Las baladas del ajo Mo Yan 262
—Tengo que ir a ver a Jinju.
—Querrás decir que tienes que ir al
encuentro de la muerte. Los Cao y
los Liu se encuentran allí. Si te dejas
ver, sería un milagro si no te matan.
—¡Yo... yo los mataré primero! —
gritó con fuerza, agitando el puño
en el aire.
—Querido Hermano Pequeño —dijo la esposa de Yu severamente—,
utiliza la cabeza. No pienses esas
cosas. Lo único que vas a conseguir
es que te metan una bala en el cuerpo.
Exhausto, Gao Ma se recostó en el
kang mientras las lágrimas
resbalaban por su desaliñado rostro
y se introducían en sus orejas
L a m u e r t e d e V i r g i l i o
Hermann Broch 230 262-230=32
Otra vez, quedémonos en la flotante cueva de la noche, la
última vez, espiemos juntos la noche y su flotar de sueño, el sin embargo de su interregno y de su
dulce realidad... Tú no sabes todavía, mi hermano pequeño, porque eres joven, de qué profundísimo
interior de nosotros mismos sube la esperanza nocturna, tan abarcante y tan íntegramente animada en su inexorabilidad, tan delicada y suave promesa de nostalgia en su sufrimiento, que necesitamos
un larguísimo tiempo antes de oírla, antes de oírla a ella y a su miedo, alzándose alrededor de
nosotros como una cordillera de ecos, pared de eco junto a pared de eco, como un paisaje
desconocido y a pesar de ello como una llamada de nuestro propio corazón, sí, y sin embargo, sin
embargo tan imperiosa como si quisiera hacer resplandecer de nuevo todo el resplandor de un
pasado vivido hace mucho, a pesar de ello tan confiada, como si en ella estuviera encerrada toda la
promesa de lo definitivo... Oh, hermano pequeño, yo lo he vivido, porque he llegado a anciano, más
viejo que mis años, porque sentí en mí toda caducidad y toda descomposición; lo he vivido porque
para mí llega el fin; ay, sólo con el deseo de la muerte llegamos a desear la vida y en mí late
incesantemente, sin tregua, por lo que puedo recordar, el trabajo de zapa contra las articulaciones
vitales de toda ansia de muerte; así lo sentí siempre, temor de la vida y temor de la muerte al mismo
tiempo, en todas las muchas noches en cuyo umbral estuve, en las orillas de noches y más noches
que han pasado rápidas ante mí, creciendo a su paso el conocimiento de ellas, el conocimiento de la
separación, el conocimiento de la despedida, que comienza con el crepúsculo, y era muerte lo que
ante mí fluía, me tocaba con su marea que subía, me enredaba, me rodeaba, viniendo de afuera y sin
embargo nacido de mí, mi muerte.
PAUL AUSTER
La trilogía
de Nueva York 180*2=360-262=98
Azul finalmente ve la
máscara, una máscara de las que los niños llevan en Halloween, hecha de goma y
representado un espantoso monstruo con tajos en la frente, ojos sanguinolentos y
colmillos. El resto de su persona es absolutamente corriente (abrigo de tweed gris,
bufanda roja envolviéndole el cuello) y Azul intuye en ese primer momento que el
hombre que está detrás de la máscara es Blanco. Mientras el hombre continúa andando
hacia la zona del buzón 1001, esta intuición se convierte en convicción. Al mismo
tiempo, Azul siente que el hombre no está allí realmente, que aunque sabe que le está
viendo, es más que probable que él sea el único que le ve. En este punto, sin embargo,
Azul se equívoca, porque mientras el enmascarado continúa cruzando el vasto suelo de
mármol, Azul ve a varias personas señalándole y riéndose, pero no sabe si esto es mejor
o peor. El enmascarado llega al buzón 1001, gira la rueda de la combinación hacia atrás,
hacia adelante y nuevamente hacia atrás, y abre el buzón. En cuanto Azul ve que éste es
definitivamente su hombre, empieza a avanzar hacia él, no muy seguro de lo que piensa
hacer, pero en el fondo, sin duda, con la intención de asirle y arrancarle la máscara de la
cara. Pero el hombre está demasiado alerta, y una vez que se ha metido el sobre en el
bolsillo y ha cerrado el buzón, lanza una rápida ojeada a su alrededor, ve que Azul se
aproxima y echa a correr, dirigiéndose a la puerta lo más deprisa que puede. Azul corre tras él, esperando agarrarle por detrás, pero se queda momentáneamente atrapado por
una maraña de gente en la puerta, y cuando consigue atravesarla, el hombre
enmascarado está bajando las escaleras de dos en dos, aterrizando en la acera y
corriendo por la calle. Azul continúa su persecución, incluso le parece que está ganando
terreno, pero entonces el hombre llega a la esquina, donde casualmente un autobús está
justo arrancando de una parada, y el hombre aprovecha la oportunidad y salta a bordo.
Danza de espejos
Lois McMaster Bujold 262
—¿Enviado a ustedes en un paquete de carne congelada, con el pecho
destruido?
—Sí.
—¿Y entonces? Los clones... aunque estén congelados... no pueden ser
novedad aquí. — Él echó una mirada a Rosa.
—Déjeme seguir. Hace unos tres meses, el clon manufacturado por
Bharaputra volvió a casa con una tripulación de soldados mercenarios que al
parecer había robado de la Flota Dendarii fingiendo ser el otro clon, su gemelo, el
almirante Naismith. Atacó el criadero de clones de Bharaputra en un intento por
robar o liberar (la segunda hipótesis me parece más probable) a un grupo de clones
que iban a ser cuerpos para otros cerebros en el negocio de los trasplantes ,
negocio que yo personalmente aborrezco.
Él se tocó el pecho.
—¿Y... fracasó?
—No del todo. Pero el almirante Naismith lo siguió para recuperar su nave y
sus tropas perdidas. En la refriega que tuvo lugar en las instalaciones médicas de
Bharaputra, uno de los dos murió. El otro escapó, junto con los mercenarios y la
mayor parte del valioso ganado clonal de Bharaputra. Le tomaron el pelo a Vasa
Luigi y yo me reí a rabiar cuando lo supe.
JAMES JOYCE
ULISES 262
—A través de las arenas de todo el
mundo, seguida hacia el oeste por la espada
llameante del sol, emigrando hacia tierras
crepusculares. Ella marcha agobiada, schleppea,
remolca, arrastra, trascina su carga. Una marca
hacia el oeste, selenearrastrada, en su estela.
Mareas, dentro de ella, miríadinsulada, sangre
no mía, oinopa pontos, un mar vino oscuro. He
aquí la criada de la luna. En sueños el signo
líquido le dice su hora, le ordena abandonar el
lecho.
VLADIMIR NABOKOV
Cuentos completos 262
Llegó la noche; una luna resbaladiza y encerada se movía, sin la mínima fricción,
entre nubes de chinchilla, y Eleanor, que volvía paseando del banquete de bodas
con el hormigueo del vino y de los chistes picantes todavía dentro del cuerpo,
recordó el día de su boda en su camino de vuelta a casa. Por alguna razón, todos los
pensamientos que cruzaban su mente insistían en mostrarle el lado brillante de la
vida; se sentía ligera al llegar a casa y al abrir la puerta se sorprendió pensando que
era una gran cosa tener un piso propio, por más que fuera oscuro y agobiante. Sin
dejar de sonreír, dio la luz del dormitorio y vio al momento que todos los cajones
estaban abiertos: apenas tuvo tiempo de pensar en los ladrones porque allí estaban
las llaves en la mesilla de noche y también un papel apoyado en el despertador. La
nota era muy breve: «Me he ido a España. No toques nada hasta que te escriba.
Pídele prestado a Sch. O a W.Da de comer a los lagartos».
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