarle, y por mucho tiempo; y entonces, satisfechos de que
hubiera entendido para quién era el colchón que estaba colocado en la bañera,
cerramos la puerta con llave, y, por turnos, hicimos guardia toda la noche.
Ese momento marcó el principio de una nueva vida para nosotros. Yo ya no era
simplemente Martin Martinich, sino Martin Martinich, director de prisiones. Al
principio, el preso estaba tan extrañado de lo que había ocurrido que su
comportamiento era sumiso. Pronto, sin embargo, volvió a su estado normal, y
cuando le llevábamos la comida, se entregaba a un huracán de palabras soeces. No
puedo repetir las obscenidades de ese hombre; me limitaré a decir que puso a mi
pobre difunta madre en las más increíbles situaciones.
Es verdad que, al principio, Petya sugirió que le diéramos cucarachas secas,
pero, por mucho que buscamos, ese pez soviético era inexistente en Berlín. Nos
vimos obligados a servirle comida burguesa. A las ocho en punto de la mañana
Petya y yo entramos y dejamos junto a su bañera un plato de sopa caliente con
carne y una hogaza de pan gris. Al mismo tiempo retiramos el orinal, un aparato de
lo más inteligente que adquirimos sólo para él. A las tres recibe una taza de té, a las
siete más sopa. El sistema alimenticio está copiado del que utilizan en las mejores
cárceles europeas.
JAMES JOYCE
ULISES 691
El vago de Synge te está buscando —
dijo— para asesinarte. Oyó decir que orinaste
sobre la puerta de su vestíbulo en Glasthule.
Anda en gran forma para asesinarte.
—¡Yo! —exclamó Esteban—. Ésa fue tu
contribución a la literatura.
Buck Mulligan se echó hacia atrás
alegremente, riéndose contra el oscuro techo
fisgoneador.
—¡Asesinarte! —rió.
Desagradable cara de gárgola que
guerreó contra mí sobre nuestro lío de picadillo
de luces en rue Saint-André-des Arts. En
palabras de palabras para palabras, palabras.
Oisin con Patricio. El fauno que encontró en los
bosques de Clamart blandiendo una botella de
vino. C'est vendredi saint! Bandido irlandés.
Vagando encontró a su imagen. Yo la mía.
Encontré a un loco en la floresta.
—Señor Lyster —dijo un empleado desde
la puerta entreabierta.
en la que todo el mundo puede
encontrar la suya.
DON QUIJOTE DE LA MANCHA 691
los encantadores que persiguen a don Quijote el bueno han querido
perseguirme a mí con don Quijote el malo. Pero no sé qué me diga; que osaré
yo jurar que le dejo metido en la casa del Nuncio en Toledo para que le curen,
y agora remanece aquí otro don Quijote, aunque bien diferente del mío.
—Yo —dijo don Quijote— no sé si soy bueno, pero sé decir que no soy el
malo, para prueba de lo cual quiero que sepa vuesa merced, mi señor don Álvaro
Tarfe, que en todos los días de mi vida no he estado en Zaragoza; antes, por
haberme dicho que ese don Quijote fantástico se había hallado en las justas
desa ciudad, no quise yo entrar en ella, por sacar a las barbas del mundo su
mentira, y así, me pasé de claro a Barcelona, archivo de la cortesía, albergue de
los estranjeros, hospital de los pobres, patria de los valientes, venganza de los
ofendidos y correspondencia grata de firmes amistades y, en sitio y en belleza,
única. Y, aunque los sucesos que en ella me han sucedido no son de mucho
gusto sino de mucha pesadumbre, los llevo sin ella, sólo por haberla visto.
Finalmente, señor don Álvaro Tarfe, yo soy don Quijote de la Mancha, el mismo
que dice la fama y no ese desventurado que ha querido usurpar mi nombre y
honrarse con mis pensamientos. A vuesa merced suplico, por lo que debe a ser
caballero, sea servido de hacer una declaración ante el alcalde deste lugar de
que vuesa merced no me ha visto en todos los días de su vida hasta agora, y
de que yo no soy el don Quijote impreso en la Segunda parte, ni este Sancho
Panza mi escudero es aquel que vuesa merced conoció
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