JAMES JOYCE
ULISES 221
Estoy tratando de conseguir influencias en el Ministerio. Ahora voy a probar con la
publicidad. Estoy rodeado de obstáculos, de...
intrigas... de... maniobras subterráneas, de...
Irguió su dedo índice y con un gesto de
viejo marcó el compás antes de que hablara su voz.
Javier Cercas
Anatomía de un instante 221
¿Son los vicios privados de un político virtudes públicas? ¿Es posible llegar
al bien a través del mal? ¿Es insuficiente o mezquino juzgar éticamente a un
político y sólo hay que juzgarlo políticamente? ¿Son la ética y la política
incompatibles y es un oxímoron la expresión ética política? Al menos desde
Platón la filosofía ha discutido el problema de la tensión entre medios y fines, y no
hay ninguna ética seria que no se haya preguntado si es lícito usar medios
dudosos, o peligrosos, o simplemente malos, para conseguir fines buenos.
Maquiavelo no tenía ninguna duda de que era posible llegar al bien a través del
mal, pero un casi contemporáneo suyo, Michel de Montaigne, fue todavía más
explícito: «El bien público requiere que se traicione y que se mienta, y que se
asesine»; por eso ambos consideraban que la política debía dejarse en manos de
«los ciudadanos más vigorosos y menos timoratos, que sacrifican el honor y la
conciencia por la salvación de su país».
la m u e r t e d e V i r g i l i o
Hermann Broch 221
Su ojo humano no había perdido nada de
discernimiento y él sabía del rostro de las estrellas tras la nube. La mancha solar, oscurecida de
noche, un resplandor rojo grisáceo, alcanzó entonces el límite inferior del día, y las estrellas,
encendiéndose con su vigor nocturno, lograron atravesar con su centelleo la cubierta de niebla,vacilantes al comienzo, luego cada vez más claras; lentamente volvieron a estar todas y en todo su
brillo, ciertamente no sólo arriba, sino también abajo, convirtiéndose aquí en un segundo cielo
estelar, el del reflejo, que titilaba tanto en la negra .profundidad de las aguas, cuanto en la húmeda y
negra cubierta de lo vegetal, y hacía de ellas un solo espejo negro, una sola cúpula, tachonada de
estrellas; nada distinguía ya el oleaje vegetal de las aguas, los mares habían inundado lo vegetal
saltando sus orillas, lo vegetal en cambio los mares, y entre las estrellas de arriba y las de abajo se
cernían yertos los animales del aire y del agua. Eco de estrellas era la cúpula inferior... ¿No era
también la superior eco de plantas? Unidad arriba como abajo, una y otra sostenida por el doble
cielo, por el doble mar, se unían en una sola totalidad concrecida de plantas y de estrellas,
abarcando el mundo y tan cerrada en sí misma, que en su espacio no podía existir ya la menor
individualidad, que ninguna estaba permitida, que todas se disolvían: águila o garza o ave dragón,
ballena o tiburón o reptil nadador, eran ya sólo un todo, no eran más que una sola cubierta de lo
animal, una sola esencia que llenaba el espacio, y se tomó cada vez más transparente, una niebla
animal, que al fin se disipó en lo invisible, en lo más invisible, disuelta en lo sidéreo, absorbida por
lo vegetal. La totalidad animal había penetrado en la noche, se había extinguido el aliento animal
del mundo, ningún corazón latía ya; y la serpiente helada estalló, la serpiente del tiempo estalló. De
repente, no retenida por ningún tiempo, la noche pasó al pleno día; de repente y liberado de los
tiempos, el sol se hallaba en el mediodía, rodeado por una multitud opalina de estrellas, en la que no
faltaba estrella alguna, ni siquiera la blanquecina luna, y así también en multiplicada claridad
resplandecía detenido el astro del Oriente.
Danza de espejos
Lois McMaster Bujold 221
Flotaba en un estado confuso, medio despierto, entre fragmentos de sueño y
dolor, cuando llegó la mujer.
Se inclinó sobre su visión borrosa.
—Ahora vamos a sacarle el marcapasos. — La voz era clara y baja. Los
tubos ya no estaban en sus oídos, o tal vez los había soñado —. Su nuevo corazón
va a funcionar solo y los pulmones también.
Se inclinó sobre su pecho dolorido. Bonita mujer, elegante, intelectual.
Lamentó estar vestido sólo con esa sustancia pegajosa, aunque tenía la sensación
de que aún había llevado menos encima. No recordaba dónde ni cómo. La mujer
hizo algo con el bulto del cuerpo de la araña; vio cómo se le partía la piel en un hilo
rojo y delgado y luego vio cómo se sellaba de nuevo. Parecía que le estaba
cortando el corazón como una antigua sacerdotisa de sacrificio, pero no, no era eso: él seguía respirando laboriosamente. Ella había sacado algo, de eso no había
duda, porque lo dejó en una bandeja sostenida por un compañero, un varón.
—Ahí está. — Ella lo miró de cerca.
PAUL AUSTER
La trilogía
de Nueva York 221-180=41
Este dibujo le hizo pensar en un pájaro, un ave de presa quizá, con las alas
extendidas, cerniéndose en el aire. Un momento más tarde esta lectura le pareció
demasiado rebuscada. El pájaro se desvaneció y en su fugar vio únicamente dos formas
abstractas unidas por el diminuto puente que Stillman había formado al ir hacia el oeste
por la calle Ochenta y tres. Quinn se detuvo un momento para reflexionar sobre lo que
estaba haciendo. ¿Estaba garabateando bobadas? ¿Estaba desperdiciando la tarde
estúpidamente o estaba intentando descubrir algo? Se dio cuenta de que cualquiera de
las dos respuestas era inaceptable. Si estaba simplemente matando el tiempo, ¿por qué
había elegido una forma tan trabajosa de hacerlo? ¿Estaba tan confuso que ya no tenía el
valor de pensar? Por otra parte, si no estaba únicamente entreteniéndose, ¿qué pretendía
realmente? Le pareció que estaba buscando una señal. Estaba escudriñando el caos de
los movimientos de Stillman en busca de un destello de intencionalidad. Eso implicaba
una sola cosa: que continuaba sin creer en la arbitrariedad de los actos de Stillman.
Quería que tuvieran un sentido, por muy oscuro que fuese. Esto, en sí mismo, era
inaceptable. Porque significaba que Quinn se estaba permitiendo negar los hechos, cosa
que, como bien sabía, era lo peor que podía hacer un detective.
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